En un escenario dominado por el uso de las tecnologías, las profesiones también se han ido adaptando y cambiando. En el caso del periodismo, Wikileaks ha sido una excelente manera de hacer valer la independencia.
A través de sus filtraciones se han conocido realidades mundiales que de otra forma hubiesen sido imposibles de ser divulgadas. Corrupción, espionaje, abusos de poder, lavado de activos en paraísos fiscales y la truculencia propia de muchas actividades políticas han quedado al descubierto.
Lo que los grandes medios de comunicación, casi siempre en poder de los más fuertes grupos económicos, han tratado de ocultar encontró un modo de ser hecho público y no es otro que la divulgación de información mediante la acción de periodistas independientes y el uso de redes de comunicación.
Wikileaks golpeó de manera profunda al periodismo tradicional develando sus relaciones con el poder, del cual terminaba siendo un apéndice que se enfocaba exclusivamente en realizar propaganda al statu quo. No es poca la tarea de comprensión, análisis e interpretación cruzada de grandes cantidades de información como parte fundamental del proceso periodístico, realizada por dicho grupo y su líder Julian Assange.
Este último después de mostrar muchos casos de acciones ilegales de gobernantes de grandes potencias terminará siendo acusado y condenado en Estados Unidos, a cadena perpetua, por haberse atrevido a contarle al mundo lo que los medios autocensurados no hicieron.
Lo repudiable es que muchos periodistas, acomodando su opinión, tratan de hacker informático y terrorista a Assange. Esa reacción no tiene otra connotación que haberlos dejado en evidencia frente a la opinión pública, a la cual le mentían y le ocultaban hechos de manera sistemática, favoreciendo a políticos y grupos económicos.
El mundo ya no volverá a ser el mismo, así el periodista sea condenado, porque muchos tienen aún el compromiso con la verdad. Esa verdad dolorosa para los ricos y poderosos.