Confieso, estoy en pánico
Opinión

Confieso, estoy en pánico

Por:
abril 08, 2014
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Tengo que confesar que realmente estoy en pánico: lo que le acaba de suceder a Natalia Ponce de León llenó la copa de temores que venía acumulando por el creciente número de mujeres quemadas por ácido, desfiguradas y con su vida destrozada. Y no solo se trata de reconocer esta horrible acumulación de actos similares sino que lo que está sucediendo aumenta los temores de cualquiera. Es aceptar el hecho de que estamos ante unas fuerzas policiales y un sistema de justicia lentos que no tienen las herramientas para encontrar a un culpable que, como en los otros casos similares, actuó por despecho: por enfrentase a mujeres que no se subyugan fácilmente. Pasó una semana antes de que se lograra capturar al presunto culpable. Puede ser eficiente para la Policía pero para los ciudadanos del común, para la familia y amigos de Natalia ha sido demasiado. Ahora falta ver que le sucede a este individuo y si no lo sueltan por no tener pruebas suficientes. Ese es el grado de confianza que tenemos en la justicia colombiana. Se requiere un castigo ejemplar frente a esta nueva y sórdida modalidad de hacer el mal.

Qué contraste con lo sucedido en el caso del funcionario de la DEA que fue víctima del paseo millonario. Como era gringo y la Embajada de Estados Unidos estaba de por medio, en minutos se encontraron a los culpables. Si Natalia hubiese sido gringa, el criminal ya estaría en el calabozo (o, al menos, varios sospechosos capturados). Esas son las profundas inconsecuencias e injusticias de esta sociedad y de sus instituciones.

La inseguridad ciudadana se ha desbordado y esto es absolutamente innegable pero que el hecho de ser mujer ya se convierta en un nuevo riesgo es, no solo imperdonable, sino prueba de que seguimos siendo parte de una sociedad patriarcal que, en términos de los valores, se estancó en el siglo XVI. No poder salir a caminar porque, independientemente del lugar en que se viva en esta ciudad estratificada, se corre el peligro, además de que le roben el celular, de ser desfigurada por X o Y motivo que solo es propio de sociedades salvajes.

Para que con esta crisis no pase lo de siempre y que solo cuando haya un nuevo evento se recuerde, es necesaria la colaboración de toda la ciudadanía, del gobierno y de las instituciones encargadas de la seguridad y de la justicia. Empezando por ésta última: la ciudad y probablemente el país esperan que el culpable, y los otros responsables de casos similares que han quedado en el olvido, sean capturados, juzgados y sentenciados con penas ejemplarizantes. Ese sería un primer e imprescindible paso para lograr frenar esta nueva y “renovada” ola de violencia contra la mujer.

El país está atento a la respuesta, hasta ahora lenta, de las autoridades a las cuales les corresponde actuar en este caso. No hay disculpa posible y si no los encuentran o los sueltan "porque no se consideran una amenaza para la sociedad”, las mujeres debemos, ahora sí, empezar a salir con máscaras como indicador de nuestra protesta. A su vez, por doloroso que esto sea, la familia, los amigos de Natalia y de las otras mujeres víctimas de este tipo de crímenes que no se han resuelto, tienen la obligación moral de dar a las autoridades toda la información necesaria para que se acaben las disculpas que justifican que no se haga justicia contra los causantes de la violencia contra las mujeres.

Mientras tanto, toda la solidaridad con Natalia y con todas las víctimas de la violencia contra las mujeres. Nuestros mejores deseos para todas ellas y particularmente para Natalia, no solo para que salga adelante de esta etapa crítica  sino para que tenga el valor necesario para la dura etapa que le espera. Mientras tanto, confieso, de nuevo: tengo pánico de salir a la calle. Y esto debe estarle sucediendo a millones de mujeres en Colombia.

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