En el transcurso de los años 60, se consideró que los descubrimientos de Holanda de recursos de gas natural cerca del Mar del Norte conducirían a un enriquecimiento y desarrollo generalizado de este país; sin embargo, esto no sucedió, por el contrario, el significativo incremento del capital externo provocó la destrucción de su agricultura e industria, así como la apreciación de su moneda y la decadencia de otros sectores de la economía holandesa. Efecto en cadena que dio origen a lo que hoy se conoce como Enfermedad Holandesa.
Esta situación permitió que los economistas, en palabras de los teóricos Sachs y Warner, vieran en esta enfermedad una respuesta aproximada a la “Maldición de los Recursos Naturales”, en tanto que es evidente la estrecha relación entre la industrialización y el crecimiento, así como su impacto sobre el desarrollo; hecho que permite comprender, entonces, la paradoja entre riqueza natural y pobreza económica, en la medida en que el sector industrial debe presentar dinámicas más importantes, esto es, economías cuantitativamente más relevantes que los sectores de recursos naturales, con el fin de contrarrestar el surgimiento de la enfermedad y con esto la maldición que la acompaña.
Así pues, teniendo en cuenta el paso histórico por un modelo exportador en el siglo XIX, la industrialización sustitutiva de mitad del siglo XX, la privatización y la apertura posterior a la crisis de la deuda en los ochenta, y el boom de los commodities del siglo XX constituidas, a grandes rasgos, como las fases definitivas del desarrollo en América latina, particularmente, es evidente que, desde hace años, Colombia viene sufriendo el proceso propio de la Enfermedad Holandesa, producto de que el sector minero-energético ha venido ocupando un lugar de mayor preponderancia en la economía y en las finanzas, no solo de Colombia sino de América Latina. Lo que ha provocado unos bajos niveles de crecimiento y desarrollo económico. Históricamente se viene de un largo período con altos precios de las materias primas (entre ellas el petróleo), que se extendió por casi una década, entre el 2003 y el 2012. Las economías de los países emergentes encabezados por China y la India, reconocidas como las aspiradoras de materias primas en el mundo, lograron desacoplarse de la decaída economía global, producto de los errores en secuencia y ritmo cometidos por el FMI y el BM, de acuerdo a Stiglitz, en todas las áreas que han incursionado, entre las que se encuentran desarrollo, manejo de crisis y la transición del comunismo al capitalismo, y siguieron creciendo a tasas elevadas, lo cual contribuyó a este auge de las materias primas y del sector minero-energético.
Esto ha llevado, por una parte, a que los ingresos de divisas en Colombia dependan, en mayor medida, de la actividad minero-energética, debido al crecimiento en la producción y a los precios mundiales de los mismos. Por otra parte, esto ha generado que el agro y la industria reflejen una crisis en cuanto a la competencia nacional e internacional, debido a la revaluación generada por los ingresos minero-energéticos, al tiempo que se ven presionados por la firma de TLC y la apertura de fronteras, sin tener en cuenta particularidades propias de cada nación.
Así las cosas, es evidente que, de acuerdo al economista ecuatoriano Alberto Acosta, a través de la socióloga Juliana Sabogal, el modelo económico basado en el extractivismo es problemático, puesto que la riqueza natural y humana de América Latina ha distorsionado la estructura y asignación de sus recursos económicos, redistribuyendo regresivamente el ingreso nacional y concentrando la riqueza en pocas manos, mientras generaliza la pobreza. Sustentado esto en el episodio que se vive con particularidad en Marmato, Caldas, donde producto de la liberalización económica adelantada desde los años 90, y la desventajosa posición del tema ambiental en la agenda pública, no se garantiza de parte del Gobierno Nacional que las instituciones estatales den garantías a los distintos intereses presentes por los actores y que no se respeten ni defiendan los derechos por igual a la hora de resolver un conflicto. Hechos que han generado, producto de la “Maldición de los Recursos Naturales”, un escenario social y de seguridad poco alentador en palabras de la misma socióloga, puesto que es patente un conflicto socio-ambiental, que de acuerdo a Martínez-Alier podría enmarcarse en los principios de la ecología de los pobres, que no se centra en una reverencia sagrada a la naturaleza sino un interés material por el medio ambiente como fuente y condición para el sustento. Lo que en un escenario devastador llevaría a una eventual guerra civil, en respuesta a quien hace control, uso y usufructo de los recursos naturales.
Finalmente, además de la necesidad de cambiar un modelo económico, basado en el sustento minero-energético, que en más de 20 años ha demostrado no servir como Locomotora para el Crecimiento y la Generación de Empleo, sino del desempleo, urge evitar que la enfermedad holandesa acabe de destruir la capacidad productiva del país, producto de un Estado retardante que no incentiva real y efectivamente la inversión en sistemas productivos diferente al minero-energético. La locomotora de la minería está trabajando a toda marcha, pero para acabar con los sectores que generan trabajo. La cuenta es clara, de acuerdo con Fedesarrollo, la minería e hidrocarburos generan apenas el 1% del empleo nacional total, mientras que, por el contrario, la industria crea el 13% y la agricultura el 17%.
En efecto, alcanzar una solución capaz de resolver la tensión entre el crecimiento económico y los recursos naturales es una tarea imprescindible sobre todo, para un país que pretende una armonía entre los fines de aumento del capital y los modos, que en todo caso, debe ser acorde a los fines de un Estado con enfoque ecocéntrico, sobre todo porque la actividad minero-energética ha generado una suerte de espejismo, donde la abundancia de este tipo de recursos ha influenciado en el crecimiento y diversificación de países como Noruega, Canadá, Australia y Finlandia en los que ha suministrado un cimiento importante para el desarrollo de sus economías. Mientras que la presencia de estos no ha significado un incremento en los niveles de renta de las economías africanas y de América Latina, por el contrario, han limitado sus proyecciones de crecimiento y desarrollo.
Puede ser entonces que la respuesta esté en un sistema político maduro, que permita de acuerdo al profesor estadounidense, Hector Schamis, una densidad estatal que favorezca la creación de mecanismos e instituciones contra-cíclicas, que le permitan a América Latina apropiar el reflejo del caso exitoso de Noruega, con lo que posiblemente se puede subsanar la deuda ecológica que los países de centro tienen con lo de la periferia, producto de la explotación ambiental a la que los segundo se encuentran sometidos, bien sea de manera directa o por relaciones coercitivas propias del fundamentalismo de mercado, expuesto por Stiglitz, producto de una persistencia de mentalidad colonial, donde impera una presunción de saber que es lo mejor para los Estados en desarrollo, y donde los funcionarios reales FMI y BM, operan bajo el desconocimiento social, político y económico, que en vez de transferir desarrollo, lo sumen en el subdesarrollo eterno.