Las relaciones entre los pueblos han sido borrascosas, en el mejor de los casos de inestable convivencia. Como lo es el tiempo, las fronteras son etéreas y, en su pretensión de demarcar límites infranqueables entre naciones, han servido para dividirlos en lo profundo, permitiendo solo abrirse paso a ese talante egoísta, avaro, que al humano acecha.
El juego histórico de “Estados Unidos versus México, ha tenido en su trazo limítrofe su escenario protagónico. En el pasado, con violencia desbordada, el hermano mayor arrebató parte del territorio norte a los manitos y, como en un último tiempo, tatuó la línea divisoria que, a pesar de encender los ánimos, sedujo a millones en el mundo.
Desde las añejas batallas independentistas se han multiplicado los elementos que hacen estas relaciones tormentosas y convierten esa frontera porosa en excusa de controles desesperados de autoridades e inspiración de los infractores. Aunque dicho paso obligado desde el sur hacia la conquista del “gran sueño” ha involucrado gran parte de la migración humana, ha sido el delito el dominante en esa tormentosa relación. Desde México, las multinacionales del crimen envían toneladas de droga y otros negocios afines a sus actividades, recuperando luego sus onerosas ganancias en dólares, por diferentes medios. Y, desde el norte, los gringos les mandan un variopinto contenido de armas y múltiples expresiones de desprecio.
Aunque las relaciones entre los pueblos siguen siendo tormentosas, la de “gringos y manitos” es de las más truculentas, con una frontera donde se pretende exponer con un muro físico lo escrito por décadas con el sufrimiento de tantas almas.