Hoy día, la comunicación, la tecnología y la ciencia han estado a la vanguardia de los grandes cambios en la historia de la humanidad superando así las formas pasadas de transformación como la imprenta y la era industrial provocando un impacto trascendental en todas las esferas de la vida. Pero esto no es así, si se habla de educación en pleno siglo XXI donde la globalización y la tecnología exigen que los sistemas educativos se adapten de manera que propicien a las próximas generaciones un aprendizaje eficaz que apunte a las necesidades que demanda la sociedad posmoderna frente a todos los cambios que vive. Una mirada retrospectiva muestra que poco ha cambiado en cuanto a “educación”. Se sigue enseñando casi que de la misma forma, se persigue el mismo objetivo: “educar para tener ciudadanos llenos de información”, se sigue evaluando de la misma manera, es decir, una evaluación que busca demostrar cuánto es capaz de aprender un niño, un joven incluso un adulto. Los sistemas educativos se han quedado en el pasado, no han innovado mucho y los pequeños ajustes que ha hecho nada pueden hacer para brindar al estudiante las herramientas que necesita para desenvolverse en esta nueva era.
Frente a todo esto, la educación actual debe responder a los retos y desafíos que emana de la globalización y uno de los grandes retos es el de apuntar a las necesidades que demanda la sociedad posmoderna: estudiantes creativos, innovadores, competentes en tecnologías de la información y la comunicación, emprendedores que asuman un papel crítico desde su contexto. En este sentido, se hace necesario repensar la educación con miras a la potencialización de habilidades y competencias en los discentes. Repensar la educación significa ajustar y reestructurar la forma en que se está llevando a cabo estos procesos formativos en las escuelas, en aras de apostar a una formación que propicie aprendizajes basados en la estimulación, la motivación y las competencias.
Otro gran desafío a superar es la falta de motivación. La escuela del hoy debe encontrar la chispa que motive e impulse a los estudiantes a apasionarse por aprender, a explorar nuevos horizontes, proponer, indagar, investigar, etc., y este es el gran problema de la educación: sacar a los niños del limbo y llevarlos a la acción. Howard Hendricks señala que “la enseñanza tiende a ser más efectiva cuando el alumno está propiamente motivado”. Motivar se convirtió en un reto para la escuela puesto que los discentes se muestran poco interesados y frente a todo esto, hay que hablar de oferta y demanda. La sociedad demanda que las nuevas generaciones estén preparadas para desenvolverse en cualquier contexto pero la pregunta es ¿están siendo los niños propiamente motivados en la escuela para captar todo lo que necesitan para desenvolverse en cualquier escenario laboral? ¿Qué ofrece la educación actual para que los estudiantes se apasionen por el estudio? Estos interrogantes abogan una reestructuración inminente en el sistema educativo que dé respuestas a las necesidades individuales de cada discente.
El problema de la educación reside en querer cubrir todas las necesidades aplicando las mismas metodologías y estrategias a todos los niños por igual. Aquí ha fallado estrepitosamente porque sabiendo que cada niño tiene un estilo de aprendizaje diferente y una inteligencia múltiple más desarrollada que otra, nunca podrá potencializarlas e incluso hasta evaluarla de la misma forma. Todos los niños reciben el mismo examen no importa si tienen un estilo de aprendizaje divergente, convergente o una inteligencia kinésica o lingüística. Es reto para la educación actual, cambiar esta perspectiva y comenzar a educar por competencias afianzando cada estilo de aprendizaje e inteligencia múltiple.
Por otro lado, la escuela ha ignorado un aspecto fundamental como lo es la creatividad. Ken Robinson afirma que “Las escuelas matan la creatividad”. Hoy, al niño no se le deja ser creativo, se le ha dicho qué hacer y qué no hacer. No tiene la libertad de escoger qué aprender, qué leer sino que, en vez de todo esto, se hace el proceso a la inversa. El niño estudia lo que el sistema educativo quiere que aprenda, ¿por qué no pensar por un momento en lo que le gustaría aprender a un estudiante un día cualquiera? ¿Cómo sabe el sistema educativo si los contenidos que está ofreciendo dentro de sus pensums es realmente lo que el niño quiere aprender? Promover la creatividad debe ser una tarea de la educación del siglo XXI y uno de los derroteros por donde debe empezar a trabajar, sabiendo que la sociedad exige ciudadanos creativos e innovadores capaces de interactuar con el mundo actual. También es necesario que desde la escuela se apunte al desarrollo emocional puesto que este favorece que una persona esté altamente educada para afrontar los retos de la vida y mejorar su bienestar personal y social, como señala Janet Patti.
Pero existe un desafío mayor y es el de considerar como prioridad la educación. En términos de transformación, un país no cambia o no supera las crisis por sí misma o por la economía que tenga. Este es quizás el punto más desafiante en la postmodernidad: lograr que los gobiernos entiendan de una vez por todas, que no es la economía, el dinero o la violencia lo que puede generar cambios sino que es a través de la educación. Un país que invierte en educación es un país que contribuye al cambio para salir de la pauperización, la desidia y disminuir los altos índices de violencia. Países como Finlandia y Singapur se han dado cuenta de que es la educación la mejor arma para salir de todo el flagelo que afecta desmedidamente todos los sectores de la sociedad y como si fuese poco, están invirtiendo en educación, es decir, han hecho de la educación su mayor prioridad y es solo cuando esto ocurre que los países progresan significativamente.
Todos estos desafíos muestran que hay mucho que trabajar en la educación si realmente se quiere apostar al cambio y la innovación. Una educación que garantice que las futuras generaciones estén bien preparadas para hacer frente a todos los retos y cambios como resultado de la globalización y desarrollo tecnológico es la que debe potencializar la escuela del hoy. Esto no se logra de la noche a la mañana, hay que trabajar desde ya. Por ello, las escuelas siglo XXI deben vivir su propia realidad, es decir, las escuelas del hoy aunque están en el siglo XXI no son escuelas XXI. Las escuelas XXI son aquellas que dejan de ser un mero espacio de cuatro paredes para llegar a ser cualquier escenario o espacio donde se promueva aprendizajes significativos.
En resumidas cuentas, la educación actual debe promover la creatividad, el desarrollo emocional, la crítica, las competencias en tecnologías de la información y la comunicación, la autonomía, la innovación desde un enfoque basado en las necesidades reales que demanda la sociedad posmoderna. Las escuelas deben apostarle a una educación que se incruste con la realidad, motivando e impulsando la pasión por nuevos aprendizajes. De igual forma, los gobiernos deben invertir y hacer de la educación el único derrotero para alcanzar impacto positivo.
La sociedad del hoy debe capacitarse para desenvolverse en cualquier contexto y la escuela debe garantizar las herramientas necesarias para conseguirlo, al tiempo que propicie el desarrollo de habilidades y competencias en el marco de una pedagogía que suscite la innovación.
Bibliografía
Hendricks, H. (2003). Enseñando para cambiar vidas. Editorial UNILIT.
Hernando, A. (2015). Viaje a la escuela siglo XXI. Madrid, Fundación Telefónica.
Robinson, K. (2006). Las escuelas matan la creatividad. Conferencia en TED.