La ginolatría del neolítico*
El hielo vive y se mueve con el mundo. Entre los avances y retrocesos de las glaciaciones, los homínidos, los desaparecidos neaderthalienses, los cromagnon caucasoides o negroides, elaboraron armas y utensilios, burdas tallas de sílex del terciario, instrumentos en forma de almendra terminados en punta del cuaternario y tallas más cuidadas en forma ojival. En esa época descubrieron el uso del fuego y del arco, pintaron los muros de las cuevas, se servían del cuerno, enterraron los muertos y tallaron el marfil, el hueso y la piedra, creando dardos, arpones, picos, sierras, bastones de mando e industrias líticas del hogar. Fundamentos de un arte que, según los paleoclimatólogos, quedaron fijados hacia los finales de la glaciación más grande sufrida por la tierra, la de Würm entre aprox. 50 mil y 15 mil años A. de C.
En esa época de la prehistoria, el homo sapiens cercado por el hielo y por el deshielo, por los casquetes glaciares, por gélidos ventisqueros y por las fieras, tallaron estatuillas que muestran féminas desnudas y encintas, con grandes nalgas y senos, descomunales caderas y opulentos muslos, que revelan la adoración a los poderes mágicos de la reproducción y fertilidad de la hembra "capaz de desangrarse sin morir, de hincharse y sacarse un niño del vientre por la misma hendidura del placer". Así mismo muestran el desconocimiento del hombre de su participación biológica en la propagación de la especie y el asombro del varón ante lo diferente a él mismo, otorgando en el cuaternario a la mujer un carácter de diosa idolatrada en función de la fecundidad. Expresando en las estatuillas la inserción del erotismo, en una veneración por la mujer y sus poderes de reproducción, con una fascinación sexual y sensual como si quisieran poner en evidencia el poder de la carne y del cuerpo.
Ginolatría que no implicaba la ginococracia (o dominio de las mujeres), que es una invención cultural. Ya que en la horda, antes del neolítico, había promiscuidad sexual y por eso la maternidad establecía la única filiación posible. Las diosas abundaban y junto a ellas los amantes, jóvenes en flor, los que eran sometidos a un sacrificio ritual periódico. Manifestación alegórica de la destrucción y renacimiento anual de la naturaleza, que siguió al rito funerario y a la aparición del consorte de la diosa madre y su epifanía, en representación de la muerte y del renacimiento. En la que las grandes diosas disponían libremente de su sexualidad y no las regía idea conyugal alguna, procreando de distintos varones.
Las diosas más antiguas —registradas como la Inanna sumeria y la Ishtar babilónica— prácticaban la prostitución sagrada y eran vírgenes, entendiéndose que no eran dependientes de ningún varón. Las había también "virgos intactas" o que no tenían contacto alguno con varón, como Artemisa y Atenea. Donde la tarea del héroe de las leyendas escritas (Sumeria, Acadia, Babilonia) será la de vencer o castigar la soberanía, la crueldad y la indiferencia ética de las diosas. Y en la que los griegos darán su versión homófila (atracción por sus iguales u homónimos) y misógina (aversión hacia las mujeres) de la guerra de sexos. Del seno del milenario Egipto, surgirá Era o Isis. Gran diosa-madre con rasgos diferenciados propios y morales, materia y habitáculo invisible de los principios del bien y del mal, pura y liberada del trastorno producido por las pasiones. Diosas, que por lo tanto, regían los dominios de la vida y de la muerte. Dispensaban bienes y protegían del abismo insondable, consagraban los productos de la tierra, anunciaban el milagro de los cambios de estación y exaltaban la sexualidad. Y en la medida que sus cultos produjeron sociedades iniciáticas regidas por la idea del cambio interior, por la palingenesia —morir es renacer—, que liberaba de la envoltura corpórea y de las limitaciones terrenales, mediante una disciplina mental; se descubrió que la meditación, la concentración y la invocación intensificadas, podrían constituir vía adecuada para alcanzar la unión con lo divinal.
