No hay para qué ocultar que VOX fue el primer gran derrotado de las elecciones españolas. El partido que podría ser la gran sorpresa electoral, terminó por darla con una enorme decepción. Cuando se le vaticinaban 40 o 50 escaños en el Parlamento, quedó reducido a una miserable mitad de esa cifra. Los españoles no quisieron saber nada, o muy poco, de rescatar los viejos valores en los que descansó por siglos su gloria y de los que se alimentó su esperanza.
Al Partido Popular le fue como a los perros en misa, dejando claro que Mariano Rajoy tuvo la habilidad suficiente para acabar la obra que iniciara Fraga Iribarne y llevara a su cenit José María Aznar. Ciudadanos anduvo por donde se esperaba, o quizás algo mejor. En suma, la derecha sumada no alcanzó la mayoría, para darle a España una nueva oportunidad sobre la tierra.
Bastaría lo dicho para pensar que la izquierda fue la gran triunfadora y que Sánchez se llevó los votos y el poder. Pues no. El PSOE, supuesto gran ganador, apenas pasa del 28% de los votos y le queda faltando lo que tienen varios otros que se le tendrían que sumar, en una masa informe, heterogénea, indisciplinada, que tampoco lo dejará gobernar.
Los socialistas del PSOE no son los comunistas de Podemos y ambos sumados no superan el 40 % de los escaños en disputa. Tendrían que salir a “rastrojear” como decimos los campesinos, invitando a los nacionalistas catalanes y vascos, los dos a una, porque ninguno aporta lo que le falta a Sánchez para el cincuenta por ciento más un escaño. Dura tarea y casi imposible ejercicio del poder. Los vascos y catalanes no quieren otra cosa, como partidos políticos, que independizarse de España. ¿Cómo jugaría don Pedro Sánchez esa partida?
Los vascos y catalanes no quieren otra cosa, como partidos políticos,
que independizarse de España.
¿Cómo jugaría don Pedro Sánchez esa partida?
Para los comentaristas de la prensa, tan elementales ellos o de tan mala fe, la izquierda le ganó a la derecha. Pues no, otra vez. Los independentistas son eso, y nada de derecha o izquierda como bandera. Se quieren ir y para formar gobierno exigirán que se les permitan plebiscitos en los que consigan largarse de su Patria antigua. Y eso no es política para ningún jefe de gobierno español. ¿Su Majestad el Rey toleraría algo como eso?
Sánchez se ganó la lotería con el premio gordo que es un tigre que llevará a casa. Mala compañía, por cierto.
A todas estas, cabe preguntar qué clase de política es capaz de plantear y ejecutar el nuevo jefe de gobierno. Acaso se le ocurra lo que siempre se le ocurre a los débiles de espíritu en esas materias. Gastar mucho, para enredar en su atarraya muchos intereses. Tal vez eso apacigüe a unos cuantos, por cierto tiempo. El problema está en que a España no le caben más impuestos y en que tiene compromisos con la Comunidad Económica Europea, que no puede soslayar. Cualquiera que fuese a gobernar hoy nuestra Madre Patria, tendría que conjugar el complejo verbo de la austeridad. Y una coalición como la de Sánchez no es capaz de entrar por esa estrecha senda, la del recorte al gasto público. Pero tampoco se le da la fácil, la que conduce a más privilegios sociales, así lo llaman, con sus inseparables amigos los impuestos y las deudas.
Sánchez ganó y a esta hora se preguntará si no le hubiera resultado mejor perder. Y la derecha perdió, con lo que se quitó de encima el más horrendo problema de gobernabilidad. Y los españoles se salieron con la suya, la que más les gusta, esa de dividirse las opiniones y los votos de manera que hacen las cosas imposibles. Si apostaban al caos, lo tienen entero. ¡Pobre España!