Cruza la pierna al tiempo que bebe otro sorbo de café. Por momentos parece navegar dentro de sus propios pensamientos como si deseara estar más allí que aquí. Se percata de que su cigarro está a punto de terminarse y con un movimiento muy pausado y hábil toma otro para encenderlo con el que ya se está terminando.
Bueno, no puedo hablar de esto sin sentir un poco de nostalgia, mijo. Yo trabajaba en la finca de don Antonio Carpentier, era un paisa muy parado en la raya, alto y siempre llevaba una peinilla en la cintura; todas las personas de por ahí lo conocían. Resulta que él tenía una hija, bueno, en realidad tenía cuatro hijos varones y ella.
Antes de que fuera por allá se hablaba de que el viejo tenía una hija hermosa pero que la cuidaba más que al presidente. En ese entonces, yo era un muchacho trabajador y siempre me andaba metiendo en problemas, especialmente por mujeres. Por esos días escuché la noticia de que don Antonio buscaba un trabajador para que le ayudara con las labores de la finca porque el último que tenía ahí le había tocado salir viendo los diablos enjalmados, según dicen, se puso a coquetearle a la china y lo pilló.
Sin pensarlo hablé con mi papá, le dije que se pasara por la finca del viejo y me recomendara. Él salió para allá y volvió en la pura noche, me dijo que empacara mis cositas y que saliera madrugado porque empezaba de una vez y pues bueno, así pasó. Llegué allá y el tipo de una me las cantó: “Quibo paisita, aquí el camello es duro mijo pero bien pago, trabájeme bien y todo va estar así mismo”. Yo estaba todo contento, mijo, jmm… ahora sí iba a conocerle la hija.
Pasaron como dos meses y no la había visto ni una vez, yo no comía en la casa sino que lo hacía en un ranchito cerca del corral. La sirvienta era la que me traía la comida y ni tiempo me quedaba en el día para pasarme siquiera cerca de la casa. Así pasó otro mes, nada, yo ni a la sirvienta le preguntaba por la hija del patrón porque si ella iba y le decía que yo estaba preguntando por la hija ahí si me llevaba el que me trajo.
Recuerdo que estábamos tapando un portillo por donde siempre se salían los novillos de cría, ese día hacía un calor insoportable y nos habíamos terminado todo el agua que trajimos. Ya había pasado bastante tiempo y la confianza con el viejo era mejor. Ramón me dijo mientras acuñaba el estantillo: "Llegue al rancho y traiga más agua pa’ que tomemos mijo, nos vamos a morir secos home". Uff, eso fue como que me diera vía abierta para verla. Jodida la cosa, pero yo no iba a perder la oportunidad. Cogí el tarro del agua y me fui.
Llegué a la casa y llamé a la sirvienta pero nada que aparecía, después de un rato la puerta se abrió y ahí estaba, era su hija: alta, blanquita, tenía el cabello suelto y era como dorado, parecía un ángel. Yo me quedé como apendejado por un momento, ni supe qué fue lo que le dije ahí, solo recuerdo que después le hice saber que necesitaba agua para llevarle a su papá. Me hizo seguir y que le ayudara, así fue como empezamos hablar. Charlamos un buen rato, yo no quería terminar de preparar esa agua y antes de salir para el trabajadero le dije que si podíamos vernos bien tarde cuando el viejo estuviera durmiendo. Me dijo que sí, que ella iba al ranchito. Al parecer yo también le había gustado, es que yo no era feo, mijo.
Bien tarde la vi venir, claro, yo estaba pendiente de ella. Podía ver cómo prendía y apagaba la linterna, uno hace eso para ver dónde va poner la pata. Jmm, cuando ya la tuve cerquita se me revolcó todo, el corazón se me cambiaba con el estómago una y otra vez. Es que no solo era de verla a ella porque bien bonita que sí era, sino porque si el paisa se daba cuenta me mataba ese viejo hijueputa.
