Después de seis años esta columna se acaba. El martes 19 de febrero tomé la decisión de renunciar a Las2orillas. Gracias a la confianza de su creadora y directora, María Elvira Bonilla, pude hacer historia al lado de un equipo pequeño que logró la hazaña de estar entre los cinco medios más leídos del país. Antes de María Elvira, yo tenía un blogcito de mierda donde escribía de películas, libros y aventuras en un valle con hongos alucinógenos. Ella supo ver en esos incipientes escritos la fibra de un periodista y lo logré.
María Elvira Bonilla no solo es mi amiga, sino que es mi universidad. Cuando empecé acá, en el 2013, hablaba de los poemas de Byron, de las canciones del dueto Jagger-Richards, de las películas de Fellini. Después me diversifiqué y le saqué el jugo a la actualidad. Creo que hasta he escrito sobre Maluma. En fin, estoy convencido de uno de los principios básicos de María Elvira: un escritor debe estar conectado con su público. Solo los poetas malditos tienen el derecho a que no los lea nadie. Y en este trayecto he podido escribir columnas que han tenido más de seiscientas mil visitas. Sí, sería hipócrita no confesarlo. Claro que escribo para obtener clicks, ¿ustedes no, miserables Rimbaudcitos?
Tendré que consolarme con mi Facebook
cuando quiera ofender a los fanáticos, irrespetar a los solemnes,
escandalizar al mamerto
El que disfruta escribir es un mentiroso o un masoquista. Durante años abominé este compromiso; solo quien tiene una columna sabe lo corta que es una semana. Pincharse una vena con una aguja hipodérmica tampoco lo es, pero los adictos se apuñalan cada madrugada, así como los columnistas necesitan teclear cada vez que se levanta el sol. Me va a hacer mucha falta cada insulto de los uribistas belicosos, de los petristas misóginos, de los hinchas del Nacional, de los universitarios marihuaneros, de los aburridos vegetarianos. Extrañaré la llamada de Elisa Pastrana cada miércoles preguntándome, con dulzura impaciente, que si había columna. A Elisa muy pocas veces le quedé mal. De ella aprendí a mesurarme, a dejar al lado el insulto ramplón, los adjetivos obvios. Editora de esta columna, fue mi ángel guardián. Gracias a ella nadie pudo demandarme. Ahora, sin ella, tendré que consolarme con mi Facebook cuando quiera ofender a los fanáticos, irrespetar a los solemnes, escandalizar al mamerto.
En Las2orillas trabajé con grandes periodistas. Por acá han pasado José Monsalve, hoy el riguroso editor de Justicia de Semana; Pacho Escobar, un narrador innato que hoy es uno de los hombres de confianza de Julio Sánchez Cristo; Juan José Jaramillo, un inquieto productor que hoy disfrutan en la DW. Y detrás viene una camada de muchachos, una masía que ha forjado María Elvira: Julián Gabriel Parra de Moya, con 24 años, es un investigador con la sensibilidad de un escritor; María Paula Ángel y su silencioso sacrificio para titular, corregir y aprender de los más de 70 noteros ciudadanos que a diario escriben en la página; Leonel Cordero y su eficaz ojo; Santiago Puccini, una máquina de trabajo que se enciende a diario con un cigarrillo y un café; Andrés Hernández Godoy, el parcero que siempre estaba atento a que mi lengua no me traicionara; Robert Vivas, el hombre que da la confianza y las ideas en cada Facebook Live, y Soraida Acosta, una mamá para todos nosotros. Gracias al rigor de María Elvira somos mucho mejores que cuando comenzamos a trabajar en este medio.
Detesto las putas despedidas. Son un dolor innecesario. Pude haber cerrado sin decir que me voy, escribiendo sobre el ridículo concierto por Venezuela que tendrá como plato fuerte el machista reguetón de Maluma o sobre los bobos que suben las fotos a Facebook comiéndose una empanada en la calle. También, pude haber hecho mi última columna contra la bellaquería de EPM o sobre lo mucho que extraño a Iván Mejía en el Pulso del Fútbol. Pude haberme ido en silencio, pero tenía que decirlo, estaba obligado a hacerlo: María Elvira, gracias, María Elvira, hicimos historia.