A la llegada de nuestra aventura, tantas veces nos han preguntado por las varadas, los sustos, los costos, los lugares más lindos, etc... pero hasta ahora no nos han preguntado cuántas veces y en dónde sentimos vergüenza. Sí, vergüenza. La verdad, yo sí la sentí en un par de ocasiones. La primera cuando por la ventana vimos cómo decenas de máquinas y tal vez un centenar de hombres al unísono ampliaban en dos calzadas varios kilómetros de autopista entre dos poblados del interior del Brasil, poblados que viven de la agricultura. Escena que nos dibuja niveles de rendimiento para nosotros desconocidos.
La segunda escena sucede en la carretera Panamericana, a una hora de la frontera entre Colombia y Ecuador, a pocos kilómetros de Ibarra, cuando muy de mañana dos máquinas levantaban, trituraban y entregaban el pavimento de algo más de cinco kilómetros de una de las calzadas a volquetas que de inmediato lo llevaban a la planta localizada a pocos kilómetros. El operativo de señalización de seguridad y en general la operación es febril y sorprendente para un país, según dice la prensa, económicamente pequeño. La escena se completa en las primeras horas de la tarde cuando las máquinas pavimentadoras reciben el material procesado y lo reinstalan. Ya en las primeras horas de la noche la demarcación de la vía es completa.
Estas dos escenas me arrugan el corazón y me producen vergüenza. Se supone que soy parte de un país inmensamente rico en recursos y biodiversidad. Un país que con sus dos mares, variedad de climas y potencia de sus gentes, debería estar en la cima de la economía latinoamericana, pero no. Seguimos distraídos entre balas y violencia. Estamos así desde que los políticos fueron reemplazados por clanes mafiosos que han cambiado a la prensa libre por una estructuras de comunicación a su servicio, todo con el único ánimo de moldear el pensamiento ciudadano. Para completar el cuadro, entre los dos nuevos "poderes" y a punta de pistola han arrodillado a la justicia poniéndola enteramente a sus órdenes. Receta perfecta para asaltar de la forma más miserable y continua a un país poderoso.
Hace pocos días en el taxi rumbo al aeropuerto en Bogotá escuché más de una entrevista y comentario alrededor de un contrato (uno de varios) para construir 50 kilómetros de una vía en la costa atlántica, contrato que se supone tenía encima a todos los entes de control y del que solo se entregaron 15 kilómetros. Del resto se robaron el dinero, dejando a una región colombiana colgada de sus anhelos y necesidades. En adelante, como sucede siempre, tendremos cientos de horas de radio y televisión hasta que la sociedad se sacie y quede anestesiada ante este y miles de contratos más. Mi sentimiento no es más que de vergüenza, además de impotencia.
Debo decir que mi forma de pensar y de contar lo que siento y pienso, en este país, es motivo suficiente para ingresar en la lista de los desaparecidos; hombres y mujeres que han señalado y reclamado. Aquí en Colombia pensar diferente se considera sinónimo de enemigo, de guerrillero, de comunista, de lo peor. Al pensamiento crítico se le debilita estigmatizándolo antes de silenciarlo. La lista es interminable.
Debo contar que cuando como caminantes tomamos las carreteras por semanas y meses, y pensamos, preguntamos y aprendemos, salimos del letargo en el que el quinto poder con el alcance de sus micrófonos nos mantiene. Por ello, y por mucho más, el ánimo nuestro es continuar con las alas al viento.