En una bicicleta estática Moisés Fuentes pedalea con sus brazos. Desde el piso toma cada pedal en su mano y por una hora sus extremidades superiores se vuelven sus piernas. No puede usar el sillín, su cuerpo no funciona del ombligo para abajo. Por eso debe sentarse tras el aparato, agarrar sus piernas flacas con las manos y abrirlas –una a cada lado– para ejercitarse a diario. Luego, flexiones de brazo y abdominales para terminar la mañana de fortalecimiento. Lo repite todos los días de 8:00 a 10:00 en el gimnasio precario de la Unidad Deportiva Alfonso López de Bucaramanga, Colombia.
Si el lente de una cámara enfocará sólo su torso desnudo y sus brazos, la imagen sería de un deportista de talla mundial sin ningún tipo de discapacidad. Sus brazos pertenecerían a la NBA y su tronco vendría de la disputa del título mundial –Peso pesado– del boxeo; pero no: Moisés Fuentes es el primer medallista paralímpico colombiano. En Beijín 2008 logró, contra todo pronóstico, el bronce; y en Londres 2012 su ratificación: la plata. Su deporte: la natación. Su prueba: los cien metros estilo pecho.
Al cumplir dieciocho años Moisés partió de su casa con la intención firme de huirle a la pobreza. Llegó a Santa Marta, donde seis balazos dejarían su vida pendiendo de un hilo. Su hermano Rodrigo lo invitó a trabajar. Rodrigo compraba ganado, lo alimentaba, lo sacrificaba y lo vendía por presas. El negocio iba bien; tan bien que alertó a los paramilitares que operaban en la zona, quienes lo amenazaron de muerte si no les pagaba una cuota por trabajar en sus dominios. El hermano le restó importancia a las amenazas y decidió no pagar. Lo que parecía a todas luces justo, fue el detonante para que la fatalidad se hiciera presente. El trece de octubre de 1992, Moisés y Rodrigo trabajaban sin pensar que la muerte los visitaría vestida de plomo. Las amenazas se hicieron realidad. Rodrigo murió acribillado y el cuerpo de Moisés fue perforado en seis oportunidades. Los verdugos se fueron con la certeza de haber ultimado a los dos hermanos Fuentes. Pero la vida de Moisés no se esfumó por los orificios que dejaron las balas cobardes.
–A mi hermano lo mataron y a mí me pegaron seis tiros, ellos creyeron que yo estaba muerto, por eso me dejaron tirado en el piso.
Moisés despertó en el hospital.
–No sentía las piernas y el dolor era infrahumano en todo el cuerpo, como si me hubiera pasado una aplanadora.
Los disparos dañaron las vértebras nueve y diez. Moisés quedó parapléjico: perdió el movimiento de sus piernas. Del tiempo que podía mantenerse erguido sólo queda el recuerdo, concentrado en un retrato tomado el día que tramitó su cédula de ciudadanía; y que hoy, adorna el centro del comedor de la casa de sus padres. Viste un traje oscuro e irónicamente no sonríe, esta serio. A esa edad, el triunfo más importante de Moisés Fuentes era haber terminado su básica primaria en la escuela Antonia Santos de la vereda La Putana. A este lugar iban todos los niños campesinos que vivían en la zona rural del municipio de Betulia, Santander; ubicado a noventa minutos por la carretera que de Bucaramanga conduce a Barrancabermeja.
En la familia fueron seis hijos; sólo hay cuatro vivos: Moisés, Cleotilde, Alicia y Magdalena. Esta última le dejó un recuerdo para toda la vida. Ahora Moisés es como su padre, le habla, le da consejos y, cuando toca, la regaña. Pero en la niñez del nadador la pereza y la equidad de género le jugaron una mala pasada: fue con su hermana a recoger leña y ella quiso que él acarreara toda la responsabilidad. Él se disgustó y quería nivelar las cargas. Ella, enfurecida, tomó un garabato y de un sablazo le abrió la cabeza dejándole una herida que el tiempo no borró.
