Alex no tiene la estructura del novelista, no sabe de eso, solo quiere dar un paso adelante quizás sin intuir que, quizás, aborda un precipicio.
Al decir que no abandona la guitarra es porque decide que sus canciones hagan parte del territorio que quiere narrar. En cierta forma Alex está tan ciego que apunta a saber qué saldrá. Y no le importa pues está imbuido de su propia suficiencia de intérprete musical. Pero, ¿cuánta razón lleva? ¡Ninguna!
Alex ha sido siempre una aventurero, pero serlo en la vida real, es decir, andar caminos que nunca ha transitado luego de salir de casa, no es lo mismo que irse por los curvas de las letras que, al parecer, no dejan señas, no indica con piedras señeras si vas bien o te estás tropezando.
Sin embargo, esto no es del todo cierto, al menos para Alex. Flórez quizás es hijo de aquella premonición de García Márquez que creía que un vallenato era el resumen más estricto de una novela y de allí su tremendo respeto por Rafael Escalona más versista que músico. Obviamente Escalona no es García Márquez tanto como éste sabe que no es Escalona.
Entonces las canciones, echadas por delante, son prueba irrefutable de que es capaz de realizar una gran síntesis acerca de una vivencia particular. Alex entonces entona Macaján una canción que no es de su autoría aunque si un pretexto adecuado para narrar hasta dónde pudo haber llegado en su pericia juvenil de intérprete y al mismo tiempo cómo es que se asoma alguien al mundo de las cuerdas de una guitarra. Alex está desprendiéndose, sin saberlo ni pretenderlo, dejándose llevar de su edad y las pulsiones, del saber guitarrístico absolutamente artesanal y autodidacta de su padre Alfredo Flórez, El Condor Legendario, como le gustaba llamarse, cuya guitarra primera estuvo simulada por una tabla y unas cuerdas de alambre de púas. Y esto de por sí es absolutamente increíble. Surrealista, grotesco, encantador.
Leo de George Gamow, premio nobel, en Biografía de la Física, la forma como Pitágoras estableció de forma científica las notas musicales: “Convencido de que el mundo está gobernado por los números, investigó la relación entre las longitudes de las cuerdas en los instrumentos musicales que producen combinaciones armónicas de sonidos”.
“A este propósito empleó el llamado "monocordio", es decir, una sola cuerda cuya longitud se puede variar y someter a diferentes tensiones producidas por un peso suspendido a su extremo. Usando el mismo peso y variando la longitud de la cuerda, vio que los pares de sonidos armónicos se producían cuando las longitudes de la cuerda estaban en relaciones numéricas sencillas. La razón de longitud 2:1 correspondía a lo que hoy llamamos "octava'"; la razón 3:2 a una "quinta", la razón
1:3 a una "cuarta". Este descubrimiento fue probablemente la primera formulación matemática de una ley física y se puede muy bien considerar como el primer paso en el desarrollo de lo que hoy conocemos como física teórica”.
Es decir, Pitágoras habría usado la gravedad, por entonces absolutamente desconocida, para producir la tensión en las cuerdas. Leí alguna vez que los mayas hacían huecos en las montañas y el viento producía sonidos que ellos disfrutaban pues eran fruto de su simulación: ponían a la Tierra a sonar a su antojo. Quizás una idea muy primigenia e industrial de que puede usarse a nuestro servicio. ¿Dónde está la gravedad aquí?
Sigue diciendo Gamow: “En la moderna terminología física podemos formular de nuevo el descubrimiento de Pitágoras diciendo que la frecuencia, es decir, el número de vibraciones por segundo de una cuerda determinada, sujeta a una tensión dada, es inversamente proporcional a su longitud”. Y ya esto se parece un poco a lo que hacía el Cóndor que nada sabía de física ondulatoria.
Pero el asunto es todavía muchísimamente más complejo:
“Así, si la segunda cuerda es la mitad de larga que la primera, su frecuencia será dos veces mayor. Si las longitudes de las dos cuerdas están en la proporción de 3:2 o 4:3, sus frecuencias estarán en la proporción de 2:3 ó 3:4. Y hasta aquí la parte que podríamos llamar física.
“Como la parte del cerebro humano que recibe las señales de los nervios del oído está construida de tal forma que una sencilla relación de frecuencia como 3:4 proporciona "placer", mientras que una compleja como 137:171 "desplacer" (hecho que tendrán que explicar los futuros fisiólogos del cerebro), la longitud de las cuerdas que dan un acorde perfecto deben estar en una relación numérica sencilla”.
