Esta semana, Vicky Dávila debutó como columnista de Semana. Escribió sobre el Ñoño Elías y la campaña de Juan Manuel Santos de 2014. Más allá del valor de la entrevista exclusiva a Elías, la columna de Vicky es interesante porque aporta luces sobre el momento definitivo del comienzo del siglo XXI en Colombia. En esa segunda vuelta de 2014 se decidía el camino a seguir en el proceso de paz del Gobierno Santos con las Farc, que determinaría la construcción política y social de Colombia, por lo menos, en la siguiente década.
La confesión de Elías, que no es nueva, es una pieza más que demuestra que Santos y su grupo, después de haber sido derrotados en la primera vuelta de 2014 por Uribe y su candidato de turno Oscar Iván Zuluaga, decidieron apelar al todo vale. Podría decirse que es historia vieja. Al fin y al cabo, Juan Manuel Santos había transitado por todos los gobiernos desde los 90 y en 2010 finalmente ganó la Presidencia, derrotando a la Ola Verde, prometiendo seguir con cada una de las tesis uribistas. Muy rápidamente, sin embargo, traicionó su discurso electoral y decidió crear su propia agenda. Es decir, el todo vale ahí de nuevo, decir una cosa en campaña para luego hacer otra.
El ángulo interesante y novedoso es que el giro de Santos fue para jugársela a fondo por terminar el conflicto con las Farc. Vale la pena insistir en que el proceso no resultó en hacer la paz, algo mucho más grande, sino en silenciar las armas que es un primer paso, gigantesco. Entonces, un fin noble, cesar la guerra de más de 50 años, terminó mediado por el clientelismo y, según Elías y otros tantos, la financiación abiertamente ilegal de las campañas de Santos.
Esta contradicción, por supuesto, incubaría la derrota de la construcción real de la paz en Colombia. Convencidos de que la estrategia de la segunda vuelta de 2014 serviría para siempre, antes del plebiscito, Santos y su grupo se entregaron a flojísimas campañas de comunicaciones anticuadas y elitistas y, paralelamente, a repartir la mermelada que quedaba. La estrategia queda bien clara en otro video que compartió Vicky Dávila: Santos explica que hay obras en Sahagún por la intermediación política del Ñoño, Musa y Tous, que resulta efectiva porque ahí sacó muchos votos en 2014. Es decir, Santos invierte en donde saca votos y amarraba mayor inversión a los futuros votos del plebiscito. No había discurso ni pedagogía de la paz, solamente grandes, costosas e ineficientes campañas viejas diseñadas en el norte de Bogotá y política menuda en las regiones. Por supuesto, no ayudaría que condujera esta pedagogía, Humberto de la Calle que estuvo en absolutamente todos los gobiernos desde el de César Gaviria (incluyendo el de Alvaro Uribe, a quién apoyó en su reelección). No había con él, por más buen uso del verbo que pueda tener, ninguna posibilidad de explicar la renovación que vendría en el país después de la “paz”.
Más ágil y más moderno, Uribe sencillamente acudió a lo de emberracar a la gente y hacer política uno por uno. Derrota inesperada y dolorosa del Sí en el plebiscito. Luego, Santos logró lo que mejor sabe hacer, conducir la política en los cuartos cerrados. Jamás ha sido su fuerte el escenario público. Y, sin lugar a dudas, esa habilidad es fundamental para explicar lo que pasó en Colombia desde entonces. Solo Juan Manuel Santos -por su apellido que lo ubica en el centro de los poderes desde hace 100 años y su pasado uribista- podía conducir un proceso de paz con las Farc y solo él podía manejar la política para volver una derrota en el plebiscito en una aprobación del proceso de paz y, claro, en un Nobel. De nuevo, como en cada paso de esta historia, la forma incuba la derrota de fondo. El fin justifica los medios y sus limitaciones. La aprobación a marchas forzadas del acuerdo de La Habana en un congreso que no representa nada, no conquistaría a las mayorías ciudadanas que, evidentemente, no entendieron las razones del proceso y, mucho menos, entenderían que si ganó el No al final ganó el Sí. Eso había que explicarlo además de negociarlo entre políticos.