La resurrección de las aguas
La familia Fuentes García perdió un hijo y tuvo que ver como otro quedaba impedido, de por vida, para utilizar sus piernas, que parecen las de un niño delgado de diez años pero que, además, no responden. Y por si fuera poco el dolor, ya la muerte le había arrebatado un Moisés a la familia. El primer Moisés Fuentes es el padre, por eso el primogénito llevó ese nombre durante sus pocos años de vida. El significado bíblico de este nombre es “salvado o rescatado de las aguas”; designio que, en principio, no se cumplió. Pues a los tres años el segundo Moisés Fuentes se ahogó en una alberca en el municipio del Valle de San José, en Santander. Allí nació el tercer Moisés Fuentes un 22 de septiembre de 1974, lo bautizaron en homenaje al difunto hermano. El agua llevó, primero, la muerte y traería, después, la felicidad; esa que se ve en el rostro siempre sonriente de Moisés Fuentes.
Del hospital salió con la certeza de no poder usar nunca más sus piernas. Su vida quedó atada a una silla de ruedas.
–Siempre me preguntaba: ¿por qué a mí? En ese momento no sabía si agradecer por seguir vivo o putear por no haberme ido con mi hermano. Pensaba que en este estado era mejor no vivir, hasta que me metí al agua.
En su casa de La Putana, Moisés decidió lanzarse a una quebrada cercana. Amarró su cuerpo a una pimpina vacía de cinco galones de gasolina que, en caso de problemas, lo mantendrían a flote. Cada brazada a contracorriente fortalecía sus brazos y lo hacía sentir vivo.
–En el agua me sentía libre, como que revivía nadando. Ahí, no sabía que quería competir, ni siquiera a nivel local, solo disfrutaba de la corriente en el cuerpo y tiraba brazo.
A un inquilinato del barrio Campo Hermoso de Bucaramanga llegó la familia. A punta de trabajo compraron una casa en la calle 48 n° 9 occ 33. El mute y los ayacos de Elvira García, la madre de Moisés, pronto se hicieron famosos los domingos. La principal fuente de ingresos vino de satisfacer el paladar de los vecinos. Hoy Elvira tiene setenta y dos años, parece mucho mayor y ya no cocina para vender. Con un vestido de flores celestes, sentada en una butaca que se resiste a desaparecer en el tiempo y tomando con fuerza un libro titulado Palabra de vida del gran maestro escrito por Elena G. de White, dice:
–Desde el año pasado él me dijo que no trabajará más, que él me daba para los dulces –no puede atajar las lágrimas y concluye– a mí me hubiese gustado más que fuera pastor. Tenía madera. De todos modos, Dios está en el cielo y en el corazón del que lo ama y mi hijo conoce bien los mandamientos. La única corona que le falta es la del reino de los cielos.
Ella afirma que su credo adventista le dio un plus a Moisés en su recuperación. Él empezó desplazándose en silla de ruedas todos los días a entrenar a la Unidad Deportiva Alfonso López. Cubría la distancia y al terminar su entrenamiento desandaba el recorrido con la fuerza de sus brazos. Por trayecto son cuarenta minutos en bus.
En las piscinas olímpicas conoció al entrenador de la selección Colombia paralímpica William Jiménez, con quien forjó una relación de triunfos. Jiménez describe a Moisés.
–Es una máquina perfecta para el estilo pecho. Su biotipo, su espalda ancha, la fortaleza de sus brazos y su tranco le permiten boyar con facilidad. Su resistencia en velocidad es descomunal. Él mezcla su tenacidad, su disciplina y compromiso con sus metas. Sabe qué quiere, se esfuerza y lo logra.
Cuando iniciaron labores Moisés era un nadador rústico, sin técnica. Nadaba en rio, no en piscinas. Braceaba fuerte, pero con la cabeza siempre fuera del agua. Desde ahí tuvieron que empezar a trabajar, en el río no se pueden abrir los ojos dentro del agua, en la piscina nunca se pueden cerrar. Moisés inició un trabajo de coordinación. Brazada dentro del agua y sacar la cabeza para tomar aire. Otra brazada y otra vez la cabeza a afuera. De apoco el estilo rustico se quedó en el olvido.
