Desde el malecón Puerta de Oro, el río Grande de la Magdalena parece un río sin orillas, una sombra que a las cinco de la mañana se extiende paralela a la vía 40 de Barranquilla. Es una especie de testigo silencioso que ha visto cambiar la ciudad, con su historia cargada de exploradores, riquezas y conflictos. La luz tenue del amanecer permitía ver los buques y las embarcaciones fondeadas, cuyas luces ondulantes y titilantes se desplazaban por sobre las aguas turbias y tranquillas hacia la desembocadura en Bocas de Ceniza.
Allí 6.200 atletas, entre extranjeros y colombianos, esperábamos el momento de la partida. De Montería llegamos 38 pertenecientes a Runners Zenú y 25 BT Runners del municipio de Tierralta (Alto Sinú). El desplazamiento lo habíamos hecho en caravana de vehículos que algunos miembros habían facilitado, en una muestra de compañerismo y solidaridad. Y es que así somos en Runners Zenú, el club de atletismo al que nos encontramos vinculados, y donde siempre actuamos en una especie de convivencia humana, porque allí no existe eso que llaman la arrogancia de los poderosos, ni el resentimiento de los pobres. Todos somos iguales.
De modo que la del pasado domingo 14 de abril (Domingo de Ramos) era una mañana espléndida. Los vientos alisios del norte ya no soplaban con la fuerza como llegan en diciembre. Sin embargo, la media maratón era todo un reto por las condiciones geográficas de la ciudad, que se presenta con muchas inclinaciones y una altimetría estimada en 90 metros sobre el nivel del mar.
En el punto de partida
Hacia las cinco y quince minutos dieron la primera orden de partida de acuerdo a las categorías. En lo personal había llegado a Barranquilla por el deseo de querer participar, para no tener que lamentarme por no haber asistido, pues cuarenta y ocho horas antes un cambio brusco de comida me había trastocado el sistema digestivo y había pasado una noche en blanco acompañada de diarrea y vómito. El domingo el malestar había sido superado, pero aún así me invadía la zozobra; sin embargo, estaba absolutamente decidido a no tirar por la borda las duras jornadas de entrenamiento a las que habíamos sido sometidos magistralmente bajo la dirección de nuestro entrenador Jorge Durán. El reto era, al menos, terminar mis 10 kilómetros en los que me había inscrito en mi categoría, del total de 21 kilómetros de la media maratón, y que incluía también 5 kilómetros para que las personas que no contaban con experiencia participaran de forma recreativa.
Curramba, el ombligo del Caribe
En el contexto de la media maratón debo decir que Barranquilla es hoy una especie de “Cuzco u ombligo del Caribe”. Siempre he creído que no hay otra ciudad en el mundo que recoja tantos elementos culturales juntos para identificar lo que es el hombre y la idiosincrasia Caribe.
Tras la orden de partida y a medida que aquella ola humana de atletas avanzaba, en la que no se le apreciaba principio ni fin, tuve la impresión de estar viviendo algo que me era conocido desde siempre y que era lo que sin saberlo me había impulsado a participar. A cada tres cuadras, allí estaban y se escuchaban los conjuntos de pitos y tambores que en vivo sustituían la música de los iPod de moda que acostumbran escuchar algunos atletas mientras practican o compiten.
Entonces comprobé que Barranquilla es hoy una ciudad con perfil del siglo XXI pero que sigue conservando intactos esos valores culturales que la identifican como una aldea global, y que se sigue presentando al mundo cargada del realismo mágico de Macondo, una ciudad con una magia única, que se percibe en el hombre de la calle, en los taxistas, en los vendedores de cualquier cosa, en las mujeres que amablemente atienden a la entrada de un hotel cinco estrella o en un moderno centro comercial; en fin, una ciudad donde cada quien produce y le da rienda suelta a su imaginación espontánea y sin límites. Una imaginación que adquiere su máxima identidad en los que es la “mamadera de gallo”, una forma de filosofía criolla. “Que es —como diría Gabo— la antisolemnidad, la forma de entrarle a las cosas más serias, como si no la fueran”, para sobrellevar los avatares de la vida. En fin, hoy la ciudad carga con méritos propios su ganada fama de ser la Puerta de Oro de Colombia. Y comprobé que el correr paralela al Río Grande de la Magdalena, que tributa sus aguas al mar Caribe, ahí mismo, en Bocas de Cenizas, muy cerca de donde íbamos avanzando, la hacen tener méritos suficientes para escalar en orden de importancia en el país.
En todo eso pensaba mientras avanzaba y escuchaba La Pollera Colorá y las mejores cumbias que precisamente tienen sus orígenes en África. Entonces, a medida que continuaba, el cansancio desaparecía como anestesiado por la música que se dejaba escuchar en las esquinas, avanzaba y hasta hacía pausas para saludar a los gaiteros venidos del Magdalena, Bolívar y el resto del departamento del Atlántico. La verdad es que poco, por no decir nada, me importaba los atletas que, como gacelas, me pasaban por el costado, o los que yo superaba involuntariamente a medida que nos dirigíamos hacia la meta. Después de todo manejaba mi propio tiempo. Sueño con el día en que cada ser humano sea dueño de su tiempo y no del que otro nos quiera imponer.
No podría decir en qué momento llegué a la meta. Solo había reaccionado de mi letargo musical de pitos y tambores del Caribe cuando un grupo de jóvenes nos hizo seña hacía donde se divisaba el sitio de meta. Al final, supe que en la general había ocupado el puesto 390 entre 6.200 participantes y el puesto 14 en mi categoría sénior. Sin embargo, tengo claro que el puesto que ocupara al final, o como me valorara la gente al regresar a Montería, ya no sería para mí más que cosas secundarias. Después de todo, para un aprendiz de atletismo como yo, y a mi edad, los que más feliz me hizo al participar en la media maratón de Barranquilla fue precisamente haber podido disfrutar de la carrera y de la ciudad, haber podido cumplir objetivos en conjunto y también de manera individual, haber aprendido y disfrutado en todo momento y en cada espacio por donde íbamos pasando, siempre al lado de la solidaridad compartida con mis compañeros de Runners Zenú. Y de la hospitalidad e idiosincrasia inigualable del pueblo de Barranquilla.