Lo empecé a leer con desgano. Nunca pensé que Alejandro Gaviria fuera más que un buen ministro de Salud. No sabía que era un humanista, un educador humanista, una especie de Estanislao Zuleta sobrio. Bastan leer unas pocas páginas de su nuevo libro para ponernos a llorar: un político que se atreva a advertirnos sobre los peligros que conlleva la búsqueda desesperada del aplauso en redes sociales a partir de la lectura de Orwell y que no muera en el intento no debe ser un político colombiano. Parece más bien un ministro de Francois Mitterrand.
No creo que un humanista, un intelectual verdadero, se sienta bien en un consejo de ministros con esa nulidad de Guillermo Botero, con la probada frivolidad de Alicia Arango, con la tecnocracia enfermiza del joven Jonathan Malagón, ¿qué conversación podría cruzar con Nancy Patricia Gutiérrez? Para la economía naranja un intelectual es alguien tan pragmático y técnico como Sergio Fajardo. Por cierto, estoy mamado de que digan que Sergio Fajardo es una persona culta solo porque es estudiado, porque es académico. La academia muchas veces no va de la mano con la verdadera intelectualidad. Yo no me imagino a Sergio Fajardo tomando una postura estética sobre la Montaña Mágica de Thomas Mann. Yo no me imagino a Sergio Fajardo tomando una postura sobre nada.
En tiempos estériles, donde la gente que nunca compra un libro abarrota la Filbo solo porque en Bogotá no hay nada más que hacer, la voz de Alejandro Gaviria suena tan fresca como el crujir de los frailejones cuando el viento se mueve en los páramos. Necesitamos de un maestro que nos diga qué tenemos que leer para entender este país. Sin pedantería alguna, con su humildad natural, nada forzada, Alejandro Gaviria nos entrega en Siquiera tenemos las palabras sus apuntes sobre sus difíciles lecturas. Gracias a él redescubrimos a Stanislaw Lem y su pesimismo biológico, y encontramos a un poeta tan desconocido en Colombia como Yevtushenko. Uno no puede hacer más que lamentarse por los tiempos pasados. Bien vale la pena aguantarse a un muermo como Santo s con tal de tener el privilegio de tener un ministro culto, un ministro bueno, un maestro que lee.
Yo no creo que Alejandro Gaviria se hubiera acomodado
al trabajo diario con un jefe como Álvaro Uribe.
Los humanistas no obedecen, los humanistas cuestionan
Yo no creo que Alejandro Gaviria se hubiera acomodado al trabajo diario con un jefe como Álvaro Uribe. Los humanistas no obedecen, los humanistas cuestionan. Los humanistas no creen en caudillos, no entienden de gritos, ni de insultos. Alejandro Gaviria no cree en prohibiciones. Cuando se impulsó el polémico decreto que prácticamente penalizaba la dosis mínima en el principio de este gobierno, en una entrevista con Cecilia Tascón en El Espectador explicó las razones por las que él consideraba era una tontería de Duque. Citó un principio fundamental del liberalismo: “El único propósito con el que puede ejercerse legítimamente el poder sobre un miembro de una comunidad civilizada, contra su voluntad, es impedir el daño a otros”. Gracias ministro, todos somos libres de escoger la forma de irnos destruyendo. Sí, Alejandro Gaviria es un tipo al que los libros le enseñaron a tener ideas propias. Jamás sería un títere de nadie.
Si en este país de godos la gente no entendió la sabiduría del conservador Álvaro Gómez, mucho menos escogería a un liberal provocador y brillante como Alejandro Gaviria. Ojalá fuera presidente. Sin la tibieza del tecnócrata —y poco aficionado a la gran literatura— Sergio Fajardo, Alejandro Gaviria sabe del peligro de los extremos. Él no es ningún tibio, es tan solo un liberal, de esos que mediocres como César Gaviria supieron enterrar.