La Bogotá de Antonio Morales
Opinión

La Bogotá de Antonio Morales

´Elogio de las alturas´ honra las penas, alegría, músicas, gentes, lugares y azares de la capital de Colombia en la voz sincera de un periodista curtido, de un bacán

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mayo 01, 2019
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Elogio de las alturas de Antonio Morales entrega una diversidad de voces y facturas que, para un editor riguroso, podría ser la gran debilidad del libro. Sin embargo, para un lector ávido de posibilidades estilísticas y riesgos escriturales, podría ser su enorme fortaleza.

Esa diversidad de voces y facturas es lo que mejor califica a Antonio Morales y a su obra. Siempre está en la búsqueda de nuevas ideas creativas para satisfacerse a sí mismo. Es un onanista de la palabra. Una vez satisfecho, sobreviene la insatisfacción. El ciclo jamás se cierra. Vuelve entonces sobre lo que más le gusta, agregar los matices que las circunstancias de la vida le deparan y que afectan su escritura, para bien o para mal.

Antonio Morales es el anticliché de eso que podríamos pensar es un escritor formal. Viste como le da la gana, grita y habla sin establecer diferencias. A veces mal habla sin límites, hijueputea sin asco, y hasta tutea con una lisura inocente, reflejo de un ser humano sin artificios. Por otro lado, está el Antonio Morales mesurado, certero con sus frases y comentarios. Como ese banderillero que, con su traje de luces, es preciso al asestar en el lomo. Si no lo logra, no hay caso, él continúa con sus propósitos, con la innegociable y valiosa terquedad de los convencidos.

El libro arranca con el capítulo Ficciones. Allí abre con dos cuentos del agitado y convulsionado territorio muisca, revestido de un parsimonioso letargo precolombino, cernido sobre esa extensa sabana, donde en algún momento se erigió la capital, Bogotá. Uno, relata los momentos “cuando aún el genovés no había fletado sus matones y criminales para hacerse a la mar en busca de “las indias” (Versión antojadiza del código de Nemequene p.  29) Otro, cuando “las voces españolas despertaban una vez más los odios y los perros, ellos, siempre tan queridos” (El futuro de los muertos p.15) En esos dos relatos, abunda la información que muestra cuán documentado estaba antes de sentarse a escribir. Una narración que se dilata en giros y descripciones recurrentes. Ralentiza cada nuevo momento y procura que la historia avance con una desesperante parsimonia andina. Algunas de esas referencias históricas vuelven a estar en otros relatos, como el antropólogo que es, para dar contexto o referenciarnos un pasado muy lejano. Es un recurso que usa como un motor ilustrado para sacarnos de la escena principal que nos cuenta y nos mete en un túnel insospechado, como en el texto Las flores negras, sobre las prostitutas de Bogotá.

Al zafarnos de esos dos cuentos iniciales, vienen cuatro historias en línea de un ritmo veloz y un estilo en el que se siente el goce, la alegría de la juventud y la aparición de un espíritu sonero y salsero que insinúa a un narrador comprometido con sus cercanías con el Caribe, y con la sangre barranquilla matrilineal. Así deja ver sus conexiones con territorios de mar y evocaciones autobiográficas que marcan la verosimilitud de los relatos con un sentido de goce por el oficio, es el Antonio Morales periodista.

 

 

Abrir el libro y encontrar el relato del asesinato de Jaime Garzón,
es descubrir a qué saben los sentimientos de amistad
mezclados con el miedo de amenazado en el exilio

 

 

Abrir el libro y encontrar el relato del asesinato de Jaime Garzón, por ejemplo, es descubrir a qué saben los sentimientos de amistad mezclados con el miedo de amenazado en el exilio. Es un relato hondo, transita por los bordes del reproche ante el amigo muerto. La opinión contra los poderes nefastos, con el análisis de quien compartió por años con una persona que el pueblo aclamó, a través de roles divertidos que hicieron lo que muchos habrían querido hacer: cantarle la verdad a los líderes de esos poderes encostrados en el país. Decir que Jaime Garzón lo hizo es una verdad a medias, porque detrás de esos personajes estuvo Antonio Morales, quien semana tras semana escribió los libretos para el noticiero ¡Quac!

