Entre los años 1990 y 2000, el departamento del Huila vivió un notable incremento de las tasas de suicidio. En el 90 se registraron oficialmente 18 suicidios (datos de Medicina Legal y el DANE); luego llegó a 110 casos en 1998, a 106 en 1999 y a 90 suicidas en el 2000.
La tasa comenzó a aumentar significativamente a mediados de la década de los 90, cuando llegó a 48 casos, es decir casi el 300% de aumento respecto de 1990.
Como periodista viví buena parte de esa época cubriendo muchos de esos hechos, algunos dolorosos al extremo como el de una pobrísima mujer que acabó con la vida de sus cuatro hijitos y luego ella haciéndoles tomar y tomando con aguapanela un veneno que se usaba en fumigaciones, en el municipio de Algeciras en 1996.
Lo que me resulta harto preocupante es que tengo la clara percepción de que un excesivo cubrimiento mediático de ciertos fenómenos sociales termina siendo un aliciente, estimulante y promoción inconsciente de los mismos, trátese de un potencial suicida o de un atacante con ácido.
Por supuesto que un suicidio tiene motivaciones más profundas y siquiátricas que la simple divulgación de hechos similares en los medios de comunicación, pero esa publicidad en muchos casos termina siendo el detonante o el mensaje que le hacía falta al desesperado individuo. Eso creo, con fundamento en el papel que jugamos los periodistas en el incremento notable de suicidios en el Huila en ese período de 10 años. En un momento dado, entre mediados y finales de 1995 empezamos a divulgar con inusitada frecuencia, en emisoras y periódicos, cada caso de auto eliminación y a escudriñar en los posibles motivos, el entorno familiar y las particulares condiciones de los suicidas. Entrevistábamos al acongojado novio, al aturdido esposo, a la adolorida hermana o mamá; sus vecinos nos contaban otros detalles e íbamos incluso hasta el sepelio. El suicidio era la noticia de "moda".
Mírense las curvas de crecimiento de muertes por suicidio en el Huila en esos años de profusión mediática en torno a ese fenómeno:
1995= 33
1996= 48
1997= 65
1998= 110
1999= 106
2000= 90
(Fuente: Medicina Legal, DANE)
Entre 1994 y 2002, la tasa nacional promedio de suicidios fue de entre 4 y 5 casos por cada 100 mil habitante; en el Huila llegó a 12.3 x 100 mil habitantes en los años 98 y 99, bajando un poco a 9.7 en el 2000. Municipios como Garzón y Pitalito registraron tasas de más de 20 casos por cada 100 mil habitantes, es decir 4 y 5 veces el promedio nacional.
¿Contribuimos inconsciente - e irresponsablemente - los periodistas del Huila a ese alto crecimiento de suicidas en la región? Creo que sí, las cifras no mienten.
Baste dar un ejemplo real para ello: en las mañanas de comienzos de 1996 dedicamos dos o tres programas enteros del noticiero de la desaparecida emisora Huila Estéreo a analizar, relatar y contar diversos aspectos del fenómeno suicida, incluyendo dramáticas crónicas de algunos casos relevantes y las opiniones de expertos y oyentes. Al día siguiente de terminar esas crónicas, el Diario del Huila publicó la fresca historia del suicidio de un soldado en una vereda del municipio de Tello; el periodista relataba cómo el militar se había disparado un tiro de fusil tras recibirle un vaso de agua a una señora. Lo que me impactó fue que, de acuerdo con esa narración del periódico, el muchacho escuchaba nuestro noticiero en la puerta de la casa y lo comentaba con la mujer cuando le dijo a ésta: "¿quiere saber cómo se suicida un soldado"? y de inmediato puso el cañón del arma en su boca y apretó el gatillo. Ese mismo día les notifiqué al jefe de redacción del noticiero, dirigido desde Bogotá por Edgar Artunduaga, que no cubriría un caso más de suicidio. Y hasta hoy no me he vuelto a ocupar periodísticamente de ningún otro.
¿Está pasando (o pasará) lo mismo, esta vez en todo el país, con el enorme despliegue de los ataques con ácido? Vale la pena revisarlo, mirar cifras y auto cuestionarse ética y profesionalmente si este excesivo cubrimiento del fenómeno del ácido, la noticia de "moda", (y de otras) terminará o no estimulando y generando un atractivo inconsciente para los potenciales atacantes. Por la experiencia y datos que he relatado, temo que sí, pero bueno sería que algún centro de investigación, alguna universidad respetable, lo analizara y nos diera conclusiones científicas.
Bogotá D.C., 4 de abril de 2014