Cuando yo era joven acá no se celebraba esa vaina de San Valentín. Sabíamos de la celebración por las comedias románticas que llegaban de Estados Unidos. Pero el 14 de febrero, en el peor de los casos, podría ser un miércoles de ceniza. No sé en qué momento empezaron a vendernos la idea que nosotros, imbéciles, compramos. Acá basta con el día del amor y la amistad en septiembre, pero Fenalco aprovechó la ingenuidad y el arribismo de los pobres colombianos para inocularnos la idea. Ahora las emisoras imponen tendencias como #Amores o #loquitopor ti e impulsan a cientos de cachones a comprar chocolates, flores y pandas gigantes a sus incautas novias.
San Valentín lo celebran en Estados Unidos, el país donde más se consume en el mundo. Allá existe billete hasta para botar, pero la inmoralidad acá nos alcanza para tener una segunda navidad cuando los niños se mueren de hambre en La Guajira. El pobre que gana el mínimo debe hacer un esfuerzo extra para llevar a su pareja al cine o a comer a un helado.
Uno no necesita una fecha para amar. Al menos esa era la ventaja que teníamos antes, éramos auténticos caribes que celebrábamos la vida. Ahora, un rayo ha lavado nuestro cerebro y nos indica hasta cuáles son los días en los que tendríamos que amar a la mamá, a la pareja, al papá, al hijo y hasta la secretaria. Para mí alguien tiene que ser muy cursi, muy primario, muy estúpido para comprar un regalo y fresas y champaña solo porque lo dice la televisión y el internet. Y el mismo pueblo que escogió a Duque, el mismo pueblo que celebra una probable invasión de los marines norteamericanos a nuestro pueblo para liberar a Venezuela, es el que, viviendo en un infierno de la costa atlántica, pone en navidad nieve de icopor porque cree que la única navidad que debe existir es la que nos mandan desde Disney.
No soy cursi, amo a mi novia. Porque no soy un idiota y respeto a mi pareja, yo le digo no a San Valentín y que viva San Baretín.