Los cronistas de nuestros tiempos heroicos cuentan que Simón Bolívar, en ese momento apurado del combate del pantano de Vargas, invocó el auxilio de la “Virgen de los Tiestos”. En su historia hay otra que, virgen y todo, no le gustó para nada: la Virgen de Chiquinquirá. Hablando con Luis Perú de Lacroix, en Bucaramanga, mientras transcurría la Convención de Ocaña, decía que somos unos paganos que adoramos ídolos, pedazos de piedra esculpidos, maderas mal talladas, retazos de lienzos embadurnados con pinturas, “como la tan reputada Virgen de Chiquinquirá, que es la peor pintura que yo haya visto, y quizás la más reverenciada en el mundo y la que más dinero produce…”, y no citamos más de esta parrafada para que no se diga que son cosas nuestras. Y hablando de mujeres tan divinas, los realistas de Pasto, para combatir también con rezos al masón y anticristiano de Nariño, sacaron en procesión a la Virgen de las Mercedes, y al hereje que venía a perturbar la “santa paz” que por estos lares “se vivía”, lo traicionaron, lo dejaron solo, se perdió en la montaña, lo hicieron prisionero, lo remitieron a Quito y de allí a una oscura cárcel de Cádiz. ¡Aja!, sí hay milagros contra los cismáticos y criminales de lesa majestad. Pero a esa misma Virgen de las Mercedes la sacaron también los caleños para despedir a los patriotas que, el 20 de marzo de 1811, en el combate del Bajo Palacé, les sacudieron el polvo a los realistas al mando del gobernador de Popayán, Miguel Tacón. ¿Cómo confiar en vírgenes que juegan a dos bandas?
Próxima a llegar a Santa Fe la expedición de Pablo Morillo, don Camilo Torres renunció a la presidencia. Su cargo lo asumió José Fernández Madrid quien, por orden del Congreso, inició negociaciones con los españoles para entregar el país y acogerse al corazón de don Pablo Morillo. El presidente puso las tropas bajo las órdenes de Manuel Serviez y le ordenó retirarse a Popayán; Francisco de Paula Santander era el segundo al mando del ejército republicano. Serviez no lo creyó prudente y, desobedeciendo a Fernández Madrid, ordenó a la tropa coger el camino de los Llanos. Contrariado, el presidente ordenó a Santander destituir a Serviez y tomar el comando de la tropa; Santander tampoco obedeció la orden y con Serviez marchó a los Llanos, salvando así los restos del glorioso ejército republicano, que se convertirá con el general Santander en la vanguardia de la campaña libertadora de 1819, con el épico final del puente de Boyacá. Por lo que vamos a ver, tal vez una virgen hizo el milagro de salvar al ejército republicano; una Virgen patriota, porque también hubo Vírgenes godas. La de Chiquinquirá, así no le haya gustado a don Simón, no fue de esas. En 1815 ella estuvo presta a “desnudarse de sus alhajas”, si ellas servían para ayudar a la causa de la independencia del pueblo que la había favorecido con su devoción. Así le escribió el prior de los dominicos a Camilo Torres, según cuenta don Tomás Rueda Vargas.
En la presurosa retirada para los Llanos Orientales, Serviez se llevó en un cajón la venerada imagen de la Virgen de Chiquinquirá. El militar francés pensaba que el pueblo lo seguiría, y que ante ella, los soldados pelearían con más valor y confianza. Las gentes bien sabían que no era por devoción que el capitán francés se llevaba a la virgen, si como decían él no era cristiano. La llevaba secuestrada. Tal vez no tanto, Tomás Rueda Vargas dice más bien que Serviez “la llamó al servicio activo”. También se decía que se la llevaban para impedir que cayera en manos de Morillo. Por supuesto que curas y devotos iban tras de la virgen, llorando y suplicando que les devolviesen la imagen. Pero el corazón del capitán francés no estaba para súplicas piadosas, ni para lloros, ni para aguas benditas. Antes de llevársela, desde Sogamoso, el 3 de marzo de 1816, así había arengado a la tropa:
¡Soldados! El territorio que Nuestra Señora ha consagrado por tantos milagros, el que habéis visitado con tanta devoción, está en víspera de ser invadido por los asesinos del impío Calzada. ¡Soldados de la Cruz! Corramos a defender el templo de la Madre de Dios; ella será con nosotros; el Redentor de todos los pueblos de la tierra nos protegerá en esta vida, y si sucumbimos nos abrirá glorioso las puertas de la eternidad. Preparaos a los combates, soldados, y repetid mil veces: ¡Viva Nuestra Señora! ¡Mueran los enemigos!
En Chipaque la sacaron del cajón y le celebraron una misa; después, con los enemigos pisándoles los talones, la llevaron a Cáqueza a marchas forzadas, pues ya los alcanzaba la tropa del español Antonio Gómez que, con 2000 hombres había, sido enviado contra el jefe francés. En el Alto de Ubatoque les dieron alcance; hubo una ligera escaramuza y más adelante en una choza de Sáname dejaron abandonado el estorboso cajón de la venerada Virgen chiqinquireña. “Fue entre todo lo que más interesó el haber recuperado la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Chiquinquirá con muchas de sus alhajas y algunos religiosos, la cual había sacrílegamente arrancado de su santuario el pérfido Cerbier [Serviez] con el fin de empeñar a sus soldados y aun a los mismos habitantes que tomasen parte en la defensa del país, por la extraordinaria veneración que tenían a esta divina imagen, que es la Guadalupe de la Nueva Granada”, refiere Antonio Rodríguez Villa, en “El teniente general don Pablo Morillo”. La llevaron a Santa Fe en procesión. Se le hizo un desagravio, y después de algunos días fue regresada a la iglesia de Chiquinquirá.
Y otra virgen.
Que para vírgenes estamos ante tanta soldadesca.
Por esos mismos tiempos, el 13 de junio de 1812, se libró un combate en San Antonio del Táchira, entre republicanos y realistas. Los laureles fueron para los chapetones. Esa acción se libró en el día de ese santo casamentero; de ahí brotó este reclamo de resentimiento contra san Antonio; pero que deja a salvo la neutralidad de la patrona cucuteña. Aparece en Del antiguo Cúcuta, de Luis Febres Cordero:
San Antonio es godo,
san José patriota,
la Virgen del Rosario
ni lo uno ni lo otro.