Ni Maradona, ni Gardel, ni Borges, ni Evita, ni Fangio, ni Bergoglio, ni el Che, ni Máxima, ni Messi, ni Ringo Bonavena, ni nadie ahora mismo está sacando tantas chispas a la sociedad argentina, como Cristina Fernández y Mauricio Macri, que se roban las miradas, provocan polarización y mantienen en vilo a tirios y troyanos. Como se sabe nada está escrito, pero en principio ambos se enfrentarán en las elecciones presidenciales de este año. Esto no es una verdad apodíctica, ya que en política el tiempo va más rápido que el reloj. De momento, el tic-tac del reloj está corriendo en contra de los dos. Los puede aplastar.
¿La justicia sentará en el banquillo a Cristina el próximo martes 21 de mayo cuando está previsto que se inicie el juicio oral por presuntas irregularidades en la obra pública de Santa Cruz? ¿Acudirá a esa cita? ¿Cómo obrará la Corte Suprema en este caso, cuando de los 5 miembros, 4 son peronistas? ¿Qué tal que los nervios saquen de casillas a Cristina? ¿A Macri lo destripará otra subida de aúpa del dólar y el desplome del precio de la soya como consecuencia de la guerra comercial Trump-Xi, la venta de carne seguirá perdiendo mercados, el campo estallará presionado por la devaluación del peso? A estas alturas del partido, Macri pierde por abultado marcador y a Cristina le falta un banquillo con figuras para aguantar el resultado.
El momento es crítico. De ahí la crónica del NYT, el 10 mayo, que tituló La miseria argentina puede traer el populismo de vuelta. Tan crítico es que se está pasando de los "descamisados" de Evita a los "esquilmados" de Macri. El rotativo americano muestra unas fotos patéticas: una, en Entre Ríos, más de 6.000 familias se asentaron cerca de un basurero municipal, sobreviven buscando restos de comida y ropa para vender en mercados de segundas. La gran apuesta de Macri, hace cuatro años, fue romper con el populismo que destruye el presupuesto y dominó Argentina durante gran parte del siglo XX y se introdujo en las inciertas aritméticas y movedizas arenas de la economía ortodoxa. Suprimió los subsidios de electricidad, combustible, transporte. Quitó el cepo cambiario que presionaba a la inflación y a la fuga de capitales, desreguló las finanzas, bajó retenciones, con el objetivo de traer las tan deseadas —a menudo, quedan en ensoñaciones— inversiones extranjeras. Macri abría la puerta a la Argentina moderna, que vive así, en estado de hibernación, hace más de 50 años, esperando que de verdad alguien la modernice.
Parto de la buena voluntad de Macri. ¿Tiene capacidad? Es un ingeniero, lo cual no lo inhabilita para gobernar. Es un empresario, sin la bilirrubina que tiene su gran amigo y también empresario, un tal Donald Trump. Su hecho relevante (background) fue ser un exitoso presidente de Boca Juniors, con el cual ganó varios títulos. Pero esto resulta pírrico cuando enfrente tienes a los mercados internacionales, que carecen de piedad y riñen con el altruísmo. Cuando el dios dólar es despótico en sus mandamientos e inflexible en sus reglas. Y en el mundo las guerras viven recomponiendo los mapas y los desplazamientos están al orden del día; ¿cuántos argentinos hay en EE. UU.? El mundo es así. Hay que mirarlo sin pánico. Sin complejos. Y rectificar sin aspavientos. En junio de 2018, Paul Volcker, declaró en La Nación: "Creo que para lograr prosperidad económica debemos lidiar con la inflación primero, y nunca es indoloro. La Argentina tiene una larga historia de gestiones equivocadas". La buena voluntad de Macri se estrelló en 2018 con la cruel realidad. Todos los indicadores económicos se dispararon y tienen con el agua al cuello al 80% de los argentinos. Macri no se lo esperaba, recibió varios goles en su contra. Está perdiendo el campeonato, porque la estrategia falló.
