A Jack hay una voz que le habla desde la oscuridad. Jack es un amante de la belleza. Glenn Gould interpretando las Variaciones Goldberg, la forma de tantas catedrales, la lectura de la Eneida, los asesinatos. Hay que ser creativo, sobre todo para matar. Por eso, poesía puede ser conocer a una madre joven, invitarla con sus dos hijos a una mañana de cacería, subirse a una torre y empezar a cazar a la familia entera. Por humanidad asesinar primero a los niños, dejar de último a la mamá. Sentarse con ella y los dos niños muertos sostenidos por palos, comerse un sándwich, pegarles otro tiro.
La voz que le habla es Bruno Ganz, mejor conocido como Virgilio, el guía que suelen tener los poetas malditos en el infierno. Después de que Jack hiciera una casa con los cadáveres de sus víctimas, de haber hecho un horrendo muñeco con un niño disecado, ha descendido al infierno. El infierno es una gruta eterna llena de agua a donde se casi no hay aire, el infierno es un lamento que nunca calla y se convierte en un pitido, el infierno es un puente quebrado que nadie puede pasar.
Hace un año, cuando la estrenó en Cannes, los santurrones críticos que creen que sólo es arte lo que aburre, lo que no se mueve, lo que no toma partido, lo tibio, lo intrascendente, lo que no pasa nada, se escandalizaron de nuevo con el nuevo insulto de la aberrante bestia danesa. Chiflidos, insultos, acusaciones de racismo, de misoginia, de nazismo. No volvieron a entender nada, cayeron –otra vez- en las trampas de uno de los pocos cineastas vivos capaz de jugársela, de provocar, de enfrentarse a ese cáncer que padece la cinematografía contemporánea: la estúpida corrección política.
Si, hace lo que quiere. Un asesinato –que en su cinismo llama incidentes- se sucede a otro, sin tregua, sin pausa, durante dos horas y media. Las únicas interrupciones son para que Virgilio dialogue con su Dante, para establecer un nuevo tratado moral a partir del asesinato. Sí, La casa de Jack no puede ser más oscura, sí, La casa de Jack, es la película de un enfermo mental, pero ¿acaso los genios no lo son?
Después de una larga espera podremos ver en las salas del país una de las obras más escandalosas de esta década que termina, una reprimenda nos da Lars Von Trier a todos los que creemos que la televisión durante los últimos veinte años, con clásicos inmediatos como Breaking Bad, Mad Men o Dark, había desplazado al cine. No, ninguna serie puede tener la grandeza que tiene, por ejemplo, el epílogo de esta historia: la visión más devastadora y realista –Qué diablos si no existe- que hemos visto. Si, La casa de Jack, como buena parte de la Historia Humana, hiede, huele a azufre, contamina por su maldad.
En Cannes siguen aplaudiendo las cintas locales de divorcios donde se puede escuchar como una araña teje su tela. Cannes sigue matando el cine, ciegos ante los verdaderos creadores, los que rompen. Ojalá que el alcoholismo no termine de destruir al aún joven creador de Dogville, necesitamos más de sus cachetadas.