¿Por qué la única reflexión que hay sobre el caso de Natalia Ponce de León es sobre las clases sociales, la injusticia y lo podrido que está el país? Si bien es claro que éstas son las aristas más importantes de este crimen en particular es seguro que no son las únicas. Un caso como este debería hacernos reflexionar también sobre nuestra propia naturaleza.
El asunto es que todos ponen el grito en el teclado cuando se dan cuenta de lo vulnerables que somos. Hasta los periodistas se excusan de hacer su trabajo sólo para las clases altas dando profundas reflexiones sobre lo injusto que es el país y sobre la gran brecha social.
El asunto es que sí dieron dinero para capturar al agresor y la policía sí hizo algo. ¿Qué pasa con las otras víctimas, las que no aparecen con nombre y apellido sino como una estadística? Es que la estadística somos nosotros, los colombianos. El nombre y apellido lo tienen otros, lo que nos demuestra una única cosa: lo vulnerable que somos. De ahí puede provenir todo el rechazo de la cobertura de estos casos en periódicos reconocidos del país, cada vez más en decadencia, que sí se preocupan por alguien importante pero no por los colombianos en general. Tenemos miedo. Si algo nos sucediera seríamos un número. Nunca una noticia. Nunca un seguimiento. Nunca una búsqueda. Allá sale la gente a decir que las clases sociales se notan. Eso ya lo sabemos. Los vivimos todos los días. Lo aceptamos todos los días. Nos conformamos hasta que las noticias nos vuelven a mostrar que si algo nos pasara seríamos la estadística y no el nombre. Salimos a dar quejas no sólo por las víctimas sino también por el miedo que tenemos de perder identidad, de darnos cuenta de que estamos más hacia el lado que no se cuenta del que se quiere contar.
Ya sabemos que la justicia no hace nada por nosotros y que la policía no hace nada por nosotros. Y aún así seguimos caminando con miedo todos los días, cambiándonos de acera, hasta que las noticias, que en muchos casos nos distraen en vez de informarnos, nos recuerdan que hay que seguir caminando con miedo no sólo de que roben, abusen, ultrajen, desfiguren, sino también de que eliminen identidad y peguen un número de caso al expediente. Nadie les va a ayudar. Ni siquiera ustedes mismos.
Este caso aterrador deja mucho qué pensar, pero no únicamente en términos de lo que hacen los otros, sino de nuestra propia cultura. ¿Qué hace que un caso como éste se reproduzca? Es que si hubiera sido un único acontecimiento quizás se le podría relegar la responsabilidad a un solo individuo, pero en el caso en que se reproduce igualmente, cada vez de forma más macabra, hay que pensar con mayor seriedad. ¿Qué estamos pensando sobre el amor no correspondido? Da la sensación de que el amor y la venganza se entrecruzaran, como si hacerse acreedor de una es volverse culpable de la otra. ¿Cómo afrontamos el rechazo?, ¿de dónde sacamos el derecho de planificar un acto macabro?, ¿cómo legitimamos nuestras críticas si diariamente vivimos en la resignación, acostumbrados a ser abusados? Me arriesgo a pensar que el caso de Natalia Ponce de León es un síntoma social y hay que buscar la causa, sin echarle la culpa a un individuo o a un medio de comunicación social. Ellos son la manifestación de la causa, no la causa en sí misma. Ellos son un efecto de lo mucho que hemos soportado, de lo que siempre hemos callado. Nos hemos pasado la vida abusando de los demás, siendo victimarios y jugando a las víctimas dolientes. Todos los días.
No es solidario el que escribe en Facebook sobre los demás casos de abusos a penas se evidencia de que no, no señor, usted no hace parte del cinco por ciento, sino del noventa y cinco. No es una reflexión nueva. Es, en definitiva, una misma razón que he leído desde hace tanto tiempo que me deja en claro que en Colombia ya la gente ni piensa bien en qué es lo que sucede con un hecho específico sino que a todo le van dando la misma causa. Y sí tiene un mismo origen. Eso no significa que deban llegar a la misma conclusión.