Internet es un océano inabarcable habitado no por tiburones, ballenas o por pececitos de colores sino por sitios porno. En Estados Unidos solamente, se estima que hay cerca de 428 millones de sitios dedicadas al arte del primerísimo primer plano y a quienes afirman, a falta de datos precisos, que en toda la web hay cerca de seis mil millones de ellas.
Una cifra preocupante para los guardianes de la moral y los padres que, al ver a sus hijos adolescentes pálidos y ojerosos, les restringen el Internet para evitar de que les dé un colapso por deshidratación o que les salgan pelos en la palma de la mano. Padres desmemoriados que ya no recuerdan los ochenteros días en los que no comían en los descansos para poder juntar los 300 pesos que podía costar Pimienta, Escarlata, Jizz u otras revistas XXX de la época.
Hay quienes dicen que esta pornorización de la sociedad es culpable, en parte, del maltrato que sufren las mujeres a diario, de que fomenta el abuso sexual a menores y que inevitablemente acaba con el matrimonio más estable. La revista Muy Interesante hace poco publicó un artículo en el que afirmaba, que el consumo excesivo de pornografía afecta nuestra memoria inmediata y en algunos países islámicos es motivo del repudio general o hasta te puedes ganar un carcelazo. Pero mis amigos, en Túnez, Egipto y Líbano, páginas como Pornhub, según Alexa, está entre las diez más visitadas por los cibernautas mahometanos. La culpa sin duda que ayuda al placer.
Los pastores en las iglesias se rasgan las vestiduras y afirman, enfebrecidos y delirantes, que Internet no es solo un experimento militar sino que es una caja de Pandora, que al abrirse, salen de ella todos los demonios desnudos, concupiscentes y apocalípticos de los cuales nos hablaron los profetas desde el principio de los tiempos.
Y ellos, a pesar de su discurso esquizofrénico, tienen razón: el hombre inventó Internet no solo para que los computadores se intercomunicaran entre si, sino para ver pornografía con absoluta libertad. Ahí están esas páginas, rebosantes y siempre frescas, cumpliendo la labor samaritana de darle placer al que necesita, de liberar al reprimido y quitarle sus cargas sexuales a todo aquel que por culpa de su tartamudez, pereza, desaseo, malnutrición, gastritis, obesidad, acné, quemaduras de tercer grado o deformidad esté impedido de tener una pareja.
Que difícil que era antes de Internet conseguir, como dicen los abuelos, una película de cine rojo. Había que ir al videoclub del barrio y esperar que el muchacho que atendía se quedara solo para ahí sí, después de preguntar por los estrenos de la semana y la última de Chuck Norris, señalar, con el rubor en el rostro, la cajita en donde venía la espectacular figura de Gynger Lynn vestida de enfermera.
Ahora, tan solo con un clic y sin salir de tu cochambroso cuarto podrás tener a quien quieras.
Internet democratizó el porno y por eso estamos tan agradecidos con él. Le perdonamos que nos haya quitado nuestra vida privada y que nuestro nivel de concentración haya mermado considerablemente, pero a la vez estamos menos deprimidos porque ahora tenemos porno. Porno en las tabletas, en los iPhone, en los computadores portátiles. Virus que son porno, mensajes invitando a sitios porno. Porno para dar a los amigos, porno para combatir la soledad. Presidentes que como Obama admiten visitar páginas porno o estrellas porno que, como Sasha Gray, se han vuelto escritores.
Nada que hacer, es la era del onanismo cibernético. El único problema que tienen los discípulos de Onán es escoger entre tanta demanda. Es muy difícil para nosotros, los que apenas vamos a ser iniciados, saber que es lo mejor entre esa inabarcable y lasciva selva y no perder tiempo escarbando entre tanta basura. Es por eso que aconsejamos consultar a los mejores críticos porno que existen. No se entusiasmen que no son muchos. En inglés podrás encontrar los escritos de Luke Ford, autor de el que es considerado el libro más importante que se ha escrito sobre el género: A history of X y a Robert Rimmer quien creó el catálogo más completo y preciso que se conoce sobre el tema.
En español recomendamos visitar los blogs de Jordi Costa y Paco Gilbert y el del bogotano Lucas Soler quien ha escrito más de 400 reseñas sobre este tipo de películas.
En Colombia, sociedad pacata como pocas, aún no salimos del clóset y todavía no somos capaces de decir la verdad: que todos están viendo porno, en las oficinas, las iglesias, los colegios, las universidades. Según una última encuesta apenas el 42 % de los hombres admitió hacerlo, mientras que el 26 % de las mujeres dijeron que lo hacían “muy de vez en cuando” algo muy difícil de creer teniendo en cuenta de que, según Alexa , Xvideos y Redtube, aparecen entre las 30 webs más visitadas por los colombianos.
A pesar de lo que piensen los retrógrados, la pornografía ya no nos da miedo, es un monstruo al que domamos y con el que convivimos. Está claro que, si se sabe restringir el acceso a los menores de edad, consumirlo no nos hace peores ni mejores personas, ni nos convierte en misóginos, pervertidos o violadores. Ver porno es solo un placer culposo tan dañino como comerse un helado después del almuerzo.