Con el cuento de la ‘economía naranja’ ha logrado el presidente Duque inventar un mundo de fantasía al cual nadie se ha atrevido a ‘poner en su sitio’.
Entre lo vago que es como concepto y lo idealizado como se presenta, parece más una escena de Alicia en el paíis de las maravillas que una propuesta como base para el desarrollo económico de un país.
Claro que sí existe una actividad que se puede enmarcar bajo ese nombre.
Lo que pasa es que su función o potencial depende de las capacidades y las necesidades del país.
En Colombia tenemos varios debates sobre a qué se debe orientar el Gobierno y sobre la manera de hacerlo.
Dejando de lado el ya superado ‘Totalitarismo de Estado’ en el que se proponía la estatización de los medios de producción, se presenta aún el debate respecto a si la prioridad debe ser el desarrollo económico o si las responsabilidades sociales; el neoliberalismo propende por dar importancia al primero, considerando los problemas del ciudadano común como efectos consecuencia -eventualmente incluidos unos ‘daños colaterales’- y que todo lo debe subsanar el crecimiento; contrapeso busca hacerlo el pensamiento hoy ‘socialdemócrata’ que busca y aspira al desarrollo bajo la premisa que primero se debe crear una sociedad armoniosa y equitativa, y que esta automáticamente aumentará el nivel de la producción y el nivel de vida de la nación.
Dejando de lado el ya superado ‘Totalitarismo de Estado’ que proponía
la estatización de los medios de producción, aún se debate
si la prioridad debe ser el desarrollo económico o las responsabilidades sociales
Para los defensores del desarrollo por vía del crecimiento económico el mundo económico es el de las empresas, depende de su fortaleza y por eso alrededor del apoyo a ellas giran las propuestas de gobierno; para la visión alterna -representada e inscrita entre nosotros en el ideario del Partido Liberal- la Educación y el Empleo son los caminos para que la movilidad que se deriva produzca una sociedad más convivencial y como consecuencia capaz de generar más riqueza.
Otra discusión es si el futuro es promisorio mediante el énfasis en los avances en tecnología, invirtiendo más recursos en ciencia e innovación, o si lo lógico sería explotar primero las capacidades desaprovechadas -y atrasadas- que tenemos en la ‘economía real’ de la producción agrícola e industrial, destinando los recursos a ponerlas al día con el conocimiento y los instrumentos que ya existen para que rindan su potencial.
Son discusiones que copan los foros y los escenarIos de los diferentes países y del conjunto de ellos, y van desde el nivel de políticas de gobierno hasta espacios puramente académicos.
Ahora a nosotros nos proponen como camino al desarrollo saltarnos todo lo estudiado, vivido, debatido y conocido, ser originales en el mundo, montarnos y depender de un cuento fantástico. Dejar de pensar en los modelos, sectores y variables que mueven la economía en el resto de los países, donde por diferentes caminos y bajo diferentes esquemas han logrado avances, y remplazar esas experiencias por lo que pudo ser un estudio interesante como ensayo de un escritor, pero que ni de lejos tienen la profundidad para convertirse en columna vertebral para un Plan de Desarrollo.
A falta de una claridad que hoy no existe, lo que se puede entender como ‘economía naranja’ (digamos la creación de un mercado de bienes culturales, espectáculos, etc.), no pasa de ser un sector último y marginal de la economía de países que ya no tiene el problema de debatir sobre el desarrollo.
En Colombia estamos que repetimos como aquel poema de Mario Benedetti, maravilloso por lo conciso, cuando decía lamentándose: “Lejos, muy lejos, como a un niño, me llevaron de la mano…”.