Recuerdo muy bien las marchas que hubo en el país después de que el no se impuso en el plebiscito del 2 de octubre de 2016: miles de personas salieron a la calle a pedir la paz. Todavía tengo en mi mente la imagen de la Plaza de Bolívar completamente colmada por ciudadanos de todas las tendencias políticas, sociales y culturales, con la única esperanza de tener un país en paz. En esa ocasión, aunque quise participar, no pude salir a marchar pues en mi municipio no hubo ningún tipo de marcha.
Mentiría si dijera que siempre le he apostado al acuerdo de paz con las Farc. Aunque me considero pacifista, durante gran parte del proceso en La Habana tuve muchas críticas al gobierno, dudé mucho en las intenciones de los señores de la guerrilla de querer alcanzar el acuerdo. Sin embargo, con el paso del tiempo y con la llegada de los ceses unilaterales y posteriormente el cese bilateral, empecé a descubrir muchas de las bondades de lo que se estaba haciendo en Cuba, sobre todo al ver como los índices de violencia en muchas zonas del país empezaron a disminuir. Vi los gestos de buena voluntad por parte de las Farc y a la vez entendí que si queríamos dar un primer paso hacia la paz de Colombia, debía tragarme un par de sapos que vendrían en el acuerdo.
Una vez firmado el acuerdo de paz, me dediqué a leer cada una de sus páginas. Lo estudié e hice un máximo esfuerzo por entenderlo. Comprendí que era un acuerdo que no dejaba a un lado a las víctimas, que una de sus partes esenciales era la verdad, el compromiso de no repetición, la justicia a través del mecanismo transicional, entre muchas otras cosas, pero, sobre todo y lo más importante, que podíamos evitar más muertos, más heridos, más víctimas en un país que se había desangrado por años en un conflicto que no nos había llevado a nada.
También tuve claro que acabar el conflicto con las Farc no significaba que se acabara el conflicto en Colombia, pero sí que era un paso enorme el que estábamos dando y que si queríamos seguir por ese camino era necesario que tanto el Estado colombiano, como todos nosotros, hiciéramos un gran esfuerzo para conseguir la paz, esa por la que ayer decidí salir a marchar.
Es cierto, caminé junto a miles de colombianos más pidiéndole al presidente Duque y al Congreso que respete el acuerdo, pero también es muy importante que entendamos que es una tarea de todos poder consolidar la paz en Colombia. Es vital que juntos hagamos pedagogía al acuerdo, que ayudemos en la implementación, que como sociedad le demos la oportunidad a esos excombatientes de regresar a la vida civil, que ayudemos al Estado para que haga presencia en los territorios en donde antes delinquían las Farc. El simple hecho de resolver los problemas en nuestras comunidades, en nuestro entorno, con el diálogo, es un gran camino para esa paz que todos añoramos.
Mi idea de salir a marchar no era ofender al presidente Iván Duque, ni al Centro Democrático, ni de apoyar a ninguna persona, ni partido político, mi propósito fue expresar que la paz es el camino, que yo me la juego por la paz de Colombia, pero aún más importante, reafirmo mi compromiso de aportar a la construcción de paz y reconciliación de este país.