Pedro, el irreverente especialista en perder el tiempo

Pedro, el irreverente especialista en perder el tiempo

Él es uno de esos personajes memorables que uno nunca olvida. Aunque el autor lo conoció en Valledupar, los chismosos dicen que ahora vive en Bogotá

Por: WLADIMIR PINO SANJUR
mayo 22, 2019
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Pedro, el irreverente especialista en perder el tiempo
Foto: Píxabay

Pedro Antonio es un viejo amigo de tertulias políticas y charlas futbolísticas, además un compañero con el que comparto aficiones como la de la lectura, el cine, entre otras. Traigo a colación a este personaje pues amanecí pensando en muchas de sus anécdotas.

Pedro es especialista en perder el tiempo y en ocuparse en no hacer nada. Por tanto, durante mucho tiempo instaló su oficina, así autodenominaba la mesa contigua al lavamanos de la cafetería, en el almacén Éxito del centro de Valledupar. Allí llegaba desde las 11 de la mañana y se iba a las 6 de la tarde. Ahí, con aire acondicionado, disfrutaba leyendo los periódicos, revistas y libros sin necesidad de comprarlos.

Para esos días yo almorzaba en el centro, entonces tomé como costumbre almorzar en el Éxito y hacer tertulia con Pedro al mediodía. Una vez conversábamos de religión y otro amigo que se sumó a la charla nos daba una cátedra del buen cristianismo, de los deberes del hombre espiritual y de la promesa de la vida después de la muerte. Pedro observó al amigo de arriba abajo, como buscando algo por donde empezar a rebatir sus argumentos, hasta que vio colgado en su cuello una cadena de plata con un dije grande en forma de Cruz. Pedro se acercó y tomó en su mano el crucifijo y sentenció una de las frases más contundentes que he escuchado en mi vida: “Si Jesús hubiera muerto ahogado viejo, Wlady, te aseguro que los cristianos cargarían en vez de cruces en el cuello un balde de agua en la espalda”. Entre risas y choques de manos me despedí rumbo a mi lugar de labores.

Otro día lo encontré con el periódico El Tiempo abierto en la página de deportes, apenas me vio, dijo: “Mire, viejo Wlady —señalándome con el dedo índice un titular de prensa que decía James le prestó su jet privado a Arturo Vidal para viajar a Barcelona”. A mí me sorprendió la noticia y me alegré por ese gran futbolista colombiano que ya tenía avión privado. Por su rostro noté que a Pedro algo le incomodaba de la noticia, entonces le pregunté: “Compa, ¿que no se alegra por James?”. Él, con rostro adusto, me dijo: “No es por James, a la hora de la verdad yo ni lo conozco, pero no es justo que un hombre pateando un balón gane tanta plata y mi hermano Alberto, que es médico de la Universidad de Buenos Aires y especialista de nefrología, la semana pasada para ir a Villavicencio se tuvo que ir en Copetran”. En un primer momento lo tomé como una de sus brillantes ocurrencias, pero hoy, años después, creo que es una verdad y una injusticia real.

Con Pedro era difícil no hablar de dinero, siempre tenía el deseo de ganarlo de manera fácil, rápida y en abundancia. Como se imaginarán, es un aficionado de las loterías y los juegos de azar que pagan jugosos premios. Pues bien, un buen día lo encontré alegre en la cinco esquinas y en el camino hacía el Éxito le pregunté por qué estaba tan alegre. Él, dándome un golpe en la espalda, me respondió: “Sencillo, mi querido jurista, yo tengo dos días felices y dos días tristes en la semana. Los días más felices son los miércoles y los sábados. Los dos días más tristes son los jueves y los domingos”. Yo, esperando una de esas respuestas que él solo sabe dar, le pregunté: “Eche, ¿y eso por qué?”. Con una sonrisa burlona en el rostro me dijo: “Estimado hombre de letras, usted no ve que los miércoles y sábados tengo la ilusión de ganarme el baloto y los jueves y domingos me levanto con la funesta noticia de que sigo siendo pobre”.

En ese afán de volverse rico de la noche a la mañana escuchó hablar de las iglesias evangélicas y los cultos de prosperidad, entonces por esos días hablaba de las camionetas y casas lujosas de los hermanos de la congregación, de fincas y negocios productivos, del universo y la conspiración de Jesucristo hacia sus amigos para hacerlos prósperos y millonarios. Yo no le rebatía nada, solo lo escuchaba y me alegraba de que estuviera asistiendo a la iglesia. No obstante, un día dejó de comentarme sobre la iglesia.

Decidí preguntarle qué había sucedido. Me contó de los cultos de prosperidad y de la fe que le había puesto a esos rituales, pero que un día le había mirado el cuello de la camisa al pastor y se había sorprendido al verlo todo desgastado, como llamando ruina, contrastando con la palabra que predicaba. Él lo pasó por alto pensando en cualquier descuido de la mujer hasta que vio algo que lo cambió todo. Me dijo: “Wlady, un cuello lullido lo tiene cualquiera, pero, nojoda, el man que me iba a volver rico lo vi en pleno callejón sin pavimento del barrio la Nevada, saliendo de una casa humilde en una bicicleta que se le salía la cadena, entonces yo me puse a pensar, nojoda si no se ha vuelto rico él, ¿qué esperanzas tengo de volverme rico yo? Así que regresé al mundo, mi hermano”.

Hoy Pedro no está en Valledupar. Dicen los amigos en común que está en Bogota y que su rutina está entre la Biblioteca Luis Ángel Arango y el Centro Cultural García Márquez. También comentan que sigue ejerciendo el oficio que más le gusta: “leer periódicos y revistas gratis y que complementa su tiempo no haciendo nada”.

 

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