Como si se tratase de una alocución premonitoria, el presidente eterno anunciaba el terrible desenlace fatídico de todo aquel que renunciara a sus armas: ser ejecutado. Pero tal como en otrora el mismo sentenciador lo dijera: son buenos muertos. La preferencia terrorífica, irracional y para nada buena de mantener una guerra en el monte donde luchen pobres contra pobres es el pan de cada día de quienes quieren mantener su hegemonía marcada a través de la inconsciencia de las masas que estos manejan y la poca racionalidad de quienes se proclaman como sus seguidores acérrimos quienes se visten con la capa de la incoherencia, resguardados en el baúl del insulto.
¿Por qué incoherencia? Sin duda alguna, las decisiones cargan consigo una responsabilidad muy alta. Si quiero guerra, es mi deber estar en ella. Pues el hablar resguardado en la comodidad de una casa, anula por completo lo que pido: si creo que la única vía para cambiar al país es por las armas; me enlisto en el ejército, tomo mi fusil y me voy al monte para protagonizar la guerra que quiero. De este modo, podría ser un buen muerto recordado por sus hazañas, pero si por el contrario se queda insultando por cuentas falsas será recordado como un cobarde, peor aún ni siquiera será recordado.
Aquella cultura, que se identifica con la guerra, quiere replicar la horrible tragedia que infortunadamente enmarca la historia colombiana: la violencia. Tal como lo hacían en otro tiempo, aquellos que ejercen el macropoder (entendido desde la dominación a través de un nivel amplio y no una relación “simple” de poder) embotellan a discusiones innecesarias, mientras ellos hacen y deshacen en sus jaurías, repartiéndose todo un estado como una simple torta de cumpleaños, dejándole al cumpleañero las pocas sobras y eso que son tan conchudos que lo ven comiéndose el sobrado y le piden. Mientras el cumpleañero, con síndrome de estocolmo, les da y los defiende a capa y espada de quienes le hacen caer en cuenta de lo sucedido diciéndoles: mamertos, guerrilleros, vagos o petroñeros (tal cual sudederá en este post).
A fin de cuentas, el presidente eterno puede ser el protagonista de la pobre viejecita en un cuento real, donde el fin justifique los medios. Mientras sus seguidores le replican las ideas y sus opositores le dan el protagonismo que necesita para seguir gobernando este país como su finca privada.