Nos seguimos viendo casi todas las noches y en una de esas, recuerdo que ella venía, salió don Antonio y le dijo: "María, ¿qué hace por acá afuera a esta hora, 'ome?, ¿que no ve el frío que hace mija?". Jmm, esa noche me quedé como medio pensativo, estábamos jugando con fuego.
Resulta que el viejo ya se había pillado la jugada, se estaba haciendo era el huevón. La sirvienta se había pillado todo y le contó al tipo y esa noche era para comprobarlo. Amaneció y me fui a trabajar, la china llegó allá, me dijo que me había extrañado mucho y que la perdonara por no haber llegado anoche porque su papá la había visto salir, pero que le había dicho que no tenía sueño y había salido un momento.
Ella se fue para la casa y quedamos de vernos en la noche otra vez, jmm… yo iba para el ranchito, ya estaba cerca, iba a buscar el almuerzo cuando veo que se me viene ese paisa con una rula. Qué almuerzo ni que hijueputas, arranqué por un pasto de corte que había ahí, cuál pelusa ni que nada, corra papá. Me tocó dejar todo botado.
Así pasó como un mes. A mí me tocó perderme porque el viejo había hablado con los paramilitares, les dijo que yo era guerrillero y eso hizo que mantuvieran amenazando a mi papá para que les dijera dónde estaba yo. Casi lo matan, lo agarraron a palo una tarde en el pueblo. Pobre mi viejo, a raíz de eso decidió salirse de allá, dejarlo todo y venirse para el Caquetá a empezar de nuevo. Fue muy duro para todos. Yo ya estaba aquí, era la casa de mi abuela materna, brava esa señora pero pues qué más hacíamos, aguantárnosla porque qué.
Claro, cuando supe lo de mi papá, porque él me contó al llegar, empaqué maleta de nuevo y me fui. Llegué a la finca de don Antonio dos días después en la pura tardecita. María estaba recogiendo una ropa de la cuerda, yo pendiente del viejo pero no lo vi por ninguna parte. Le hice señas a María desde el corral y al verme se vino corriendo, me abrazó y me dijo: “¿Está loco o qué?”. Me alegró tanto verla, tanto que le dije que iba por ella, le dije que nos voláramos. Ella como que pensó por un momento y me dijo que sí.
Arreglamos todo para que en la siguiente noche nos viéramos en el pueblo. Yo había llevado una mulita que le decíamos La Sonsa. Recuerdo que ese día estaba lleno de nervios pero contento porque me llevaba la china. Llegó la noche y nada, empezaron a pasar las horas y nada, ya estaba preocupado pero no pensaba en que de pronto le hubiera pasado algo malo, creí que don Antonio la había pillado y no la había dejado volarse. Pues así pasó la noche y jamás llegó.
Estuve en el pueblo como dos noches más. Creo que era sábado ya y llegó un comentario al pueblo, por lo que habían ido a la finca del paisa porque nada que lo veían y eso era raro porque el viejo normalmente salía día de por medio al pueblo y también siempre se le miraba por ahí trabajando. A pesar de ser como era también era muy colaborador y saludaba a todo el mundo. Entonces, habían pasado por allá y habían encontrado al viejo, a la sirvienta y a la hija descuartizados en el corral. Casi me vuelvo loco mijo, yo no lo creí, pero tampoco fui a mirarlos.
Al tiempo de haber vuelto al Caquetá de nuevo, por boca de unos vecinos que también les tocó salir de allá, nos dimos cuenta de que cuando don Antonio buscó a los paramilitares para que me mataran alguien lo pilló y le contó a los guerrilleros. Por eso fueron y lo mataron, así como los paramilitares mataban a las personas por ahí.
Después de eso me radiqué aquí y fue cuando conocí a su abuela. Jamás le conté esto y pues ahora ya qué mijo, ya nos vamos a morir.
Puedo notar cómo se va a la lejanía mientras me cuenta estas cosas. No puedo imaginar el sufrimiento que tuvo dentro todos estos años, porque estos no solo llegaron para arrugar su piel.