La dificultad, por supuesto, es que a lo mejor era imposible sacar adelante el acuerdo y, al mismo tiempo, conquistar a las mayorías. Esa conquista requiere de algún carisma, algún rasgo de autenticidad. Solo Santos, con todos sus defectos, podía negociar la paz. Esos defectos resultarían en perder el plebiscito. El jugador de póker, solamente, podía volver una derrota en una “victoria”. Solo así se desarmarían las Farc. Al fin y al cabo, Santos, Sergio Jaramillo, Álvaro Uribe, Humberto de la Calle y demás miembros de la Unidad Nacional habían sido ejes fundamentales de la seguridad democrática y conocían sus limitaciones. El jugador de póker, sin embargo, es la oda al engaño. Imposible saber si estas inevitabilidades son reales, queda a juicio de cada uno.
Santos llevó el clientelismo a los mayores niveles de la historia y sembró, ahí,
la polarización, desconfianza y rabia que hemos vivido
De ahí, la gran duda: a lo mejor valió la pena lo del fin justifica los medios de Santos. Yo creo que Oscar Iván Zuluaga no habría cerrado el proceso de paz con las Farc. Pero, ¿estaríamos mejor si hubiera ganado la Ola Verde en 2010? Difícilmente los poderes tradicionales habrían dejado que Mockus condujera una negociación con las Farc. Solamente uno de los suyos podía hacerlo. Por lo menos, en todo caso, habría avanzado el país en luchar contra el clientelismo que es la destrucción de la política y, más grave, de la confianza ciudadana en sus instituciones. Santos llevó el clientelismo a los mayores niveles de la historia y sembró, ahí, la polarización, desconfianza y rabia que hemos vivido desde entonces. El último paso para esa siembra desastrosa empezó con el fracaso total del “posconflicto”. Le crearon una burocracia a Rafael Pardo, a quién Santos -en su período uribista- había denunciado como cercano a las Farc, y a la fecha no sabemos cuál fue el impacto de esas inversiones. Más de cuatro años negociando y no había un plan serio a implementar en el posconflicto. De ahí, el auge de Guacho, la cocaína y demás. Por supuesto, habiendo negociado todo con los políticos, los fondos de la “paz” terminaron inmersos en la corrupción de siempre.
Está siempre la tentación de entrar en el terreno del análisis psicológico del líder político. “Santos ansiaba, desde niño, andar en carruaje con la Reina de Inglaterra y el Nobel, lo demás no le importaba”. Ahora creo que esa forma, aunque atractiva y a lo mejor certera, es simplista. Me resisto a creer que no haya una visión más elaborada y más compleja del asunto. En estos días, Santos goza de mayor popularidad que en su época de presidente. Bien merecida, quizás, ha sido serio, prudente y hasta divertido. Sin duda es ahora una figura mucho más interesante. Sin embargo, sobre esto Laura Ardila, periodista que cubre la región Caribe en La Silla Vacía, decía: “Ustedes romantizan a Santos porque no cubrieron la Ñoñomanía”.
Laura Ardila, periodista que cubre la región Caribe en La Silla Vacía, decía:
“Ustedes romantizan a Santos porque no cubrieron la Ñoñomanía”.
La puntada final de la contradicción constante de Santos fue evidente esta semana. Poco o nada apareció en los análisis que Santos armó, otra, burocracia llamada Ministerio de la Presidencia para entregársela a Néstor Humberto Martínez. Luego, lo nombraría Fiscal. Hasta hoy, pagamos las consecuencias. Paradójicamente, el mayor daño de esa decisión resultó ser a la construcción de la paz, que pasa en buena parte por la legitimidad de la justicia transicional. Creería uno que ese era el legado de mayor interés para Santos. Puede ser que tuviera algún temor de la sombra de Odebrecht.
Coincido entonces con Vicky, dejen hablar al Ñoño, pero que sea a dos voces con Santos. A mi ya no me interesa un juicio moral o ético, en realidad, pienso que admitiendo la complejidad, las contradicciones y revelando el truco del póker, Santos daría mayor solidez a su paso, histórico, por el poder en Colombia.
@afajardoa