Contaba el filósofo Zygmunt Bauman que en el pasado los padres tenían tanto hijos como les fuera posible (entre otras razones menos crudas) para contar con una fuerza laboral gratuita que brindara un apoyo adicional para recoger la cosecha, labrar los campos o cuidar de los animales. Una razón de peso, en una sociedad que era eminentemente rural y que dependía, casi de forma exclusiva, de las manos dispuestas y útiles para sacar adelante el porvenir familiar. De ahí la coincidencia, entre las palabras prole (hijos, descendencia) y proletariado (clase trabajadora). Por supuesto, todo ha cambiado. Los campos fueron abandonados por la promesa moderna de la ciudad y por efecto, las razones que hoy llevan a los padres a serlo son distintas. Para Bauman, palabras más, palabras menos, la maternidad y paternidad, en la actualidad, responden a otro tipo de necesidad: la búsqueda de sentido en la vida de los adultos. Los hijos se convirtieron en el proletariado de la felicidad de sus padres. Niñas y niños inocentes en muchas ocasiones rescatan a sus progenitores de matrimonios derrumbados, soledades ensordecedoras o crisis existenciales sin salida.
Dicha realidad se manifiesta -y amplifica- cuando se conciben a los hijos como objetos de exhibición en las redes sociales. Al parecer, ni siquiera convertirse en padres escapa de la terrible verdad de nuestros días: nada existe si no se publica. Mujeres anémicas después de un difícil parto agradecen al milagro de la vida en Instagram, mientras sostienen a un recién nacido arrugado y violáceo bautizado con un hashtag. Junto a ellas hombres sonrientes, sin rasgos de dolor alguno, relatan su experiencia a la hora de parir, luego de haber pasado meses convencidos de que ellos también estuvieron embarazados. Una afrenta biológica monumental. Y así pasa el tiempo y cada movimiento de sus hijos es registrado y publicado en las redes, sin consideración alguna de lo que -a futuro- podría pensar el niño o la niña o siquiera medir los riesgos a los que son sometidos al publicar sus vidas en escenarios conocidamente peligrosos como los son Facebook, Instagram o Twitter.
La realidad se manifiesta y amplifica cuando se conciben a los hijos
como objetos de exhibición en las redes sociales.
Ni siquiera convertirse en padres escapa al nada existe si no se publica
No obstante, el debate no se limita a la moral o al buen gusto. La vulneración del derecho de intimidad de los niños, cada vez es más evidente, común y masiva. No existe, ni existirá, la atribución legal de los padres para que pongan en riesgo dicho derecho. La intimidad del menor es del menor y por ende debe ser respetada, incluso -y sobre todo- por sus papás. Vale la pena aclarar que no todo acto de la vida de un hijo es íntimo; tampoco se trata de esconderlos al mundo, jamás lo han estado o deberían estarlo. Una niña leyendo un cuento, pateando un balón o cantando la -insufrible pero pegajosa- vaca Lola, son actos que podrían hacerse en un parque, en un restaurante o en la sala de la casa de los abuelos, sin que esto vulnere la intimidad del menor, y en principio, su publicación en redes sociales no es dañina. Cada papá y mamá del mundo solo debería considerar que toda exposición de un niño o una niña incluye el riesgo de poner a disposición de desconocidos -incluyendo pedófilos y envidiosos- fotografías o videos que nadie sabe a ciencia cierta cómo serán utilizados.
Para reconocer las fronteras de la intimidad de los hijos, bastaría hacer un test moral muy simple, respondiendo esta pregunta: ¿me incomodaría o molestaría si alguien más publicara una foto similar mía o un video personal en redes sociales sin mi consentimiento?. Es claro que a casi ningún adulto le complacería que sus fotos en la ducha o el inodoro, las conocieran todos sus “amigos” del Facebook o para casi ninguna mamá sería razón de orgullo que quedaran expuestas ante todos sus seguidores sus más privadas muestras de dolor o rabia. Siendo ese el caso, no tiene sentido, propósito e incluso legalidad, estar revelando ante el mundo la porción más privada y propia de la vida de los niños. Si los padres no se detienen en su afán de exhibir la intimidad de sus hijos (para agradar a sus públicos en redes sociales) es muy posible que en el futuro cursen demandan de menores en búsqueda de indemnizaciones por padres abusivos que no entendieron cuáles son los límites de sus derechos e incumplieron su deber -ese sí consagrado en normas locales e internacionales- de proteger y velar por la seguridad de sus familias.
Ya se están presentado las primeras demandas en Europa. Pueden revisar.