Jesús llega a las 11 de la mañana al claustro San Agustín. Recién se baja de un avión, toma un taxi y está a tiempo para la entrevista. A esa hora del martes decenas de personas ven sus fotos. En retratos como el de Matilde, la mujer que lo perdió todo en Machuca, se condensa el dolor que despierta sesenta años de guerra. Jesús tiene la cara quemada de los cambios de clima abruptos y los ojos enrojecidos del cansancio. Me pide unos minutos para tomar aire, para descansar. Pero su público lo reconoce. Hay una profesora con tres de sus alumnos. Los muchachos le hacen una pregunta “qué sentiste al retratar el horror” y Jesús Abad Colorado se sienta y como un sabio de la antigua Grecia le devuelve la pregunta “No, lo que acá importa es ¿qué sentiste tú?” el diálogo se extiende durante una hora.
Se forma un círculo grueso en torno al maestro. La mayoría son jóvenes. En ese momento pienso que Colombia tiene una segunda oportunidad si la obra de Chucho genera ese tipo de interés. Cuando Jesús habla de su obra desaparece el cansancio. Cuando Jesús habla de su obra habla del horror de la guerra. A rastras lo saqué del grupo que se hacía cada vez más grande y nos concedió esta guía por su propia exposición: