#SecretoDeConfesiónEs… tal fue la etiqueta que se difundió en redes sociales el pasado viernes, haciendo eco del tema propuesto por la W radio en su emisión de la mañana. Entre los numerosos trinos y comentarios hechos por los oyentes, resaltaba el elemento común de la concepción de la confesión como un medio de ocultamiento de los abusos sexuales de menores cometidos por parte de miembros de la jerarquía católica. El tema, surgido luego de una decisión judicial en Australia que obliga a los clérigos a denunciar a quien se confiesa de abusos, rompiendo el sigilo que implica el ritual, dejaba de lado el fundamento religioso, a favor de un enfoque eminentemente procesal. Y seguramente con toda razón, pues los abusos de menores han desacreditado a tal punto a la institución eclesiástica, que pareciera que dicho fenómeno fuera sistemático y que perteneciera a la definición estructural de la iglesia.
Más allá de las decisiones jurídicas que han motivado este debate, sí se deberían poner varios interrogantes, sobre todo a los curas, que son unos de los primeros implicados en estos asuntos. De hecho, si bien hay estudios sobre pederastia en el clero, muy probablemente no hay estudios sobre el hecho de confesar dichos abusos por medio del sacramento. Es decir, concluir que la confesión, como elemento constitutivo de una religión, ha sido instrumentalizada para tapar crímenes, me parece un poco apresurado, por lo menos en el campo de la investigación jurídica y científica. Y, ¡atención!, no digo que los abusos no existan, porque ciertamente han sido probados por la justicia civil y canónica en muchos casos (muchos, lamentablemente), pero de ahí a decir que es en la confesión donde se cocinan los ocultamientos y las complicidades, me parece un poco arriesgado.
Y esto lo digo porque siento cierta indignación en que se instrumentalice un elemento religioso (de nuevo, la confesión), para fines tan macabros. La sacralidad de un tal ritual está marcada no solo por su índole religioso, sino por la capacidad de quienes acuden a él para abrir su corazón en confianza y pedir ayuda. La confesión, tal como la conciben los católicos, es, en palabras de Francisco, como una tienda de campaña cuyo objeto es sanar heridas y apaciguar los corazones.
Aún más, debiera cuestionar esto a los curas que en algún momento han favorecido la impunidad por medio de la confesión. De hecho, un confesor puede negar la absolución, es decir, el perdón de los pecados, si “duda de la buena disposición del penitente” (Derecho canónico, 980). Esto es, que si ve que el pecador, que además es criminal (en lo concerniente a abusos, ya sea sexuales, de autoridad o espirituales), no tiene disposición real para cambiar su vida, corregir el error y reparar el daño, pues está casi en la obligación de negarle la absolución sacramental. La misericordia divina, así como la clemencia humana, exigen de parte de sus beneficiarios un compromiso de reparación del daño. Si no, no hay perdón real o absolución de los pecados, porque el proceso de reconciliación quedaría incompleto, y adolecería de mala voluntad. El supuesto calma-conciencias en que se constituiría el sacramento de la confesión, se desvirtuaría si no hay absolución. Aún más, en el afán de reparar el daño, el confesor debe aconsejar al penitente a proceder con lo que fuese necesario para hacer justicia.
A las víctimas, coraje para denunciar, y a los curas, coherencia para no desvirtuar ni atentar contra aquello que dicen custodiar: ¡los sacramentos que celebran y los fieles a ellos confiados!