Muchos dirán que es imposible que un artista de reguetón gane más que un artista de rock como Bruce Springsteen. Pues bien, esto es tan cierto como que el sol alumbra nuestras vidas. Hemos llegado a un punto en el que este fenómeno musical se salió de madre, para ser contundentes a la hora de utilizar las palabras. Aviones privados, hoteles cinco estrellas, más de 30 personas acompañando al artista y producciones costosísimas hacen parte de esta locura que hoy se llama reguetón y que está haciendo que promotores que nunca habían apostado por este género se lancen como pirañas para que uno de estos millonarios de la música participen de sus festivales o conciertos.
Para ser más exactos, este año en España hay más de 25 festivales regados por toda la geografía y casi la mayoría son de artistas urbanos. El mercado está tan saturado que, en el caso de Barcelona, hay cuatro festivales de reguetón en un mismo mes.
El que se lleva el palmarés es el Beach Festival, evento que a fecha de hoy, sin anunciar el cabeza de cartel de su evento, ya tiene casi todo vendido. A ello se suman el Reggaeton Barcelona y el Vívelo Festival, que siguen atrayendo un público que no se cansa de escuchar reguetón y de ver a sus artistas preferidos en vivo, cueste lo que cueste.
Todo esta vorágine musical ha generado que artistas que este año empezaron cobrando 8.000 euros por concierto y con un solo éxito a nivel de streaming o radial, como es el caso de Lunay, ya estén cobrando 25.000 y 40.000 euros. Pero el tema más llamativo es el de Ozuna, que está pidiendo por caché más de 150.000 euros por presentación más avión privado, toda una locura económica que puede dejar a un empresario en la ruina si el show sale mal.
Estamos en una época convulsa, quizás disparatada, en el que el mercado de la música urbana se está llevando el gato al agua. Jóvenes que nunca tuvieron nada hoy son multimillonarios, las grandes marcas los pelean para que luzcan sus prendas, y lo que antes era un paradigma, hoy es una realidad que ha cogido por sorpresa a una generación de empresarios musicales fuera de juego.
Hay casos que vale la pena resaltar como el de Bad Bunny, un chico de clase humilde de Puerto Rico, empacador de un supermercado que de la noche a la mañana se convirtió en toda una estrella musical y gana en un día lo que usted que está leyendo estas líneas ganaría en un año. Se habla que su caché ronda los 160.000 euros por show, sin contar avión privado y lujosos hoteles.
El club de los millones
Todas las semanas somos testigos de que la música urbana es un negocio en el que todo el mundo quiere entrar: tanto discográficas como productores, éstos últimos también han entrado al club de los millones. Productores como Tainy, que produjo el último álbum de J Balvin y Bad Bunny, está exigiendo por canción producida 20.000 dólares. Cuentan de él, amigos como J Balvin, que a los 16 años ganó su primer millón de dólares. Y qué decir de Chris Jeday o Gaby Music, dos productores boricuas que vieron en Lunay la gallina de los huevos de oro. Ahora estos productores son empresarios y hacen éxitos como churros cada semana, y por cada tema, si es un palo, se embolsan cifras millonarias y hasta las mismas discográficas se lamentan por no tenerlos en sus filas.
El negocio de la música ha cambiado en este nuevo siglo. Hoy vemos a J Balvin o Maluma haciendo colaboraciones con artistas como Madonna o Beyoncé, combinaciones que años atrás eran casi impensables. O para no ir más lejos, quién iba a pensar que artistas de este calibre se sentarían en platós de televisión como el de Jimmy Fallon, uno de los programas más vistos en los Estados Unidos.
El streaming ha roto los esquemas, y ha permitido que los éxitos sean inmediatos, y catapulten a músicos de la nada en verdaderas máquinas de hacer dinero. Que si las letras son vulgares o se exceden permanentemente, ya no les importa a las multinacionales de la música. Hace poco, Kidd Keo, un controvertido de la música urbana en español, recibió más de 2 millones de euros por firmar con Warner Music, cantidad que dicen también recibió C Tangana por firmar con Sony Music España. Estamos hablando de que el mercado de la música entró en una dinámica casi imposible de atajar porque el talento de la calle es el que manda, ya no interesa las buenas letras, los buenos arreglos. Hoy, lo que impera es el éxito inmediato, la música enlatada que sale de ordenadores de chicos encerrados en sus habitaciones esperando ser los nuevos millonarios del momento.