Esto envalentonó a Cristina Fernández de Kirchner, que parecía desterrada. En cinco días hizo dos apariciones fulgurantes. El 9 de mayo en la feria del libro de Buenos Aires para lanzar sus memorias, con las que quiere poner "a pensar a todos los argentinos", y el martes 14 de mayo, acudió a la sede del Partido Justicialista, a los que ignoró históricamente, para un encuentro con los barones pejotistas. Ante ellos se declaró “profundamente peronista”. Nunca lo había reconocido de esta manera, ni en público y menos en privado. Se centró en pedir una coalición lo más “ancha posible”. Esta es una Cristina nueva, aplacada. En 2015, su engranaje político se dividió, y Florencio Randazzo, peronista y exministro de Cristina, resultó pieza clave para su derrota con Cambiemos, el grupo que fundo Macri. Quiere el mayor número de apoyos, a Sergio Massa a Daniel Scioli. La mirada de CFK está puesta en la Casa Rosada. Más cuando las alarmas se prendieron en Cambiemos por la derrota aplastante que Macri sufrió en las elecciones del domingo 12 de mayo en la provincia de Córdoba con el peronismo.
La nación más importante de América Latina, después de Brasil, puede estallar. El tic-tac resuena en la mente de CFK. Sentarse ante la justicia, a quién favorece: ¿A Macri? ¿A ella misma? En este tipo de acciones lo irracional puede adquirir dimensiones ciclópeas. José María Aznar tenía perfil de sargentoide. Un día ETA le puso una bomba. Su coche quedó irreconocible. De entre los hierros retorcidos, España entera vio salir la figura de Aznar, sin un solo rasguño y acomodándose en su sitio el nudo de la corbata. Aznar surgió de ese amasijo convertido en general. Y ganó las elecciones a Felipe González. Aquí lo que obra es lo irracional. Una Cristina vapuleada por unos jueces. Un rostro coronado por las lágrimas. Unas palabras entrecortadas, sollozos adoloridos que hablan de "persecución", de "venganza macrista". De la derecha neoliberal que la pone de "chivo expiatorio"… Argentina entera lloraría, miles de argentinos, imitando a los amalecitas bíblicos, cubrirían sus cabezas de polvo y ceniza, en señal de aflicción.
Macri habla de una economía sana, abierta al mundo. A Cristina se le recuerda por la intransigencia en sus postulados económicos, su aislamiento internacional y un hermetismo donde nadie sabía a ciencia cierta los indicadores económicos de su gobierno. Cristina fue mas proteccionista y muy crítica del endeudamiento externo. Macri se hizo a un rescate de 57.000 millones de dólares del FMI. ¿Qué ha hecho con este dinero? ¿Hipotecar el futuro de las dos próximas generaciones? Los vencimientos de esta deuda los deberá afrontar el próximo gobierno. Es una espada de Damocles que apunta a toda la espina dorsal. Perdón por mencionarlo, pero planea el fantasma del 2001. Que nadie quiere que vuelva a ocurrir. El tic-tac corre contra Mauricio Macri, si la prima de riesgo sigue subiendo, si el peso seguirá perdiendo valor, si la fuga de capitales se acentúa, sus días están contados. En el último momento, como la política tiene su propia inmanencia, la contienda electoral podría terminar entre Martín Lousteau, radical, y Daniel Scioli, peronista.
Habrá una pregunta crucial que se harán los argentinos: ¿con quién se vivía mejor, con Cristina o con Macri? Si el papa Francisco fuera a votar, tal vez votaría con el corazón a Cristina y con la cabeza a Mauricio.
Hubo un día y un momento en que los argentinos fueron los seres más felices del mundo: el día que Oscar Bonavena tumbó en el ring del Madison Square Garden al intocable y colosal Muhammad Ali. Ese día la argentinidad tocó las fibras más íntimas de cada uno de los argentinos, que los llevó a pensar que ser argentino es lo más grande del mundo. ¿Por qué la política tiene que ir contra el pueblo argentino y ocasionar sufrimiento? ¿Por qué en América Latina lo que progresa es el subdesarrollo, la pobreza, las injusticias y la corrupción aplasta cualquier principio moral? ¿Nunca habrá una cita con la felicidad para la argentinidad, señores de Unión Cívica Radical y Peronismo o Partido Justicialista? El reloj apremia para todos. Pongámonos una cita: Es la hora de Argentina. Es la hora de Indoamérica como decía Víctor Raúl Haya de la Torre.