Colombia y Venezuela tienen una hermandad de millones de años. Por encima de los Chávez, Maduro, Santos y Duque, los habitantes primitivos de nuestros dos países eran seres libres, sin necesidad de documento alguno, así como todas las especies que transitaban sus territorios, en virtud de esa hermandad, solo la que la naturaleza les daba como única patente de ser las afortunadas criaturas que nacieron en esta parte del mundo.
Somos los seres humanos los que empezamos a marcar lugares y a apropiarnos de los ocupados por otros seres, despojando a los establecidos e imponiendo nuestro avance destructivo, del que nos sentimos orgullosos y lo denominamos civilización, pero que no es nada diferente que arrasar con su cultura, imponer otros dioses, abusar de sus mujeres y esclavizar a millones de seres humanos —cuyos huesos quedaron esparcidos para que en el continente europeo siguiera funcionando el concepto de civilización, con guerras y exterminio entre naciones para determinar quién ejercería el dominio sobre estos libres y bellos seres que habitaban estas tierras indómitas, que un día con el error de un caballero llamado Colón vieron cambiar para siempre la historia de este mundo nuevo —.
Las dos naciones se ayudaron para librarse del yugo de sus mismos invasores, ahora con otros intereses, y reclamándola de los hijos de los que llegaron a arrasar estas tierras, siglos después pedían libertad y nuevos espacios para ejercer su condición de hombres libres.
Bolívar, Santander, Sucre y Padilla son nombres que marcarán la historia conjunta de ser los adalides de hacernos nacer como naciones libres. Libraron batallas épicas como la de Boyacá o el Pantano de Vargas, Ayacucho, Bomboná y, para nuestro concepto y el de muchos historiadores, la del lago de Maracaibo —para los venezolanos — o Coquivacoa para los colombianos.
Allí la grandeza de José Prudencio Padilla, un mulato, acabó con las últimas fuerzas navales españolas y selló la independencia de Venezuela. Sin embargo, por aquello de la conspiración septembrina fue fusilado por órdenes de Bolívar, sin que con él tuviera la indulgencia que tuvo con Santander. Desde ese momento la historia intenta sepultar al máximo héroe del caribe colombiano, cuyo honor solo fue restituido años después cuando se adoptó su nombre, en buena hora para el alma máter de nuestra fuerza naval.
Así ha sido la historia de estas dos naciones, rica, extensa, llena de sacrificios de vidas de hombres y mujeres nacidos aquí y allá, por eso hoy apelando a esta historia común y este destino eterno de ser vecinos y hermanos, creo que para los colombianos cualquier esfuerzo y sacrificio por los hermanos venezolanos será pequeño. Tenemos que demostrar la grandeza, más temprano que tarde, porque la libertad de Venezuela tendrá que llegar de Colombia. Ese es nuestro destino, casi que determinado por la divina providencia, solo es cuestión de tiempo.
¡Gloria al bravo pueblo!