Hace poco un medio español me preguntaban qué pensaba de esta danza de los millones y mi respuesta fue clara: “Hay una saturación musical que nunca cansa y que genera escozor ante artistas pop que están quedando en el olvido. Muchos se han pasado al reguetón, y por vergüenza lo llaman pop latino. Tal es el caso de Luis Fonsi, un artista que estaba casi olvidado, que le pegó al perrito gracias a Despacito. Este artista se sacó el premio mayor de la lotería. Con lo que ha ganado con esa canción ya se puede ir a una isla del Caribe y ver el atardecer desde una hamaca sin preocuparse por su futuro”.
Igual es el caso de J Balvin, un chico de barrio, ahora llamado líder espiritual del reguetón, que con su buena vibra que ahora nos vende, es el líder del movimiento, aceptado y aplaudido por sus rivales. Hoy, Balvin recorre el mundo con su avión privado de más de 5 millones de dólares y se presenta como cabeza de cartel en eventos mundiales como el Coachella o se rodea del jet set internacional. Ha convertido su movimiento urbano en una caja registradora que factura cada minuto miles y miles de euros”.
Despropósito
Hay un malestar generalizado por lo que está ocurriendo entre los empresarios musicales, que ven en este negocio un despropósito. Un empresario que no quiere dar su nombre en este reportaje porque vive de estos artistas, tomando una cerveza me contó que “lo que más odia de los artistas urbanos, y más los que vienen de Puerto Rico, es su poca humildad”.
“Entre ellos hay fraternidad, pero a la hora de negocios, el séquito que los maneja son unas aves carroñeras. Exigen más que una estrella de rock y piden lo impensable. Te pongo un ejemplo: Hace poco trajimos a uno de ellos y en una noche tuvimos que cambiarlo de habitación tres veces porque no les gustaba el hotel. Y no hablamos de hoteles económicos, hablamos de hoteles cinco estrellas por el que pagamos 300 y 400 euros la noche. A eso hay que añadirle alquileres de coches como Ferrari o Lamborghini, sí, así como lo ven. Hasta ese punto hemos llegado para traer a una de estas estrellas”.
La historia de Anuel
De delincuente a estrella urbana. Es hoy por hoy el artista urbano más costoso de la industria. En España se lo está peleando. Para poder traerlo, hasta su mánager ha pedido que promotores de primer nivel se unan para pagar su caché.
¿Quién iba a pensar que este chico que pagó dos años de cárcel por posesión de drogas y armas hoy sería el artista urbano más solicitado dentro de los empresarios musicales? Estamos hablando de casi más de 150.000 euros por presentación limpios. Todo un exabrupto en este mercado que muchos están dispuesto a pagar. No importa si se gana o se pierde.
En una noche su mánager recibe decenas de llamadas de España, todos ofertando por su artista. Llegan ofertas de todo tipo, pero la que más satisface siempre es la que tenga más ceros y que incluya el bendito avión privado. Si no hay avión privado no hay negocio. Es una ley entre todos los números uno del reguetón. Primero la ostentosidad, las cadenas, pulseras y anillos con diamantes, coches de lujo, y mucho, pero mucho dinero.
Me decía un mánager de un importante artista urbano que a veces todo esto hace parte del marketing. “Muchos gritan a los cuatro vientos que son humildes, pero todo es una fachada. En este negocio se ve de todo: humillaciones a granel y mucha pedantería”.
Son jóvenes que escasamente, como es el caso de Anuel, han terminado la primaria y su léxico a la hora de afrontar una entrevista es precario y raya en la vergüenza. Escasamente tienen cultura para sentarse en una mesa o hablar de la actualidad que acontece en nuestras vidas. Todo el diálogo gira en torno al dinero, a lo último en relojes o en coches y en lograr el próximo éxito.
Lo más penoso es que estos artistas son los ídolos de nuestros hijos. ¡Que Dios nos pille confesados!