En pasado comentario hacíamos referencia al desplome del socialismo en la Europa oriental y a la polarización que se vive en Venezuela, y nos preguntábamos: si en el caso del socialismo el pueblo accedió a elevados niveles de bienestar y en la Venezuela de hoy se procura marchar hacia igual objetivo, ¿por qué se derrumbó lo que había tras el muro de Berlín? y ¿por qué se han polarizado tanto los venezolanos entre los que defienden el proceso revolucionario y los que preferirían ver al país de retorno a la desesperanza, que era lo que había antes del chavismo?
Si en el caso de Venezuela nos desentendiéramos de la guerra económica y mediática emprendida por la oposición con tal saña que ha llevado a muchos, por fortuna no a la mayoría, a no apoyar el proceso revolucionario, ¿qué nos quedaría, entonces, como explicación a este contradictorio fenómeno?
Aquí es donde la respuesta resulta válida también para el socialismo desplomado y esa respuesta está en las carencias de memoria social. Se puede estar disfrutando de la vivienda que ayer no se tenía y recibir en ella, sin desembolso alguno, al médico que antes era un costoso desconocido; se puede recibir una educación gratuita, a la que antes no podía accederse dados sus altos costos, y tener garantizada para la vejez una pensión digna; se puede tener de todo eso y, sin embargo, el beneficiado no reconocer que ello solo ha sido posible por tener al frente de la sociedad a unos gobernantes que, por haber salido de las entrañas populares, han sufrido de los mismos problemas de sus compatriotas y están comprometidos a resolverlos.
Esos son los individuos que hoy solo ven cómo escasean los productos de primera necesidad y los altos precios que hay que pagar cuando se consiguen, sin reconocer los esfuerzos que el gobierno orienta a resolverlos. No hay que censurarlos. Son las primeras víctimas del bombardeo constante de los grandes medios, que siempre han estado empeñados en hacerles creer lo que convenga a sus dueños, es decir, a los oligarcas y al imperialismo, que ansían, no recuperar la democracia, como si democracia no existiera, sino recobrar el acceso al presupuesto del Estado y recuperar el manejo de las grandes riquezas del país, especialmente el petróleo.
Esas actitudes son un freno al desarrollo del proceso revolucionario y para atenuarlas se necesita rescatar del olvido el cúmulo de problemas resueltos, poner al pueblo en la brega de su defensa y orientarlo hacia nuevos objetivos. Ello demanda educación política, que, como se ha dicho, es un ingrediente indispensable de la democracia y el progreso social.