Se desplomó José Obdulio Gaviria en el Congreso. De inmediato, la civilización del espectáculo. Diagnósticos médicos vía Twitter, ¡infarto! Vídeos con celulares que muestran el momento inmediato después de la escena. Declaraciones de un lado y del otro. Trending topic. Noticiero del medio día. Opiniones de todos los lados. Todo en minutos. Por un corto plazo, parece que el problema médico de José Obdulio es muy importante, es el centro del mundo.
Hasta que no, hasta que todo pasa y viene otra ronda, de alguna otra cosa. El ciclo se repite, una y otra vez. Está la tentación de quejarse, como Vargas Llosa, que esgrime buenas razones: “En algún momento, en la segunda mitad del siglo XX, el periodismo de las sociedades abiertas de Occidente empezó a relegar discretamente a un segundo plano las que habían sido sus funciones principales -informar, opinar y criticar- para privilegiar otra que hasta entonces había sido secundaria: divertir.” No estoy seguro cuánto sirva tomar un tono moralista que, con nostalgia, asegura que todo tiempo pasado mejor.
Sí sirve, sin duda, pensar sobre las implicaciones a largo plazo de los momentos del espectáculo. Imagino a los amigos del enfermo abriendo Twitter, “¡un infarto, qué angustia!”. Cae el polvo del momento, y no había infarto. Al fin y al cabo, uno se puede desmayar por muchas razones. El eje dramático lo daba, sin embargo, el infarto. Imagínense: “José Obdulio se desmaya, por razones desconocidas, y lo ayuda Lozada, senador de la Farc” o “Probablemente por una baja de azúcar, José Obdulio tuvo un bajonazo y lo ayudó el señor de la Farc”. Grave, no hay forma de viralizar ni abrir el noticiero con esa noticia. Una anécdota de relleno, a lo sumo.
Complementa el eje dramático que el senador Carlos Antonio Lozada de la Farc fue quién llegó de primero a auxiliar al jefe filosófico del Centro Democrático. Al menos, eso dicen algunos, resulta que hasta sobre eso hubo polémica. Todos los elementos del drama en su lugar: un senador de derecha, radical opositor al acuerdo de paz, está a punto de fallecer por que el corazón se le paró hasta que lo salva un exguerrillero que ya no está en las trincheras, sino en los pasillos del Congreso. Observan, con acidez, los de un lado: “¡paradoja!, a este descorazonado lo salva del infarto uno de sus enemigos”. Del otro lado, respondían, con más acidez, “tiene acusaciones por 12 abortos forzados, 3 casos de violación sexual a hombres y 32 casos de reclutamiento, ¡qué va a ser un salvador de nada!”.
En un segundo, quién dijo durante toda la campaña presidencial
que la de Santos era la paz pequeña, el cese de los fusiles, pasó a emocionarnos hasta asegurar que ahora sí era la Paz, con mayúscula grande
Sin embargo, me dio la impresión de que sobrevivió el ángulo más vendedor, el de que aquí había un gesto de paz. Petro fue el más ambicioso, resumió así: “Vimos a un senador de las Farc socorrer con eficacia a un senador del Centro Democrático en un serio percance para su vida. Esa es la Paz.” Y así, en un segundo, quién dijo durante toda la campaña presidencial que lo logrado por Santos era la paz pequeña, el cese de los fusiles, pasó a emocionarnos hasta el punto de asegurar que ahora sí veíamos la Paz, con mayúscula, grande. No sería el único, voces desde todos los lados se animaron a sacar de la acción de Lozada profundas lecturas sobre el futuro de la patria. Miren, por ejemplo, las caras de Lozada y los periodistas en este video. La sonrisa del deber cumplido y la sonrisa de admiración. Alcanzaría la emoción nacional hasta para engrandecer a uno de los políticos más detestados, el médico Roy Barreras que algo hizo también en el suceso.
No logré subirme al tren de la emoción. Habría querido, parecía auténtica la alegría de algunos. Me parece que, ya que casi nadie se acuerda de esa emoción de hace tres días, lo que terminó por revelar el masaje de Lozada a José Obdulio es que hay un sector amplio del país ansioso por encontrar gestos de paz, algún síntoma de reconciliación. La pugnacidad desde el gobierno de Duque contra la construcción de paz, las zancadillas del Fiscal a la justicia transicional han resultado en que muchos busquen señas de que se puede hacer algo más profundo con los acuerdos de la Habana. Hay ansiedad por la reconciliación.
Sin embargo, dudo que signifique algo trascendente el episodio de la semana. Pesimismo, será. Decía Saramago, “los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay”. O, en sus días más pesimistas, decía: “No es que sea pesimista, es que el mundo es pésimo”. A lo mejor algo de eso hay en mi escepticismo, sigue siendo Saramago mi escritor favorito.
Mi hipótesis es que no hay nada trascendente en el masaje del infarto que no fue, que no es esa “la Paz” y que no hay ahí un camino para la reconciliación. Fue un gesto amable de un ser humano con otro, no más. Muy valioso, por supuesto, al fin y al cabo, otros seres humanos en ese recinto se dedicaron a sacar celulares, a trinar, o a mirar para otro lado. Lo digo porque, ya se nos olvidó, estos gestos ya hemos visto: hace unos meses Mockus hizo que Uribe jugara con Castilla, de izquierda radical, a empujarse y sostenerse. Antes, Sandra Ramírez de la Farc, había regalado una mata a Uribe, el titular del momento igual de elocuente al de esta semana: “Un gesto de reconciliación entre Uribe y la excompañera de Tirofijo”. Ya no era la senadora Ramírez sino la esposa de Tirofijo que se vienen más clics.
¿Qué queda de esos gestos? Muy difícil de medir. Cada uno los interpreta a su manera. A lo mejor, suaviza las relaciones entre las élites políticas que se encuentran en esos pasillos. No sé, no conozco esas relaciones. En todo caso, al otro día del conmovedor masaje, Carlos Fernando Mejía, el que más grita en el Centro Democrático, le decía “narcoterrorista” a Pablo Catatumbo, histórico de la Farc, que le respondía, “Más terrorista usted, respete el Senado”.
Para mí, no quedó sino la evidencia de que hay muchos cansados con la beligerancia del día a día y que hay ansiedad por leer síntomas de reconciliación en cualquier momento. Al final, una noticia optimista, el reto queda revelado: construir, desde donde cada uno pueda, la reconciliación más duradera, por fuera del ojo del espectáculo. La reivindicación, al fin y al cabo, de la fuerza de la esperanza.
@afajardoa