Nuestro país siempre se ha visto marcado por una constante y al parecer interminable racha de violencia que ha tocado a todos por igual, un baño de sangre y balas que se ha derramado sin importar posición o situación, desde los más altos representantes de la política hasta los más humildes campesinos, dejando de lado si estos se encuentran en los centros de las grandes ciudades o en los más apartados caminos veredales, parece que la muerte en Colombia tiene esa característica omnipresente que antes solo le aludíamos a dios.
Ampliamente utilizada por terroristas y políticos a través de los años, la muerte se ha encargado de desvanecer de nuestro territorio a los más brillantes pensadores, los más prometedores políticos, los más soñadores artistas, deportistas, estudiantes, líderes, mujeres, niños y ancianos, quisiéramos pensar que nuestro país solo sigue una tendencia que se ha globalizado y ha creado un planeta en constante guerra, pero no se puede dejar de lado que la muerte en Colombia más allá de ser un instrumento aleatorio o casual, es la herramienta preferida para eliminar más que personas, ideas.
No es un secreto que en nuestro país pensar diferente tiene un alto costo. Comúnmente se suele pagar con la vida el mero hecho de opinar, generar controversia o propiciar un debate, mientras que en las calles e instituciones se proclaman multitud de leyes y derechos, de comportamiento políticamente correctos, bajo las mesas de los más altos gobernantes se ha hecho un pago más, una consignación más, dirigida a eliminar aquel pensamiento que pone en riesgo sus intereses y los de su círculo cercano.
Así entonces, sin mediar palabras ni argumentos, se distribuyen los panfletos, se hacen las llamadas, se hostigan los lugares, se instaura el miedo y se arrebatan las vidas, dándole así un poco de tiempo más a los políticos corruptos, a los terroristas y bandidos de ser un día más aquello que siempre soñaron ser, de tener lo que siempre anhelaron tener, pero que no los llena.
De muerte en muerte se apagan las ideas y se proclama el terror, susurros temerosos aún recorren las calles bajo el ruido macabro de los fusiles, susurros de esperanza, de valentía y cambio, pero que seguramente serán acallados, mientras los medios de comunicación nos mienten y nos dividen, la mancha de sangre se desliza por nuestros campos y ciudades, haciéndonos creer que hay muertos buenos y muertos malos, ocultándonos la verdad, esa verdad que haría que el mismo palacio de justicia, el congreso y los cimientos de la casa de Nariño se vinieran abajo.
¿Hasta cuándo? Es la pregunta que muchos se hacen a diario, y que lamentablemente hace 50 años ya se hacían los colombianos. El fin de la guerra y la violencia está lejos aún, pero son esos susurros temerosos y valientes a la vez, los que te invitan a creer que quizás algún día acabará, que sucederá algo diferente, mientras tanto, sigamos leyendo los panfletos y obituarios, esperando que algún día se den cuenta que la muerte es la peor muestra de debilidad, que hasta un niño de 12 años puede matar y que cuando asesinan una idea sin enfrentarla, solo enseñan el fracaso para demostrar que tienen la razón… Y aunque proclamen la muerte como victoria, la realidad es que desde antes de pulsar el gatillo, ya estaban derrotados.