Y aquí está resumido en su dimensión completa toda la enorme complejidad de la tarea de Alex Flórez que trataré de desmenuzar como quien abre las hojas sucesivas de un repollo. Todo lo que dice Pitágoras es fruto del Principio Antrópico, y Stephen Hawkings diría veinte siglos después que el Universo existe porque el hombre lo interpreta pero, ¿quién separa al hombre del Universo?
Alex interpreta muy bien la guitarra, pero está muy distante de conocer los intríngulis científicos de su arte. Su arte sigue siendo pitagórico y matemático, pero eso no pasa por el conocimiento artístico. En alguna parte de su libro se percata, es más, le sugieren que jamás pise un conservatorio y no es porque no diera la talla, sino porque ya tenía su propia talla, cualquiera que fuera, así se hubiera originado en un alambre de púas. Así como hay un boquete entre los indígenas que hacen sonido con el viento soplando en las montañas, y lo que elabora Pitágoras, también existe una diferencia entre ser autodidacta, pleno de una realidad precientífica, y el guitarrista de academia. Es algo así como la diferencia que podría existir entre el rigor y orden.
Parece que la clave depende de algo mucho más sutil de lo que todavía está “a expensas de los futuros fisiólogos del cerebro”. Si éstos pudieran descifrar por qué para el cerebro humano unas frecuencias son más agradables que otras, de la misma manera podrían diferenciar qué va de gozar un intérprete autodidacta a uno de academia.
¿Será semejante en la literatura? Alex ni siquiera lo está pensando. Sabe que si pudo llegar adonde quiso con la música partiendo de lo que veía hacer con el alambre púas sobre una tabla o, aún sin verlo lo heredó de sangre, entonces con similar licencia puede incursionar en la literatura, si el paso se lo abren sus canciones y, sobre todo las historias que esconde su tesitura.
Y Alex no está solo: lo acompaña nada menos que Pitágoras. Pitágoras fue de los números a la física usando lo que pudo ser un alambre de púas de haberlo habido para la época. Pitágoras fue un autodidacta de la física; es más, pudo haber anticipado a Newton: de alguna manera una cuerda tensada no es más que un resorte liso, y lo de la guitarra es un movimiento oscilatorio que luego será interpretado en función de las leyes del movimiento de Newton. Además, ¿no es cierto que cuando una piedra al caer vibra, ondula, hace música? ¿En qué momento el movimiento rectilíneo uniforme deja de ser vibratorio? No existe ni la más mínima probabilidad de diferenciarlos salvo por cierta racionalidad concupiscente.
Ahora solo falta decir que todas las preciosas, algunas terribles, anécdotas que Alex recoge también son música pues según el Kybalion todo vibra y, obviamente eso lo ratifica la cuántica y la química de partículas.
Para aquellos que pensamos que es imposible que estemos separados del Universo, música y literatura son un simple decir sin diferenciación alguna. García Márquez tenía razón. Alex Flórez también. Pero, ¿y quién es el que empecina en separarnos a todos?
De los hechos resonantes de Alex uno de ellos es haber acompañado a un tenor clásico, el peruano Juan Pedro Flórez en su presentación mundial en el Teatro Real de Madrid. ¿Cómo es que no hubiera recurrido a un guitarrista académico, y sobre todo en España, cuando tanto rigor se necesita en una puesta en escena de esa categoría?
En nuestro medio se podría argüir algo así como, ¿es posible hacer coincidir un piano o un violín con una gaita que no puede afinarse? Es el sentido de la acomodación relativa, es la tensión adrenalínica lo que alienta el riesgo. En el fondo lo que pone en juego el tenor es la capacidad de la aventura, el azar, para fraguar el arte más sofisticado en un provinciano. El tenor se juzga a sí mismo provinciano y se la juega con alguien que también lo es. Desatar toda esa tensión ante un público que sabe produce el triunfo. Pero el terror evanece luego de los primeros acordes.
Entonces el libro merece leerse. Seguro que le encontrarán muchas más facetas que hubiera querido desatar aquí. Por ejemplo, Alex demuestra que si tu pulsión infantil concuerda desde el principio con lo que ha de ser tu destino, tú triunfas indefectiblemente. No todos los seres tienen esa fortuna.
El libro sale barato, el CD de canciones es bailable y la rumba sale gratis.
Notas. Crónicas de un trovador. Alex Flórez Sierra. Ed. Pigmalión. Sobre George Gamow de su libro en PDF se encuentra en la red. Lo de Hawking seguramente puede leerse en Breve historia del tiempo.