Muy cerca del texto Garzón, un adiós de carnaval está el de Marta Senn, el cual encanta por sus vínculos con el personaje y porque leemos allí a un escritor empeñado en narrar, en contarnos la vida de esa mezzosoprano que se dedicó a su arte, a pesar de los obstáculos, y siguió una senda decidida hacia el éxito. El capítul o titulado Arte y cultura en Bogotá es, de cerca y de lejos, el más periodístico y logrado del libro, no solo por los personajes que presenta (La actriz Fanny Mickey, o los artistas plásticos Beatriz González y Marco Roda, entre otros) sino por mostrarnos unos relatos limpios, con matices de un periodismo literario depurado, medido, lleno de humor y con las aproximaciones a los personajes en la dosis justa.

En el capítulo Bogotá y la droga hay dos textos sobre el bazuco en la capital. Morales da cuenta de sus hallazgos, nos queda debiendo las historias y sus personajes. Es una exploración temática, con referencias generales, indefinidos sujetos consumidores o expertos en el asunto. Pareciera que el tema o la experiencia de documentar la escena de las drogas superaran preceptos periodísticos en torno a las narrativas, a la manera del argentino Tomas Eloy Martínez, o del cartagenero Rubén Darío Álvarez. Morales, en ese capítulo, explora en neologismos que enriquecen las estéticas y hermosean el lenguaje. Al finalizar la primera parte: “Cuando están embalados se dicen “zucolocos”, hablan de la zucostumbre, van al zucocine, se meten al zusuki, zuconsumen, hacen zucorumbas, les palpita el zucorazón, pone zuconejo, los persigue la zucoparanoía o la zucopolicía, andan con zucombo, se zucorren, a veces zucomen, van a donde el jíbaro para la zucompra hasta la zucosicosean, los zucoencanan y a veces zucomueren (p. 236). Al cerrar el capítulo, hay un innecesario glosario sobre el lenguaje bazuquero, un listado prescindible como lo es también el que enumera las personas y personalidades que habitan o habitaron el barrio la Macarena, como una especie de directorio de importantes, sin datos adicionales.

Aunque las alturas que se elogian son de una pequeña porción del territorio, las de la capital Bogotá, abundan sus acercamientos a lugares y personas. En el texto Reencuentro tras el exilio emana un goce, un regocijo, un aliento de necesidad por esos espacios que se añoran durante el exilio. Es un texto, cuya primera persona, reitera tanto su dicha por el regreso como la incredulidad de su presencia en Bogotá. Es el texto (de eso él estará de acuerdo) más cachaco de todos. “Estoy feliz, he regresado, de nuevo soy bogotano” (p. 126). Como si ya no lo hubiéramos advertido. Sin embargo, deja claro que se es bogotano mientras se goza la ciudad, mientras se recorren sus calles y se disfrutan problemas y alegrías por igual. Morales parece decirnos: usted puede ser de otra parte, y hacerse bogotano, quizá valorando el sentido de ingratitud-gratitud y desprendimiento de los que habitan la capital.

Cierra el libro con el capítulo Godofredo Cínico Caspa y Bogotá. En él sentimos la voz de uno de los personajes encarnados por Jaime Garzón. Vuelve y se mofa de la realidad nacional a través de unos discursos “Ultra híper extrema derecha”. Solo en apariencia, amarra este personaje con la esencia del libro, que es elogiar a las alturas capitalinas a través de relatos personales, Godofredo es un personaje de ficción, que debió buscar espacio en un libro de humor político.

Elogio de las alturas tiene el sello de las obras construidas por el tiempo, sin afanes ni ambiciones, tiene la sinceridad de las épocas vividas por su autor, con la suma de sus dolores y pesares. Como toda recopilación de textos, trae unas colas que se arrastran, pudieron contarse, y así incrementar el valor de este testimonio creativo. Ya no será.

Al autor de Elogio de las alturas parece importarle pocos asuntos: los amigos, los creadores y los problemas sociales, los eternos de la nación. Seguro ni le interesará que escriban sobre su libro ni las críticas a sus textos. Él acuñó un acrónimo, referenciado en su texto Muerte por bazuco. Al explicar el síntoma de aquel que ha caído en adicción, ya no hay tiempo, ni espacio, ni personas que cautiven su interés. Son los estímulos generados por el síntoma MIUC (Me Importa Un Carajo), que bien podría aplicar a todo lo que se diga, se piense o se intente establecer sobre este libro que honra las penas, alegría, músicas, gentes, lugares y azares de la capital de Colombia en la voz sincera de un periodista curtido, de ese bacán que es Antonio Morales.

 

 

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