Una ciudad actualmente caótica es la capital de la tercera nación más poblada de América Latina, pero esto no es nuevo, desde hace más de 480 años la sabana cobijada por los cerros fríos ha vivido experiencias críticas que, hoy en día, desafían la supervivencia de todos sus habitantes.
La sobrepoblación urbana de personas, vehículos y palomas; el creciente desempleo, la deficiencia estructural de la malla vial, el pésimo sistema de transporte público, las condiciones de inseguridad, entre otros; actualmente se constituyen en problemas urbanos incontrolables ante administraciones distritales impotentes e incapacitadas para abordar estas materias críticas.
En primer lugar, Bogotá, como receptora incondicional de poblaciones regionales y rurales, se encuentra en una condición de sobrepoblación alarmante. Este fenómeno, muy cotidiano en el nuevo siglo, ha generado hacinamiento, hambre y escasez de recursos principalmente en las zonas pobres de la ciudad. La alta densidad poblacional —cercana 24.643 personas por kilómetro cuadrado— es cada vez mayor ante el vertiginoso aumento de nacimientos y la creciente migración nacional e internacional (venezolana principalmente) en búsqueda de progreso económico, oportunidades educativas y atención en salud.
La presión demográfica ha generado explosiones de la mancha urbana, invasiones y daños a los ecosistemas autóctonos naturales, víctimas de la urbanización clandestina y la poca oferta urbana de infraestructura. Así mismo, la gran cantidad de gente ha demandado más puestos de trabajo, que, al día de hoy, no dan el abasto suficiente. Con una población económicamente activa de un poco más de 4 millones y medio de habitantes, las alternativas del subempleo, la vinculación al delito, la venta informal y el reciclaje abarrotan la capital colombiana. En este último caso, las personas de este oficio además de las interminables horas de trabajo, cargan carretas y urgan dentro de toneladas de basura que esperan ser recogidas por camiones de basura cada vez más deteriorados.
Uno de los problemas más visibles puede verse en la malla vial capitalina, la cual además de ser insuficiente se encuentra en condiciones deplorables. A la poca cantidad de verdaderas autopistas (rápidas, seguras y con capacidad para admitir un alto volumen de tráfico) se le suman las minúsculas calles principales de barrios sobrepoblados, que, víctimas de la pésima planeación urbana y el alto tráfico vehicular, llevan a cuestas la movilidad de cientos de miles de personas y automotores. En el caso de estos últimos, para el 2005, la ciudad contaba aproximadamente con 666.000 unidades; para el 2011, esa cifra se duplicó y en el periodo actual se acerca peligrosamente al millón seiscientos mil automóviles. Resulta aún más grave pensarse que la malla vial desde inicio de siglo no ha tenido un aumento superior del 5%. ¿Acaso debemos seguir dependiendo de las mismas avenidas de hace 30 años para nuestra movilidad?
Las cosas empeoran con un apocalíptico transporte público convertido en un sistema colapsado, costoso y peligroso. Las estaciones y portales de TransMilenio son muy pequeños ante la alta demanda de usuarios (mírese estación calle 76, Av. Jiménez, Portal 80, Portal Usme Portal Sur y Portal Norte); además, en las pocas troncales circulan buses contaminantes y obsoletos que no ofrecen todas las garantías suficientes para llegar a casa. Así mismo, las condiciones de inseguridad, la evasión en los pagos de un pasaje excesivamente costoso, los constantes casos de acoso sexual, el estrés psicológico y las lesiones personales por el poco espacio dentro de los buses, los accidentes de tránsito o las fallas en las estaciones y puertas de los articulados dejan a la ciudad capital muy mal parada en comparación con el resto de América Latina.
El TransMilenio, sumado a la catastrófica integración y funcionamiento del Sistema Integrado de Transporte Público (SITP), ha resultado ser un transporte público muy contaminante inmerso en problemas económicos, administrativos y técnicos casi irreparables. Ante este panorama la alternativa más viable ha sido el uso de la motocicleta, la cual, irresponsablemente ha inundado las quebradas calles bogotanas de accidentes y muertes viales.
Este no es un detalle menor ya que, en todo el país, los motociclistas son el actor vial con más accidentes, fallecidos y lesionados. El auge de la venta de motocicletas está influenciado por tres premisas: la economía (¡y más con un pasaje de TransMilenio a $2.400 pesos!), la posibilidad de evitar los trancones y la facilidad para poder llegar más rápido al destino. Este problema cada vez más incontrolable es causado principalmente por el zigzagueo entre los vehículos, el exceso de velocidad, la impericia e imprudencia de los conductores —teniendo en cuenta la facilidad con la que se puede expedir una licencia de conducción— y la poca distancia de estas con otros vehículos.
Por último, la inseguridad urbana se posiciona peligrosamente como el problema más conflictivo para gran parte de los bogotanos. Los constantes casos de hurto, asesinato, extorsión y venta de drogas ubican a la ciudad como una de las urbes más peligrosas de América Latina, mientras que, las acciones estatales y ciudadanas no han resultado ser suficientes para menguar el problema.
Los ciudadanos por tener una “mejor ciudad” estamos pagando valorizaciones, impuestos prediales y demás cobros que deberían traducirse en avances reales a la planificación e infraestructura vial. Está, en vez de avanzar a dejado una ciudad cada vez más crítica ante los constantes procesos de corrupción e inestabilidad administrativa vistos en aspectos fundamentales como las prórrogas en la licitación para el mejoramiento de la red obsoleta de semáforos de la ciudad, la construcción de colegios o las obras para el metro de Bogotá.
A comparación de otras grandes capitales en Sudamérica, Bogotá es la única ciudad que no cuenta con sistema de metro consolidado o en construcción. En el caso de Quito, la primera línea del metro subterráneo de 15 estaciones y 22 km está proyectada para entrar en funcionamiento en Julio del 2019. La Paz (Bolivia) estando en un terreno montañoso de más de 3600 m de altura disfruta 5 líneas de sistemas teleféricos o “metros aéreos”, ecológicos y modernos. Por último, la ciudad de Buenos Aires tiene 7 líneas subterráneas de metro (Subte) complementarias a redes ferroviarias y 136 rutas de buses que cuentan con carriles exclusivos en las grandes avenidas y un sistema de recaudación unificado con los otros servicios de transporte público.
Todas estas dificultades, ambientadas por “soluciones” imaginarias como la Avenida Longitudinal de Occidente (ALO) o la llegada de nuevos alcaldes, nos alejan más de una ciudad digna para vivir. Día a día Bogotá va transitando el mismo destino de la antigua Babilonia mientras que sus habitantes seguimos inmersos en la desesperación, tristeza y el miedo de vivir en una ciudad en cuidados intensivos.