Alma mafiosa
Opinión

Alma mafiosa

El peor de todos los males del narcotráfico fue haberle vendido a todos y a los jóvenes primero, el alma mafiosa

Por:
febrero 11, 2019
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Cuando algún día entre los días se haga balance del daño que el narcotráfico le causó a Colombia, se entenderá que más que los muertos, los desplazados, las niñas violadas, el contrabando, los bosques en ruinas, los ríos destruidos, fue lo peor haberle vendido a todos y a los jóvenes primero, el alma mafiosa.

Para la mafia, para toda ella, la vida no vale nada. Ni la propia, ni la ajena. Mafioso es el que mata sin cargos de conciencia porque matar es  sacar un estorbo del medio, eliminar un peligro, sacar del juego un competidor. Nada más que eso.

El mafioso no tiene en ninguna estima esa cosa que llaman el trabajo. El esfuerzo, la voluntad de ser útil, el amor por una idea o un ideal, son cosas tan extrañas como detestables. Lo que vale es un golpe de suerte, una audacia, un desafío a la fortuna. El mafioso es un tahúr y de los peores. Se  juega todo, la vida, la suerte, el porvenir, el pasado, al albur de un negocio maldito, de un embarque, de una asociación o de una contienda. Para un mafioso, Bolívar, si llega a saber quien fue, y si le agregan que habiendo sido riquísimo murió con camisa prestada, en casa ajena, casi solo y abandonado no pudo pasar de ser un gran majadero. El Libertador lo presentía. Cristo y él serían los dos más grandes tontos de la Historia.

El mafioso tiene su escala de valores, que empieza y termina en la dialéctica de tener, de aprovechar, del disfrute a cualquier precio. El mafioso no respeta nada, ni a nadie. El amor, la compasión, la ternura, la justicia, el respeto a los demás, le resultan conceptos tan extraños y peregrinos que no juegan en el diccionario de su alma. El único argumento que maneja es su fusil y su pistola, la única guía de su conducta es lo que quiere o lo que hace bajo la pena de muerte. El mafioso es un salto de siglos hacia atrás en la especie humana. El regreso a la caverna, a la ley del fuerte, a la violencia como sistema.

El mafioso no estima a nadie que no coincida con esa noción elemental del valor. Las procesiones a la tumba de Pablo Escobar no son accidentes, curiosidades morbosas o simple estupidez. Tienen una lógica profunda, irrebatible. Escobar desafió todo lo que la especie humana tenía por grande o respetable. Amasó una gigantes fortuna, que es el único valor tangible. Hizo con su capital lo que le vino en gana. Compró lo que quería comprar, conciencias, mujeres, tierras, caballos, sin reparar en lo que costaran. Y murió en su ley, con una pistola al cinto y todo el aparato de policía en su búsqueda. Puso en jaque una nación entera. ¿No es eso lo admirable?

Dentro de esa concepción fantástica y diabólica de la vida, todo está en venta. Como el mafioso vende el alma, juzga que no hay nada por fuera del mercado. Hay que acertar con el precio y eso es todo. El policía, el juez, el campesino, el industrial o el comerciante, el cura o el médico el hombre o la mujer, todo está en subasta. Y si algo se opone a esa lógica absoluta, basta un disparo en la cabeza. El muerto era apenas una perversión de la regla única y suprema.

El mafioso anda de prisa, como un hedonista consumado. No sabe y no le interesa esperar. Todo tiene que ser ya, conseguido de cualquier modo. El placer de hoy no lo recupera el de mañana. El alma del mafioso no se llena nunca. Siempre habrá algo mejor en el camino.

 

 

El mafioso admira al gran jefe, al gran capo, al que tiene más,
al que se hace temer más, al que no le ha temblado la mano para robar,
para herir, para ganar sin límites

 

 

 

El mafioso no siente amores, pero padece de odios ilimitados. Por eso mata sin compasión y carece de cualquier mecánica de arrepentimiento. No detesta a nadie en particular. Detesta a la parte del género humano que no se avenga a su propósito inmediato.

El mafioso no conoce la noción del tiempo. El mañana carece de sentido. Si le proponen ahorrar para la vejez o para mejorar su condición privándose ahora de cualquier cosa que sea, soltará una sonora carcajada. Simplemente no entiende de lo que le hablan.

Pregúntele alguien a quién admira y le dirá que al gran jefe, al gran capo, al que tiene más, al que se hace temer más, al que no le ha temblado la mano para robar, para herir, para ganar sin límites. El mafioso es insaciable en su visión de la vida.

Esa fue el alma que nos vendieron. Esos los ideales que nos inculcaron. Ese el estilo vital que nos impusieron. Y eso es peor que cualquier calamidad, pasada, presente o futura. Un país donde se piense y se obre así, con alma mafiosa, todo está perdido.

 

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