Duraron doscientos años construyéndola. Se quemó en tres horas. La empezaron a levantar en la Isla de la Cité, en un lugar que siempre ha sido epicentro de cultos. Los celtas primero honraron a sus dioses, después fueron los romanos que adoraron allí a Júpiter. Allí levantaron los cristianos la primera iglesia cristiana de Europa, allí permanecía invicta, como un gigante después del Muro hasta que las llamas la consumieron hoy, un milenio después de haber sido construida.
Lo que duele de lo que sucedió este lunes 15 de abril es que la Catedral estaba recién restaurada, que se aprestaba a vivir una de sus tantas primaveras. Ya nada volverá a ser como antes y la Alcaldesa de París aceptó que definitivamente va a ser muy difícil rescatarla. Con ella no sólo se van secretos y fantasmas sino cientos de tesoros. Se va, por ejemplo, La Piedad de Nicolas Coustou construida en el Siglo XVIII.
El órgano de Aristide Cavaillé- Coll, adornado con una caja de autómatas y restaurado por última vez en 1913, poco antes de la Primera Guerra Mundial, era uno de los más hermosos del mundo.
A finales del siglo XIV, traída de la capilla de Saint Aignan llegó esta escultura conocida como La virgen de París, la representación de la Virgen María más conocida de las 37 que estaban en la nave central.
De la Catedral difícilmente se salvarán cuadros tan representativos como San Pedro curando a los enfermos con su sombra, de Laurent de la Hyre que data de hace 500 años y el Descenso del Espíritu Santo de Jaques Blanchard.
El bello de Dios de Adolphe-Victor Gregory-Dechaume, escultura del Siglo XIX, también se habría perdido para siempre.