Ya son tres años de vivir encerrados en pleno centro vital de la ciudad de Bogotá. Estamos atrapados entre mallas verdes, tratando de caminar por estrechos corredores. Además, asistimos al deterioro permanente del espacio entre la avenida Jiménez y la calle 26 y entre la carrera 5 y la carrera 10.
El alcalde de Bogotá ha elegido el principal sector del centro para ejercer su política de llevar al peor nivel de presentación uno de los lugares más emblemáticos de la capital del país, todo con objeto de cumplir con la peatonalización de la carrera Séptima.
Los habitantes del barrio Las Nieves y los miles de personas que deben cruzar por el centro no tenemos por dónde caminar y asistimos a una política de abandono, de desaseo, de invasión, que se refleja en el pésimo estado de una vía en la que cada seis meses inicia una nueva obra que nunca termina, porque cada contratista destapa apenas un carril que nunca queda bien hecho cuando ya se inicia otro contrato.
El alcalde sabe que el control espacial es una de las figuras que más oprimen a comerciantes, transeúntes y habitantes, en general. Esa es su forma de mostrar el desprecio que le merece la población diversa que se encuentra en este lugar que debe ser el más democrático, porque el centro es de todos.
Sin embargo, se impone la decisión de esta administración de producir tal nivel de deterioro que se logra dar la impresión de un lugar deteriorado, sucio, peligroso y detestable, que está arruinando los negocios, las actividades y el sentido de pertenencia de los habitantes del centro. Además, del constante acoso de los agentes de la policía que de día y de noche han declarado una agresiva campaña para reprimir jóvenes, estudiantes y trabajadores, con requisas y exigencias permanentes de documentos.
Así mismo, se va haciendo realidad el desalojo del espacio físico más rentable para los negocios inmobiliarios, las grandes transacciones y la denominada gentrificación, que se garantiza con un tratamiento despiadado de control espacial a través de convertir el centro en un campo de concentración, donde cada predio depreciado y abandonado se convierte en una oportunidad de inversión para quienes rentabilizan el espacio patrimonial, histórico y cultural de la ciudad, logrando un sector exclusivo.