La inversión de valores que vive Colombia, al igual que una gorgona, es un monstruo de mil cabezas. Miremos la crisis colombiana desde una perspectiva moral y ética. Así pues, tomaremos las percepciones de dos pensadores que militaban en los extremos de nuestro espectro político, quienes miraban la moral individual y la ética de los partidos desde sus puntos de vista muy particulares.
Alfonso López Michelsen planteaba problemas de la moral individual. Él escribió en El Tiempo, hace muchos años, que existía una diferencia fundamental de tipo religioso entre las culturas anglosajonas y las católicas como la nuestra. Él comparaba el concepto del perdón en las religiones protestantes victorianas con nuestra visión latinoamericana.
Para norteamericanos e ingleses, llámense presbiterianos o anglicanos, para alcanzar la salvación se requiere ser “recto durante toda la vida”.
Este mismo concepto de rectitud, lo ampliaba también un escritor que anda por estos días en la feria del libro en Bogotá. “La cultura católica, influyó notablemente durante la conquista, con el concepto de que las bulas, absoluciones y perdones se podían comprar. La misma idea de la confesión es igualmente perversa, pues quien se confiesa es perdonado”. (Algo muy opuesto al pensamiento de los credos protestantes).
Hoy en día los jueces y la JEP hacen lo mismo, pues de alguna forma están reemplazando al cura y absolviendo al pecador antes de entrar al cielo
Estas ideas del perdón permanecen intactas en el inconsciente colectivo del latinoamericano quienes estamos convencidos del perdón total, si nos arrepentimos de corazón en el “último minuto de la vida”.
Álvaro Gómez Hurtado planteaba el problema de la ética del establecimiento. En una conferencia ([2]) él nos recordaba que “en una época existían en Colombia los partidos de opinión, que luego se convirtieron en partidos de compromiso”.
“Ahora no hay adhesión, a una ideas. Lo que se busca en toda solución política, es ver a quién hacemos cómplices para que nos ayuden”.
“Entonces el país está gobernado por un régimen, que lo que le interesa con las complicidades. Lo que interesa no es “convencer” a la gente, como se hacía en los tiempos de los partidos de opinión, sino “contratar” a la gente y lo que hace es allanar el camino, para que el miembro del partido, el empleado público, el congresista o el empresario agache la cabeza frente al soborno y se convierta en cómplice.
Como vemos, estimados lectores, ambos tienen razón desde sus puntos de vista y en una visión más epistemológica, ambos hacen parte del concepto global de corrupción.
Es decir, que uniendo ambos conceptos entendemos cómo en nuestro país al final triunfa “el régimen corrupto” sobre la masa de individuos que se dejan sobornar para generar “una complicidad individual”. Estas voces quedaron en el aire y Colombia siguió el camino del despeñadero.
Muchos años después llegó Mockus hablando de la moral superior y de la enseñanza para la cultura ciudadana.
¡Todos quedamos obnubilados!
Antanas pareció refrescar el aire enrarecido del país.
Para empezar, él era fiel seguidor del pensador alemán Jürgen Habermas, para quien la comunicación es el componente básico de la sociedad, y la razón el componente primario de la comunicación. Por eso su campaña estaba representada por un lápiz (educación) y un girasol (paz). Durante su alcaldía, miles de graciosos mimos callejeros educaron, entre risas y chistes, a peatones y conductores a comportarse como seres civilizados.
Asimismo, durante su mandato el Fenómeno del Niño acabó con las represas y para enfrentar la sequía, hizo un comercial de televisión donde él mismo se bañaba usando el mínimo de agua.
Como seguidor de Jean Piaget creía que hay una moral incipiente e infantil que está regida por el miedo y el castigo. Es ahí donde nace la corrupción administrativa (ejemplo: usted no roba en un supermercado porque hay cámaras y policías que lo vigilan).
Pero también hay otra moral superior, regida por la razón y que muy pocos adultos alcanzan (ejemplo: usted no roba en el supermercado porque tiene principios que se lo impiden). Los políticos deben regirse por esta moral su
La “moralidad individual anglosajona” que nos planteó López Michelsen y “la ética del establecimiento cómplice” que nos descubrió Gómez Hurtado parecían cosas obsoletas del pasado.
¡Por fin el posmodernismo filosófico llegaba a Colombia! El escepticismo de los scholars europeos, partía de la base de que no había que creer en nada. Las narrativas iluministas, cristianas, marxistas y capitalistas habían fracasado y la humanidad continuaba siendo infeliz.
Efectivamente Mockus no creía en nada: se casó en un circo, no se comprometió ni con la derecha ni con la izquierda. De esta manera, el vacío ideológico dejado por los partidos tradicionales parecía ser llenado por las enseñanzas mockusiana basadas en las técnicas pedagógicas de Piaget (el lápiz) y la moral superior.
Pero por desgracia, esa “moral superior” empezó a resquebrajarse unos meses atrás. Primero dio su apoyo a un exmarxista y luego supimos que el “establecimiento cómplice santista” se lo había engullido a punta de mermelada, en una supuesta defensa por el acuerdo de paz, pagada por el Estado.
En esta forma, la mermelada no solo corrompió la sal, sino que también de carambola se tiró la última esperanza.
(1) Perdimos. Martín Caparrós. Planeta.