Dicen que si alguien amó y quiso a Pasto y a la tierra de Nariño, como pocos, fue Guillermo Edmundo Chaves. Considerado uno de los escritores nariñenses más importantes de todos los tiempos, publicó un poemario Oro de lámparas y una novela, Chambú que, por su calidad literaria, casi que inmediatamente fue comparada con La Vorágine de José Eustasio Rivera y ‘María’ de Jorge Isaacs.
Su fama, a pesar de que se grabó una película sobre la obra, decreció con el tiempo, entre otras cosas, por la ramplona imposición y, a veces, obsesión de editores en catapultar a dos o tres nombres desde un punto de vista comercial y, claro, por el surgimiento posterior de los escritores del boom y el impacto del realismo mágico en la literatura universal.
Guillermo Edmundo Chaves nació en Pasto el 19 de mayo de 1903, estudió derecho en la Universidad de Nariño y se graduó como abogado en la Universidad Nacional. Se dice que fue un hombre carismático, amable, sencillo, a quien la poesía le nacía del corazón, como aparece el arroyuelo campesino, como nacen los sentimientos más entrañables en el espíritu del hombre.
Su tumba, que se resiste al paso inapelable de los años, se encuentra en Jardines de las Mercedes de Pasto, ignorada por autoridades y políticos locales (ellos tan ocupados en cosas importantes, tan lejos de la literatura y sus banales ocurrencias) y, lo peor, menospreciada por académicos que no han querido volver los ojos al pasado en esa particular afición a la desmemoria que tenemos la mayoría de colombianos.
Chambú
Enumerando farallones, montañas y rampas de reciedumbre andina que fueron bautizadas con palabras quechuas, las que los nariñenses heredamos de los Incas, empieza Chambú, la gran novela de Guillermo Edmundo Chaves.
La obra, que fue publicada en 1946, clasificada como novela terrígena dentro de la tradición novelística del siglo pasado, habla del hombre americano, es el canto a un pueblo, el de Nariño, y cada una de sus páginas desborda una poesía que pocas obras de la novelística colombiana alcanzan en ese y en los actuales tiempos.
El crítico Juan Lozano y Lozano no dudó en afirmar que, por su conjunto tremendamente vigoroso y humano, Chambú se debía considerar como una de las cuatro o cinco novelas más importantes de la literatura colombiana.
En efecto, es Chambú —que significa roca— la voz de los olvidados, la descripción del paisaje que se lleva en el espíritu, la odisea del hombre que se enfrenta a la belleza y los peligros de la vasta cordillera, la recreación del mestizaje, el canto al amor donde la inolvidable molinera que baila al compás de requintos y guitarras con su belleza morena perturba al macho que taimado la pretende.
Chambú es la descripción de un Pasto colonial con sus calles y puestas de sol y una bucólica y casi inofensiva presencia del volcán Galeras. Es la angustia de un dolor sin nombre —del ajeno y del propio— de la desilusión temprana y el pesar eterno, angustia de la violencia y desespero ante las miserias de la condición humana.
“El paisaje como perspectiva poética y creadora constituye uno de los rasgos más determinantes de la obra. En cuanto hace posible, la visión íntima, descubierta como un subfondo, de las realidades de su tierra, de su corazón y su destino”, escribe el ex rector de la Universidad de Nariño, Edgar Bastidas Urresty.
Es urgente reeditar Chambú, la Gobernación de Nariño, las autoridades de cultura del departamento, deben emprender ese objetivo para que las nuevas generaciones accedan a la lectura de una novela, eminentemente nariñense, que se convierte en el espejo (lo es toda novela) de la criatura humana que sufre, ama y camina por los senderos de la América profunda.