El técnico y el alumno forjaron un plan de trabajo, pero no imaginaron lo que venía. Al empezar a perfeccionar sus brazadas los tiempos se redujeron. Fue necesario pasar una ronda clasificatoria y para los viajes el fútbol ayudó. Moisés iba al estadio donde jugaba el Atlético Bucaramanga a pedir dinero para sus gastos de viaje. Sentado en su silla le pedía colaboración a la gente para conseguir el dinero de los pasajes y hoteles para competir en las pruebas clasificatorias. También sacaba rifas y bonos de apoyo, la gente le compraba para que él pudiera representar al país en los Juegos Paralímpicos.
En su carrera ha conseguido más de treinta medallas de los tres metales preciosos del podio. Sus competencias lo han llevado a los cinco continentes. En su itinerario ha braceado en México, Sudáfrica, Brasil, Inglaterra, Australia, Holanda, China, Grecia, Argentina, Colombia, entre otros. Sus triunfos más representativos los consiguió en las competencias paralímpicas. A sus veintiséis años se estrenó en los Juegos Paralímpicos de Sídney, Australia. Inexperto, dubitativo, pero muy corajudo obtuvo un decoroso séptimo puesto.
–A Sídney fuimos muy biches, a conocer cómo era una olimpiada, el mérito más grande ahí fue meternos en la final. Quedamos de séptimos entre ocho finalistas, pero llegamos a lo último, pasamos las clasificatorias.
El país aún no lo conocía, algunas notas de prensa reseñaron su nombre pero nada más. Cuatro años más tarde volvió a cabalgar y nuevamente fue finalista en Atenas 2004, en Grecia. A sus treinta y cuatro años logró la primera medalla paralímpica colombiana. Lo hizo en Beijín 2008. Obtuvo el bronce. La majestuosa arquitectura del cubo mágico, que los chinos construyeron para sus justas, fue el escenario que le permitió a Moisés consolidarse en la natación paralímpica mundial. En la misma piscina que el medallista norteamericano Michael Phelps se colgó ocho preseas doradas, Moisés hizo historia.
El plomo no logró borrar su sonrisa. 16 años pasaron desde el atentado que por poco lo mata, ese tiempo le permitió traer la medalla como símbolo de su lucha diaria. En señal de victoria se enfrentaba a una nueva realidad: ahora era una gloria del deporte. Los reconocimientos llegaron. 2008 fue su año, el año del prestigio. El diario El Espectador lo nombró deportista paralímpico del año. Coldeportes lo destacó como uno de los deportistas que ha hecho historia en los últimos cuarenta años. El Senado de la República le otorgó la Medalla Orden al Mérito. La Asamblea de Santander le colgó la medalla Luis Carlos Galán. El diario Vanguardia Liberal lo homenajeó como deportista del año y la asociación de periodistas ACORD Colombia le entregó la estatuilla de bronce. Su vida se hizo visible por una medalla.
Esa misma medalla hoy es un juguete más de Isabela. La bebé adoptiva del hogar fue una decisión que venían buscando Moisés y su esposa Anabel Tarazona. La historia inició en el año 1994: Moisés atendió la puerta y una vendedora le ofreció un curso para aprender a manejar computadores.
–Era bien linda. A mí me flechó de una, tanto que le pagué los $2.000 de la cuota inicial. Y me aseguré, para volverla a ver, de que pasara a cobrar el resto. Fui al dichoso curso y no pude asistir. El lugar donde se dictaba no tenía acceso para discapacitados y subir las escaleras con la silla era muy complicado. Entonces, cuando volvió por los otros $2.000, que era lo que a ella le correspondía de la venta, la invité a salir. Del curso le quedé debiendo $12.000, pero conseguí su amistad. No me arrepiento de abrirle la puerta a esa vendedora, que hoy es mi mujer y la dueña del hogar.
Hoy los dos buscan un segundo hijo, los trámites van bien, ya tienen un nombre: José David. Anabel es una ingeniera financiera que impone orden en casa, afirma casi sonrojada que le toca llevar todos los papeles, porque Moisés los pierde a cada rato.
–Él es bien desordenado, también deja la ropa por ahí tirada en la casa, toca abrocharse el cinturón para que haga caso –concluye Anabel.
