Sobornos, la ruina del Estado

Sobornos, la ruina del Estado

Aunque esta práctica es tan vieja como la humanidad, no deja de ser perjudicial, además de un espectáculo de inmoralidad

Por: Manuel Humberto Restrepo Dominguez
abril 22, 2019
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Sobornos, la ruina del Estado

En 2006, el presidente AUV lanzó un grito de guerra a favor de lo que se hace por debajo en contra del interés común. En tono desafiante dijo: “Les voy a pedir a todos los congresistas que mientras no estén en la cárcel, voten” (AUV,12/02/2006, semana.com). Así lo hicieron. Después unos fueron a la cárcel y otros fueron eximidos justamente cuando el jefe paramilitar Mancuso había anunciado que el 35% del congreso era de ellos.

Esta manera de actuar, atraer y atar para garantizar el favor en beneficio propio se ha extendido de empresarios a políticos, de políticos a políticos y de estos a empresarios, creando una telaraña sólida e indescifrable, que va de lo local a lo regional, cruza lo nacional y atraviesa transversalmente al planeta del capital, debilitando al Estado, asaltando los bienes públicos y por supuesto afectando negativamente la realización de los derechos de los más débiles, condenados a ser simples espectadores del inmoral espectáculo de corrupción, en el que nada o muy poco puede hacer la ley ante el reinado del dinero. Es preciso advertir que no hay sobornos sueltos, todos están amarrados a despropósitos planeados, orientados a quebrantar la fortaleza del Estado, a desfalcarlo y a poner en ridículo las capacidades del imperio de la ley y la justicia.

No es nuevo el uso del soborno para mantener las mayorías de poder en el Estado, las élites hace tiempo optaron por recurrir a esta práctica siguiendo las enseñanzas del Imperio romano, donde las clientelas eran bien vistas y como describía Cicerón: “el primer año en la provincia servía para robar lo suficiente como para pagar tus deudas, el segundo año en robar lo suficiente como para hacerte rico, y el tercer año en robar lo suficiente como para poder sobornar a los jueces y tribunales a los que te llevarán los ciudadanos por corrupción”. De Grecia aprendieron a comprar como hicieron con demóstenes para que callara fingiendo estar enfermo de su garganta y de la naciente modernidad sacaron la técnica de repartir los “poderosos motivos del capital”, referidos a la entrega de recursos del Estado a cambio de recibir el favor de los electores y acercar lejanos pueblos, para mantener la supremacía en la corte. Estos modos de hacer la política fraudulenta, crean fidelidades y gratitudes por favores logrados a costa de hacer mal uso de los poderes públicos.

Dar y recibir a cambio de favorecer decisiones de Estado es soborno, no hace parte de ninguna libertad económica y es una ofensa a la humanidad. Afecta la integridad de los bienes con que se realizan los derechos, además de poner en riesgo la política basada en la verdad que orienta la tarea del gobernante o funcionario. El soborno es “la pérdida de la virtud del gobernante que embriagado por el poder pospone la utilidad común al interés propio”, corrompiendo los cimientos del Estado y creando inestabilidad social. Sobornar es usar el poder público para beneficio privado, es impedir que la sociedad forme ciudadanos éticos, responsables y comprometidos con el bienestar de la sociedad y lleva a la ruina al Estado, que cada vez se ve más endeudado, menos confiable, más corroído. El soborno contraría la dignidad, compra personas para usar de ellas su opinión, expresión, voz o silencio, tratando al sobornado como una cosa manipulable a la que se degrada moralmente.

El que soborna busca fijar el imaginario de que el Estado es para aprovisionarse, para robárselo y aparte de delincuente personal, es un violador de derechos humanos, que prepara minuciosamente las condiciones de su crimen, en connivencia o con visto bueno del partido político que representa. El que soborna abusa de la inocencia, ingenuidad y propensión del ser humano a tener confianza y creer en sus autoridades. El crimen de soborno impide la vida con dignidad y mantiene al país suspendido en la barbarie y el oscurantismo, auspiciado por gobernantes que permanecen aferrados a los cargos del Estado, en el que disponen de puestos, contratos y privilegios para enajenar a su antojo los bienes del Estado y de la nación hasta tener al país al borde de la ruina, sin bienes públicos, sin soberanía, sin aparato productivo, sin respeto por la vida. Lo paradójico es que los criminales del soborno aún despiertan credibilidad y hasta admiración, para ser otra vez absueltos, elegidos y reelegidos.

Los que sobornan tienen obsesión de poder y los que tienen obsesión de poder terminan sobornando, aprenden a moverse en red, se integran al sistema de corrupción y actúan al mejor estilo mafioso del que todo lo compra y todo lo puede, lo que tocan queda contaminado y su sostenibilidad depende de mantener vigente la mentira y el engaño por encima de la verdad, si fallan serán un triste y despreciable accidente del que todos los de su clase querrán tomar distancia. Para el que soborna la única fórmula conocida para erradicar el mal es sacarlo del poder y eso pueden hacerlo los pueblos.

El sistema capitalista, que ciegamente se aplica Colombia, es el más peligroso modelo de delincuencia organizada que inspira e incita al soborno, para controlar los bienes públicos mezclando corrupción y violencia que les retribuyen a alta velocidad nuevo capital y más poder. La decena de presidentes comprometidos con corrupción en américa latina, los cientos de ministros, consejeros, empresarios y respetables señores, hoy cuestionados, prófugos o encarcelados por abuso del poder, enriquecimiento ilícito, blanqueo de capitales, papeles de panamá y odebrecht, entre otros casos, tienen en común el espíritu del delincuente y la coherencia del fascista para creerse infalibles. En ellos se reafirma la existencia de una clase política y económica metida hasta el fondo en negocios criminales incubados en el Estado incapacitado para responder por sus obligaciones a la sociedad, pero útil para mantener los flujos de la economía de mercado global. El gobierno de Colombia parece haberse especializado en hacer la fina tarea de fragmentar y minimizar el impacto de los hechos de soborno, de tal manera que aparezcan como casos simples, aislados y controlables y para impedir que se tenga el conocimiento propio de la realidad, al país se le ha conducido a mirar hacia el lado vecino, mientras entre amenazas, represión y crimen, la corrupción propina nuevas derrotas a la salud, la educación, los alimentos, en síntesis a las garantías a derechos, que son las primeras impactadas.

Posdata. Ojalá el “sector camionero” no se sume esta vez a la movilización del 25, ya que no representa a ningún sector social específico y a cambio de sumar, divide, además distrae por su difusa y confusa incidencia (¿es gremio?).

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