Zalamero y acomplejado, así es el periodismo colombiano

Zalamero y acomplejado, así es el periodismo colombiano

"Nadie más engreído y soberbio que un periodista con veinte seguidores en Twitter o Instagram o con un blog que no sobrepasa las veinte visitas semanales"

Por: Fernando Botero Valencia
marzo 04, 2019
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Zalamero y acomplejado, así es el periodismo colombiano
Foto: Las2orillas

El periodismo, decía Gabriel García Márquez con alguna frecuencia, “es el mejor oficio del mundo”. Y nos encontramos con frases célebres y llamativas también de otros pensadores sobre esta “actividad” que en pleno siglo XXI parece que nadie aún se pone de acuerdo en qué es; si una carrera, un oficio, una actividad o un simple trabajo.

De hecho, el periodismo parece que nació en una calle desolada, o en una polvorienta carretera o en un charco de sangre de una esquina. Parece que lo parió la necesidad de narrar el día a día de la gente; no nació precisamente en un pulcro salón o aula de clases de una distinguida universidad o de un flamante centro académico; no señores, nació, creo, en un marginal vecindario y no en medio de oropeles como otras carreras más pretenciosas, donde brota el champán y los finos discursos en encumbradas ceremonias dando la bienvenida a imberbes novatos.

—¿Por dónde ha entrado usted?

—Por la puerta.

—¿Sabe usted que no se puede pasar?

—Bien, he logrado pasar.

—¿Quién es usted?

—Un periodista.

Azorín.

Y es que ser periodista o “buscador de noticias” exige ser corajudo, andar con un burladero portátil, ser malicioso, obstinado, tener el don de la invisibilidad que el resto de los mortales no tienen, y el don de la ubicuidad que tampoco los demás tienen.

Y si Bob Woodward, Joseph Pulitzer o el mismísimo Gabo elevaron este oficio, trabajo o carrera como le quieran llamar al estatus y nivel más alto, creo que hoy más que nunca el periodismo se encuentra en su nivel más bajo y en total desprestigio, por lo menos en nuestro país.

Y no solo porque una gran mayoría se convirtió en mercadotecnistas y expertos en “asesoría de imagen” que venden su conciencia a políticos, gobernantes y empresarios inescrupulosos, sino porque estoy convencido que es el gremio más zalamero y acomplejado.

Nadie más engreído y soberbio que un periodista con veinte seguidores en Twitter o Instagram o con un blog que no sobrepasa las veinte visitas semanales, o esos que tienen empleos en uno de los grandes medios del país como El Tiempo, Caracol o Semana, solo por mencionar tres.

He pertenecido —bueno nadie debe pertenecer a nada ni a nadie—, mejor, he hecho parte de algunos grupos de periodistas especializados en algo —no voy a decir en qué para no despertar odios directos aquí—, donde he constatado de primera mano la actitud empalagosa y creída de muchos periodistas cuando están con otros de sus similares. Por mi actividad viajo constantemente en press trip, viajes de prensa, y es en donde más he podido comprobarlo.

Puedo apostar mi patrimonio moral —el único que tengo— a que gremios como futbolistas, camioneros, artistas, cirqueros, arroceros, lustrabotas, hoteleros o taxistas comparten más y tienen más en común como grupos, colegas y amigos que lo mal que lo hacen los periodistas, que parece que no los uniera nada vital.

En este sector al parecer prevalecen los estratos sociales y los estatus laborales según el medio a donde se esté vinculado. Por ejemplo he visto la indiferencia y menosprecio de algunos comunicadores de la capital de Colombia con colegas de la provincia. Se creen de mejor alcurnia y abolengo. Periodistas de más allá de Bogotá “nada que ver”, fuchi.

De hecho muchos y muchas no caminan sino que flotan, levitan en sus egos pedantes mirando encima del hombro al otro u otra. No saben de humildad, cortesía y camaradería, solo se lo reservan para los de su grupo.

“El periodismo es una maravillosa escuela de vida” escribió el gran escritor Alejo Carpentier, y así lo deberían entender muchos periodistas zalameros. O también deberían meditar sobre lo que escribió el reconocido escritor mexicano Francisco Zarco, “no escribas como periodista lo que no puedas sostener como hombre”. Entenderán que la esencia de este oficio que debió nacer en una convulsionada noche y a la vez en una intensa tarde con hombres incontrolables es ver las cosas desde el alma, narrarlas desde el corazón y apretarlas con pasión.

Y la frase escrita por el gran escritor bielorruso Ryszard Kapuscinski, “para ser periodista hay que ser buena persona ante todo”. Yo le daría la vuelta y la pondría en un obituario en la lápida de un periodista fallecido: “Aquí yace un periodista que en vida fue una buena persona, ante todo”.

No sé cuál es el complejo que alienta a tantos periodistas, porque según la psicología quien presume de ser superior a los demás es porque tiene complejo de inferioridad. Y creerse más que los demás es la forma de defensa que asumen para no sentirse tan pequeños, tan menos.

Eso dice la psicología, pero creo que la vida, el hoy, el día a día, enseñan que la sencillez y la humildad le dan un tamaño exponencial y enorme a las personas.

Esto lo deberían aprender y poner en práctica muchos periodistas que tienen malas maneras cuando se interrelacionan con sus colegas. No faltará el que me responda que el acomplejado podría ser yo porque en algún momento sentí el rechazo y me resentí, realmente no es así.

Lo único que me motivó escribir sobre este tema es que precisamente me cansé de estar en algunos grupos de periodistas donde el lugar común terminaba siendo el marcado egocentrismo; la zalamería y cursilería de muchos colegas hombres y mujeres que ven en sus similares alguien inferior; y no fue que me estuviera yendo tan mal en estos grupúsculos, sino que no he podido con estos entornos donde hay tanto pusilánime, mediocre y acomplejado.

Y si no, quién más arrogante, traicionero e hipócrita con sus colegas que el fallido Juan Pablo Bieri, el cual veíamos en Red+Noticias empuñando un fuerte criterio periodístico, apropiado de una creíble imagen de hombre pensante e idóneo; para transmutarse en un oscuro y sombrío personaje que con alevosía apuñalaba —en sentido figurado— a sus compañeros de profesión.

Hay algo más peligroso que una balacera en un ascensor, un periodista con poder. Los casos abundan y han terminado muy mal. El poder choca con el buen periodismo que deja de ser honesto para venderse al mejor postor, pues tiene más poder un periodista con prestigio que con un poder que se le entrega. El primero se gana, el segundo se exige.

Lamentable sí. Los periodistas estamos llamados a promover cambios positivos en la sociedad, y es una cruzada utópica si no nos despojamos de banalidades y personalismos que incluso creo que muchas veces producen un efecto negativo en el público.

El pilar de un periodista debe ser el servicio, la camaradería, la solidaridad y el concepto de equipo, de hermandad, porque si buscan ser reconocidos o reconocidas como estrellas se equivocaron de oficio, de carrera, de trabajo o de lo que sea que sea esta vaina.

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