Ese mismo desparpajo con el orden se lo señala una de las practicantes que hace las veces de secretaria en el Indersantander, dónde Moisés se desempeña como secretario del Comité Paralímpico Departamental, ella le recrimina al observar el desorden en la oficina.
–No mijito, se nota que usted estuvo trabajando aquí, parece que hubiera pasado un tsunami.
Ante la reprimenda Moisés nuevamente enseña su dentadura, esta vez con una sonrisa afirmativa que ofrece disculpas, y se traslada a la piscina. Son las 3:00 en punto de la tarde de un miércoles de enero de 2013. Hoy Moisés recorrerá dos mil metros en el agua. En su hábitat esa cifra se logra atravesando la piscina ida y vuelta veinte veces. Ir y venir una sola vez es el metraje exacto de la prueba que lo hizo un campeón.
Londres 2012: la consagración
Antes de clasificar para las Olimpíadas la suerte lo puso en una nueva encrucijada. En marzo de 2010 Moisés resbaló en el baño y se fracturó su pierna derecha, la lesión amenazaba con impedirle nadar para las clasificatorias a Londres. Necesitaba seis meses de recuperación y las competencias eran en tres meses. La otra opción era amputar. Él decidió competir y perdió su pierna derecha desde arriba de la rodilla. Lo que parecía una tragedia se volvió una oportunidad, según William Jiménez.
–Fue muy triste la amputación, pero eso le sirvió para perder 8 kg de sus 70 kg. En la competencia fue un peso que ya no llevó de lastre.
Moisés estaba listo para las rondas clasificatorias. Consiguió el cuarto mejor tiempo en Eindhoven, Holanda. Eso le aseguró su viaje a Londres. Ya no debía preocuparse por el dinero. Con sus logros se hizo visible y llegó el dinero para su preparación y sus viajes. El Estado le pagó, tarde, su sacrificio de décadas. Se preparó como nunca para su competencia, cada día trabajó intensamente con su entrenador personal y sobrino Carlos Calderón.
–Él quería salir del taco, de la plataforma, porque en Beijín no pudo y eso le restó demasiado tiempo en la prueba –afirma Carlos.
Muchos se quedaron con la obtención de la medalla, pero nadie se preguntó por qué Moisés partía desde el agua y otros competidores desde la plataforma. El español Ricardo Ten y el brasilero Daniel Días obtuvieron, respectivamente, el oro y la plata en Beijín. Ambos, sólo en la largada, ya le sacaban más de cuatro metros a Moisés. Quien a punta de brazadas logró colarse en el podio y obtener el bronce. Pero la batalla apenas empezaba.
La foto de la ceremonia de premiación es contundente: Ten y Dias se abrazan de pie, Fuentes a un lado celebra, sonriente, desde su silla de ruedas. Pareciera injusto que aquellos que tienen alguna funcionalidad en sus piernas compitan con los que no. El deslizamiento en el agua no es igual sin la fortaleza de las piernas, pero es la junta clasificatoria del Comité Paralímpico Internacional la que define. La junta evalúa el desempeño físico y técnico del deportista. Un médico y un clasificador técnico otorgan un puntaje que ubica al nadador en una categoría que va de 1 a 10. Siendo diez la de menor afectación. La categoría de Moisés es SB4. SB es la sigla del estilo: pecho o braza; y 4 es el grado de afectación, que se le designó por su paraplejia completa en ambas piernas. Por eso sus brazos deben exigirse al máximo.
El día señalado llegó. El cuatro de septiembre de 2012 Moisés a sus treinta y ocho años ocupó el tercer carril en la final de los cien metros pecho SB4. Asistido por su entrenador William Jiménez, quien llevaba la silla, Moisés vio como Dias, en el carril cuatro, y Ricardo Ten, en el carril cinco, caminaban solos hasta la plataforma. El duelo estaba listo. Ellos tres sabían que los metales se quedarían en sus manos, faltaba definir el orden. Los otros competidores no eran rivales, éste trio siempre les sacó muchos metros de ventaja. Minutos antes de la competencia, William y Moisés consultaron a los jueces. Preguntaron si había alguna descalificación por salir desde la plataforma, como ellos se habían inscrito para iniciar la carrera adentro del agua y en el último minuto se arriesgaron, temían que los penalizaran. Moisés recuerda ese momento.
