En días pasados compartí un capuccino con el doctor Omar Franco Torres, precandidato a la gobernación de Boyacá, en el emblemático Café Republicano, uno de los tantos tertuliaderos, algunos centenaristas, que abundan en los alrededores de la Plaza de Bolívar de Tunja.
De Franco Torres solo tenía referencias por la encomiable labor técnica y administrativa al frente del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales IDEAM, pero cuando su asesora de comunicaciones me dijo que ya estaba ubicado en el partidor de los aspirantes a la gobernación de Boyacá, afilé prevenciones con el zoon politikón, o animal político de Aristóteles, que en el concierto nacional nos ha dejado innumerables decepciones.
¿Por qué un profesional como el doctor Franco, que ha dedicado su vida a la ciencia y a las tecnologías en beneficio de los recursos ambientales decide comprometer su envidiable y prestigioso currículum en un berenjenal como es la política boyacense, por tradición, salvo escasas ocasiones, proclive a la manguala, los intereses personales, el clientelismo, la burocracia, la repartija sin escrúpulos, en una sola palabra: la corrupción?
“Porque soy boyacense, a mucho honor, porque quiero mi departamento, y porque estoy dispuesto a aplicar mis conocimientos y experiencias en su progreso, en su desarrollo ambiental y de recursos hídricos, en su pujante construcción, hombro a hombro con sus gentes laboriosas y decididas, y prometo no defraudarlos en mis propuestas y gestiones”.
Eso dicen todos los políticos en campaña y el tema está más que saturado, pensé, pero en el trascurso de la conversación fui comprobando que Franco Torres es mucho más técnico que político. Incluso, me pareció ingenuo en estas lides aristotélicas cuando lo interrogué sobre la maquinaria y el soporte financiero para lograr su anhelado escritorio en el palacio gubernamental.
“No tengo maquinaria, pero tengo amigos, y estoy trabajando con recursos propios, de mi familia, y de las personas que me conocen y respaldan mis propósitos”, respondió. "¿Y usted cree que con esa visión romántica va a ganar en Boyacá, habiendo candidatos con poderosas maquinarias, muy bien aceitadas?" le interpelé. “¡Pero déjeme soñar!”, reviró el curtido ingeniero agrónomo, administrador público y catedrático, hijo de padres campesinos, nacido hace 51 años en Belén.
Fue a partir de esa contundente réplica que comprobé que Franco, primíparo en las gestas políticas, hacía gala de su apellido y que marca diferencia con esa politiquería tradicional del manzanillismo, del amañado cerco de los mandamases de siempre, de ese caciquismo heredado del rancio Frente nacional, y de todas las trapisondas que se juegan en la abominable ruleta del poder, donde todo es posible.
Franco, pierda o gane, direcciona su compromiso desde el conocimiento, la tecnificación, la pericia y la sensatez. Franco no es un político, es un científico, y es consciente de que hay contendores fuertes, con un poderoso respaldo en las toldas mayoritarias, pero él ya se aventó a dar la batalla.
Esto apenas comienza. Lo veremos en el gran derby, en octubre próximo. Vayan haciendo sus apuestas, señores.