Una especie de escalofrío me recorrió el cuerpo cuando escuché al presidente Duque anunciar que iba a objetar la JEP. Creo que la primera reacción que tuve fue llevarme las manos a la cabeza y quedarme mirando perplejo a la pantalla. Duré unos segundos inmóvil, mientras asimilaba lo que acababa de escuchar, pues aunque casi era seguro que lo iba a hacer, una parte de mí se negaba a creerlo. “¡Es que no puede ser tan torpe!” siempre decía. “No tiene sentido que lo haga” me repetía. Muy dentro de mí, esperaba sinceramente que no objetara. De ahí mi reacción, de ahí mi perplejidad.
Cuando finalmente salí de mi estupor, agarré el celular y me zambullí en las redes sociales. Quería quitarme el escalofrío que me invadía llenando de calor mi corazón con las reacciones de mis compatriotas en contra de la estupidez de Duque. Quería llenarme de fuerza viendo como la mayoría del país se tiraba lanza en ristre contra las objeciones del presidente. Necesitaba cobijarme en la racionalidad de un país que no podía avalar acabar con lo mejor que hicimos como sociedad en 70 años... Y entonces, de escalofrío pasé a rigor mortis.
Pues a pesar de mi incredulidad, la gente, en su mayoría, estaba celebrando el anuncio de Duque. Muchos, políticos, periodistas y gente del común, sacudían las redes, festejando lo que en la práctica es terminar con el acuerdo de paz. ¿Cómo podemos estar tan enfermos? De inmediato recordé varias cosas: que hace pocos días, un número muy similar de personas pedía a rabiar una guerra con Venezuela; que sujetos se paraban en la entrada del Congreso, con toda la tranquilidad, a decir que había que matar a este o a esta; que hace un par de meses circulaban videos de personas que durante unas marchas, sin el menor atisbo de duda, prometían plomo y muerte a estudiantes e izquierdistas por igual, en público, con policías al lado, no importaba.
Y entonces me di cuenta de algo que seguramente muchos de ustedes ya saben: Uribe y sus seguidores han sacado lo peor de nosotros, nos han convertido en criaturas viles y horrendas, imbuidos de una sed de muerte que parece no tener fin. Causalmente, han arrancado de raíz una de las más puras manifestaciones de humanidad de la que somos capaces, la capacidad de perdonar. Nos han convertido en una sociedad llena de jueces de la parca, que a rabiar pide sangre, tortura y muerte, que dictan sus sentencias en Twitter y las ejecutan en la realidad... verdugos de la cordura que creen que hay buenos muertos y que la limpieza social es un acto de patriotismo puro. Estoy molesto, sí, muy molesto porque los trucos que ellos han usado en la gente de mi amado país han destrozado la humanidad en el corazón de los colombianos.
Han optado por el simple y bien conocido camino de control de masas, del miedo, del odio y de la rabia. Han hecho de la explicación simplista su consigna, porque desde hace años se dieron cuenta que es mucho más fácil acercar a la gente a la guerra que a la paz. Se dieron cuenta de que repetir palabras como “narcoterroristas” o “castrochavistas” hasta convertirlas en mantra tenía más impacto en la gente que no tener ni soldados ni campesinos muertos por cuenta de la guerra. Tuvieron claro siempre que la gente por principio es estúpida y que entre más simple sea el argumento que usen, entre más se apele a las emociones básicas, más adeptos generarían a una idea que a todas luces no tiene sentido. Que la paz es mala.
Y así, creando miedo y rabia. Uribe y sus esbirros no solo han dejado agonizante el único logro como nación que era admirado por el resto de la humanidad, sino que han dejado a una sociedad lista para una guerra. ¿Una guerra contra quién? ¡No importa! Contra el que sea.
Gracias por acabar nuestra humanidad.