La combinación de un sistema democrático con la libertad de empresa es una fórmula probada de éxito económico. Pero no es necesariamente cierto que un gobierno no democrático no pueda lograr la prosperidad económica, ni que uno muy democrático la tenga garantizada. Casos se han visto de relaciones promiscuas o fieles entre la política y la economía, donde al final pasa de todo.
La famosa prosperidad de los tigres asiáticos de la primera generación, en los años noventa, Singapur, Corea del Sur, Taiwan , Hong Kong; y aun, los de la segunda generación, Malasia, Tailandia, Brunei, Filipinas e Indonesia, en el Siglo XXI, ha estado basada en un compromiso estatal muy fuerte de impulsar sectores específicos con miras al mercado exportador, utilizando el recurso de su gran disciplina social, su mano de obra barata, sus altos índices de educación y su escasa democracia. Esto último ha sido un factor esencial que permitió a gobiernos muy fuertes con una larga permanencia en el poder imponer a rajatabla unas normas al sistema económico, si pararle muchas bolas a la oposición. Para no hablar de China, que es hoy el campeón de ese modelo.
Con esos ejemplos, cualquiera podría concluir que entre más fuerte sea el gobierno, más próspera será la economía, siempre que la fortaleza gubernamental, que implica una restricción de las libertades públicas, se enfoque a la protección de la empresa privada. Una conclusión que palabras más, palabras menos, se ajusta a la vieja definición del fascismo. La tentación totalitaria, para usar el título de un libro de Francois Revel, famoso en los sesenta, se puede volver irresistible.
Claro que Revel quería decir casi lo contrario: la tentación totalitaria era para él los anhelos de los demócratas impacientes al pensar que el mejor atajo para lograr el socialismo, es decir la existencia de una sociedad más justa y equitativa, era el comunismo: el totalitarismo estatal que se adueña de los medios de producción. Pero la afortunada frase igual sirve para explicar lo contrario: la tentación de quienes creen que solo un gobierno muy fuerte que proteja la propiedad privada puede lograr el desarrollo.
Un demócrata está en la obligación de decir que ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario: un Estado donde tanto la democracia como la libertad de empresa tengan todas las garantías y los controles sociales, lo cual ha sido la fórmula de éxito del mundo occidental desarrollado. Fórmula que ha sido producto de un largo proceso de maduración tanto política como económica, que no se puede improvisar.
El modelo socialista de intervención estatal ha demostrado su fracaso
en Cuba, Nicaragua y Venezuela, y allí están esos países cayéndose a pedazos…
La dura realidad es muy distinta. América Latina, por ejemplo, ha sido de lejos mayoritariamente capitalista pero sus avatares entre la democracia y la dictadura aun no terminan. Es una tierra donde el modelo socialista de intervención estatal ha demostrado su fracaso en Cuba, Nicaragua y Venezuela, y allí están esos países cayéndose a pedazos desde hace tiempos sin que sus gobiernos cambien. Pero de otro lado, el modelo capitalista ha producido fenómenos muy agudos de concentración del ingreso, por ejemplo, en Colombia. Así que conocemos fórmula del éxito: democracia y capitalismo, con garantías y controles. Pero nadie sabe a ciencia cierta cómo aplicarla.
… de otro lado, el modelo capitalista ha producido fenómenos
muy agudos de concentración del ingreso, por ejemplo, en Colombia
El caso de Venezuela es patético. Uno no sabe si reír o llorar. Un gobierno que manipula los mecanismos de la democracia, elecciones libres, separación de poderes, para destruirla. Y recibe y administra unos recursos sin fondo, para arruinar a un país. No existe en el mundo moderno un caso de torpeza política y económica semejante. Es una demostración por el absurdo, de que la relaciones entre la democracia y la economía pueden llegar a ser muy enfermizas, y que ese es el único camino que no se puede seguir, entre las muchas posibilidades de reconciliar el fortalecimiento democrático con el crecimiento económico. Chávez y Maduro hicieron en veinte años, lo que los Castro no han podido hacer en sesenta.
La lección que nos enseñan los venezolanos, al costo del desmantelamiento de su nación, es que un político puede arruinar un país, y que cuando de elecciones se trata se debe poner toda la atención en las ideas económicas de los políticos exitosos, y evitar como a la muerte a aquellos cuya notoriedad esté basada en que nada saben de economía y presumen de saber todo de democracia.