Iconoclastia de las diosas (εικονοκλάστης griego: eikon "imagen", klaein "romper")
El sacerdocio de las grandes diosas estaba compuesto de varones, castrados en su mayoría y aunque las mujeres desempeñaban un papel muy activo —prostitutas sagradas, pitonisas, bacantes, sibilas, médanes (seres femeninos divinos)— una vez iniciado el trato con las divinidades, empezó la guerra con o por los dioses. Imponiéndose la reivindicación viril de los antiguos griegos, de los romanos y de los judíos que daban a la mujer tan sólo dos papeles: el de madre-esposa o el de hetaira (cortesana). Triunfando los divinidades solares sobre las lunares. Surgiendo así los ritos de la cremación, que libera el alma dispersa en humo-aire, luz-sol y la sepultura del cuerpo en tierra, que equivale a regresarlo al vientre materno. Antinomia de simetría clásica, que califica: lo femenino de lunar, porque su organicidad menstrual obedece al ciclo del astro nocturno. El claroscuro, dominado por los ritmos del nacimiento y muerte. Lo solar como viril, persiguiendo la inmortalidad y la purificación en el fuego y la luz. Mujer terrestre —vientre, hombre celeste— mente. Simplificación lunar-solar, contradicha por teogonías de lo no manifestado (mundo sumerio-babilónico y celta), que le dan a la mujer actividad y dinamismo sin los que no hubiera Creación: "la mujer encendida (el sol), busca la humedad viril (la luna) para calmar su ardor". Asimetría contraria al criterio paternalista, que reconoce en la mujer su función sagrada y primordial, procreadora y educadora femenina, encargada de transformar al hombre.
La visión de la hembra como expresión de la carne y el pecado es judaica. Visión androlátrica (adoración del hombre) del mundo patriarcal, que degrada sistemáticamente el mundo femenino. Pasando por el misoginismo de acentuado homosexualismo griego, romano y germano, que desemboca en el judeocristianismo monoteísta y represivo de la sexualidad. En ese entonces, gracias a Constantino I (emperador romano 272 a 337 d.C.) y a Teodosio el grande (347 a 395 d.C.), la Iglesia católica heredó las instituciones y las estructuras imperialistas romanas, junto con sus pompas y sus vicios, donde difícilmente cupo el sexo como función normal de la especie humana
*1. Gino, del griego antiguo γυναι (gynai), mujer. 2. Latría, del griego λατρεια, adoración o culto. 3. Neolítico, nueva y última edad de la piedra pulimentada, de la cerámica, de la producción de alimentos basada en especies, de la agricultura y la ganadería, de la vida en grupos y de los primeros poblados.
** Y contra la necesidad de satisfacerlo, se alzaron a través del tiempo hipócritas plegarias, exorcismos y conjuros, armas y represiones, desalmadas inquisiciones, indulgencias compradas y confesiones celestinas, figuraciones demoníacas y la absoluta continencia carnal; al vincular el natural erotismo y la seductora sexualidad femenina, al triunfo de la materia y el mal. Indicando que Satán siempre convierte en cómplices a las mujeres, en una permanente alianza que destruyó hasta el Paraíso Terrenal.
La copulación formaba parte de la felicidad edénica, de la participación en el deseo universal del ser. Más en la versión de la Biblia judaica, el colérico Jehová condena a la pareja original a trabajar y a la mujer parir con dolor, por despertar al conocimiento del bien y del mal. Erigiendo al hombre en juez de sí mismo y a través del libre arbitrio como propulsor de la vocación de poder de la humanidad. Racionalidad técnica que forma parte de ese deseo de transformar el mundo, la naturaleza y las energías, en su beneficio; paradigma de poder y de creación propios de su impulso vital, que no compite con la infinita grandeza del Supremo Creador.
Nota. El término feminismo no es antónimo ni equiparable de machismo. Feminismo es el ‘principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre’ y el ‘movimiento que lucha por la realización’ de esa igualdad. Por su parte, machismo es la ‘actitud de prepotencia de los varones respecto a las mujeres’ y ‘forma de sexismo caracterizada por la prevalencia del varón’. Para cubrir ese hueco semántico —el de una palabra que aluda a una defensa de la superioridad de la mujer sobre el varón— se emplea en ocasiones el término hembrismo. Término hembrismo, empleado para aludir a una exagerada actitud de sumisión, pasividad y resignación de la mujer frente al hombre.