La izquierda inofensiva
Opinión

La izquierda inofensiva

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marzo 19, 2014
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La declaración de victoria del Polo Democrático en las últimas elecciones parlamentarias fue tan desconcertante como ridícula. ¿Acaso ningún polista reparó en los más de 300.000 votos perdidos respecto a las elecciones de 2010? ¿Hay que celebrar simplemente porque pasó raspando el umbral?

Los esfuerzos polistas por convertir en triunfo una derrota tan estrepitosa hacen ver al partido cercano a la esquizofrenia. ¿No es evidente que de esa bancada de 18 congresistas alcanzada en 2006, a la famélica bancada de 8 de 2014 hay una tremenda diferencia?¿No es evidente que entre los 915.000 votos en 2007 que eligieron a Samuel Moreno en la Alcaldía de Bogotá, a los 31.000 votos del inane Aurelio Suárez en 2011, hay una enorme distancia?

¿Por qué el Polo insiste en llamar éxito a lo que a todas luces es una debacle? La negación de este descalabro tiene dimensiones francamente patológicas. Aunque pretendan que creamos que su fracaso es solo una mentira inventada por la ultraderecha, lo cierto es que ese juicio paranoide solo busca eludir las responsabilidades propias. Al Polo no lo acabó una conspiración paramilitar, sino sus propios dirigentes.

Incapaces de cualquier reflexión o autocrítica, los dirigentes del partido fueron incapaces de desmarcarse de la estela de corrupción de Moreno. Clara López, su secretaria de Gobierno, exponiendo un silencio fácil de confundir con la complicidad, nunca supo recuperar la confianza de las bases.

Pero quizá el mutismo más vulgar fue el de Jorge Robledo. Él, tan acostumbrado a señalar la podredumbre moral del poder, exhibe una particular ceguera para lo que ocurre en su partido. Lo que es un delito en la derecha, se convierte en un mero tartamudeo en la izquierda. Para Robledo, la posición ideológica determina si se aplica o no el código penal.

Aunque algunos polistas se sienten muy a gusto con el que denominan “el senador más votado del país”, lo cierto es que Robledo es una de las causas de la descomposición del partido.

Hoy, la oposición política en Colombia depende de dos ídolos que han construido a su alrededor un culto insano. Con más de 10 veces el número de votos alcanzado por Robledo, Uribe es el verdadero senador más votado de Colombia. Sin embargo, mientras Uribe mostró con su lista cerrada un cálculo estratégico para ganar el mayor número de curules, Robledo concentró todo el poder en su nombre para regodearse a solas en él. El resultado: un Centro Democrático fortalecido como partido y un Polo debilitado como colectividad.

Desde el Moir, Robledo ha hecho todo lo posible para acabar con las izquierdas que le incomodan. No tuvo ningún pudor para apoyar políticamente a Moreno y empujar a la digna renuncia de Petro al partido. Tampoco le tembló la mano para hacerle el cajón al Partido Comunista y expulsarlo de la colectividad. Apenas la semana pasada, no halló cómo boicotear la alianza con la Unión Patriótica para las presidenciales.

¿Por qué Robledo sabotea esta alianza que, si bien es insignificante electoralmente, al menos es una esperanza de convergencia en un nuevo proyecto nacional de izquierda? Él podrá decir, como Carlos Gaviria, que la UP representa una izquierda “enquistada”, pero su supervivencia representa un triunfo histórico que es preciso resguardar. A la UP no hay que terminarla de asfixiar, sino darle un nuevo aire refrescante que rescate la memoria de sus caídos y la dirija hacia al futuro.

Pero a Robledo solo le sirve un proyecto que converja en él. Es un hombre que solo puede brillar a costa de que los demás se opaquen.

Lo curioso es que ninguna de las fuerzas que dice representar lo sienten de los suyos. Ni la Mane, que apenas le puso 6.000  votos y no los 500.000 que decían tener entre los estudiantes del país, ni las dignidades campesinas que se inclinaron por el voto en blanco.

¿Y entonces por qué Robledo sigue siendo para muchos el gran referente de la izquierda colombiana? En el pasado paro agrario un líder campesino dio la mejor respuesta a esta pregunta: porque a Robledo “lo infló Santos para tener un adversario inofensivo”.

¿Y estamos condenados a tener una izquierda inofensiva? No lo creo. Esta misma semana, volvieron a las calles los campesinos. Aupados por el Congreso de los Pueblos, siguen exigiendo una política agraria seria y equitativa por parte del Gobierno. Pero el Polo —narcisista, mezquino— , no tuvo la más mínima solidaridad con unas demandas que ven como útiles solo al proyecto político de la Marcha Patriótica.

De La Habana, como parte del proceso de paz, tendrá que surgir una reforma política que permita la participación política de muchos colectivos históricamente relegados. También, más temprano que tarde, tendrá que definirse un estatuto de oposición que podría asegurarle un espacio político realmente significativo a la izquierda colombiana.

¿Qué izquierda está llamada a ocupar este espacio? No será la de un Polo Democrático completamente inferior a la tarea histórica que le confió su electorado. Tampoco será lafarsa teatral de la Alianza Verde que vende como izquierda a Peñalosa.

Quizá es el tiempo de una izquierda surgida del campo y de los campus. Una izquierda social, flexible en sus modos de organización, autocrítica y con capacidad de autogestión, concreta en sus demandas, creativa en sus luchas y propositiva en sus ideas. De esa izquierda —y no me importa pensar con el deseo— los líderes parecen estar por venir.

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