–Yo estaba muy seguro, era más maduro y me sentía fuerte. Los jueces no vieron problema y decidimos salir desde arriba. No había vuelta de hoja, era ahora o nunca.
Cuando sonó la salida sus brazos impulsaron su cuerpo desde el taco al agua: un clavado sin saltar con las piernas. Su esfuerzo fue grande pero la carrera apenas iniciaba. Moisés sacó su cabeza para respirar y ya era tercero consolidado. Por delante los de siempre: Ten y Dias. Al pasar los primeros veinticinco metros Moisés con cada brazada le recortaba distancia a los punteros. Cuando tocaron la pared que marca los cincuenta metros iba segundo. Sólo nueve milésimas lo separaban de Dias –la acción de detener con el pulgar un cronometro marca mayor tiempo–. Venía la parte más difícil: en el giro que los nadadores hacen, para rematar y buscar los cincuenta metros finales, Dias y Ten se valieron de sus piernas, sacaron ventaja al impulsarse de la pared. Inició otra carrera. Ahora la lucha era con Ten, que quería arrebatarle el segundo lugar. Dias ganó, hizo nuevo record mundial: 1m 32s 27c., pero eso poco importó para Colombia, la tensión estaba en la lucha por la plata.
–Yo sólo veía a Daniel adelante y rematé con todo lo que tenía. No me guarde nada. Cuando toqué y saqué la cabeza vi los dos bombillos prendidos de amarillo en mi carril. Esa era la señal. ¡Gane! Era plata.
El podio de Beijín cambió de lugares en Londres, no de nombres: Dias: Oro; Fuentes: Plata; Ten: Bronce. La gente vibró con el triunfo, Moisés detuvo el cronómetro en 1m 36s 92c, seis segundos menos que lo hecho en Beijín. Para el viejo zorro de la natación William Jiménez fue una gesta.
–Un tiempazo. El entrenamiento diario, la salida de arriba y el dinero hermano, el dinero. En Beijín no había plata, ahora Moisés tenía un gorro de baño caro y un traje más caro. Todo eso ayuda, rebaja tiempo, las centésimas cuentan, suman.
La plata fue para Colombia. Al regreso, el 18 de septiembre de 2012, el presidente Juan Manuel Santos le impuso al nadador la más alta distinción que puede tener un ciudadano colombiano: La Cruz de Boyacá.
Labrando otros sueños
Ahora la meta es Rio de Janeiro 2016. Allí piensa retirarse a sus cuarenta y dos años. Desde ya incursionó como entrenador. A diario trabaja con jóvenes que igual que él sufrieron alguna amputación o perdieron la movilidad de su piernas. Esta faceta no la comparte su compañero de travesías William Jiménez.
–Es que ya no dan ni ganas de hablar de él. Quiere estar metido en todo: entrenador, periodista, nadador. Y no dudo que lo pueda hacer, pero no es el momento. Hace poco ganamos con Santander en los juegos nacionales varias medallas. A él le dieron la parte de dinero que le correspondía como nadador, pero no le bastó, pidió la mitad de la plata que era para el entrenador. Yo no necesitó migajas, yo renuncié a ese dinero.
Moisés afirma que es una discusión que está en proceso y que él también es entrenador. Todos los días trabaja con sus pupilos del Club Colombia Sin Límites. A ellos las diferencias económicas no les importan, quieren vencer la pobreza y triunfar como deportistas discapacitados. Jeferson Jiménez es uno de ellos. Él señala que lo más importante es escuchar al medallista.
–Él siempre nos dice que se pierde una pierna o la movilidad de las dos, pero no la vida. Ese man hace que nosotros creamos que sí se puede surgir desde el deporte.
Jeferson perdió una de sus piernas de la rodilla para abajo.
–Yo iba a viajar a Cúcuta y cuando estaba echando las maletas a la buseta, en la parte de atrás, llegó un taxi y puuum … me operaron y aquí estoy.
En el gimnasio viejo y sucio todos hacen su trabajo. El polvo abandona las maquinas mientras ellos las usan; luego, las vuelve a cubrir. Hoy sólo vinieron tres: Jeferson Jiménez, Ricardo Franco y Francisco Gutiérrez. Ricardo perdió una mano trabajando en una carnicería y Francisco no mueve sus piernas por culpa de una bala perdida.
Moisés y Carlos, el sobrino entrenador, dirigen, y el medallista olímpico también se entrena. Supervisa los movimientos haciendo gala de su segundo título universitario como Tecnólogo Deportivo. El primero es de Contador Público, lo obtuvo después de validar su bachillerato en la jornada nocturna del colegio Salesiano de Bucaramanga. Por eso les insiste a sus deportistas sobre la importancia del estudio como complemento del deporte.
Tanto Ricardo como Francisco hablan poco de sus metas académicas pero marcan records y ganan medallas en las competencias nacionales. De los dos Francisco se perfila como el heredero de Moisés, no porque sea mejor que Ricardo, sino porque no tiene movilidad en sus piernas. Los comparan al punto de afirmar que Moisés pasó de moda, la moda es “pacho”. Ya Francisco derrotó al maestro en las piscinas de Cali.
–Moisés nos motiva mucho psicológicamente y por eso llegan los triunfos –dice Francisco–. Cuando yo no quería volver, porque era muy difícil transportarme con la silla y sin dinero, él me ayudó y me dijo que la plata se conseguía de muchas maneras. Que lo más importante era la voluntad, y uno qué le va decir con todo lo que ha conseguido.
Moisés ya solucionó su problema de transporte. Hoy tiene un carro Kia New Rio acondicionado con una palanca en el lado derecho del volante, desde allí controla cambios, frenos y cloche. Recibe seis salarios mínimos mensuales desde el 2012 por parte de Coldeportes –unos 23.400 dólares al año– antes era medio mínimo mensual, luego uno y ahora seis. El apoyo económico depende de los logros, como él ganó y se metió a punta de brazadas en la elite del deporte, entonces, tuvo billete.
Moisés también tiene otros ingresos: por ser secretario de los paralímpicos del departamento, por ser entrenador y cobra por cada charla de superación personal $2.000.000. Sus brazos le permitieron salir de la pobreza, pues por cada medalla olímpica el gobierno nacional le entregó cifras superiores a los $60.000.000. Una medalla paralímpica se convirtió, en el caso de Moisés, en una casa. Su casa del barrio Mutis de Bucaramanga.
Por eso Francisco no duda cuando Moisés lo aconseja.
–Haga caso, sea obediente, así llega más lejos.
El entrenamiento terminó por la mañana. Los pupilos charlan mientras realizan ejercicios de estiramiento para relajar los músculos. Francisco ayudado por Carlos hace abdominales y sus piernas inmóviles recuperan parcialmente el movimiento, tiemblan aceleradamente por los reflejos que aún se resisten a desaparecer. Esto lo hace reír de nerviosismo. Al ver que todos fijan la mirada en él sentencia sofocado, como pidiendo disculpas.
–Son movimientos involuntarios de la medula.
Al lado, Jeferson se limpia el sudor mientras ve en un espejo su torso robusto y desnudo. Ricardo, al verlo, le toca sus brazos y le da ánimo.
–Ñero pero ya está cogiendo formita. Lo veo más agarradito –la escena era de dos deportistas motivándose hasta que terció Francisco.
–Sí, está más ovalado –las risas se apoderaron del lugar.
Moisés sonriente observa atento el estiramiento de Francisco y le recrimina.
–¿Esta chucha no? ¡Miré esos brazos, métale verraquera hermano! No sea flojo. Recuerde que la fe mueve montañas y el amor abre las piernas.
Se disponen a salir, de repente llega otro joven, se le acerca a Moisés y le dice que quiere integrar su equipo. Él lo felicita por la iniciativa y le da su número de celular. El joven le muestra su prótesis que baja desde arriba de la rodilla. Es un S9 afirma Moisés. Le da una palmada en el hombro mientras le dice que lo espera, con ropa de baño, a las tres de la tarde en la piscina. Se despiden con un apretón de manos. Moisés lo mira fijamente a los ojos y con su índice derecho levantado le pide que no olvide.
–Que discapacitado es aquel que teniéndolo todo no hace nada.