Existen varias razones para cuestionar la decisión del presidente de Estados Unidos de apoyar a los congresistas de aquellos estados interesados en implementar la enseñanza de la Biblia en las escuelas públicas.
La primera es política y jurídica. Las democracias liberales se fundamentan en el principio de separación entre el Estado y la religión. Como bien explica el filósofo estadounidense John Rawls en su obra El liberalismo político, después de las brutales y cruentas guerras que devastaron a Europa luego de la reforma, protestantes y católicos se dieron cuenta de que tenían que convivir y que la mejor forma para hacerlo era despojar al Estado de la potestad de imponer una religión o credo.
Al fin y al cabo, cualquier militante de otro credo podrá preguntarse por qué se enseña la Biblia y no sus textos sagrados. Y como para toda prueba ontológica de Dios existe su Kant, y para todo Aquino su Hume, y en lo que va de la historia de la civilización todavía no hemos encontrado un argumento definitivo para la existencia de Dios o de su representante en la tierra, las únicas formas de solucionar las disputas religiosas son la tolerancia o la guerra.
Quien es considerado por muchos el padre de la Constitución estadounidense, James Madison, se dio cuenta del poder peligroso de las facciones, entre ellas las religiosas, y en su más lúcido escrito, El federalista 10, defendió la idea de que para un Estado pueda subsistir, ninguna facción debe tomar el control de todas sus ramas de poder, porque con seguridad terminará abusando de él y persiguiendo a quienes piensan distinto. Darle a una religión el poder de elegir los textos que deben enseñarse en las escuelas es un paso hacía la dirección que tanto temía Madison.
Ahora bien, permitir la enseñanza de la Biblia en las escuelas es también un sinsentido ético. La Biblia no es ese repositorio del bien del que hablan todos sus seguidores. Es un libro en el que Dios ordena a Saúl dar muerte a mujeres y niños, tarea que el rey cumple sigilosamente con cuchillo, porque esa es la forma en que Yahvé desea que asesinen a sus amados hijos (1 Samuel 15) Por no hablar del escritor de los Salmos, aquel que sin ambages se alegraba porque estrellaron a los hijos de Babilonia contra sus rocas, (Salmo 137) o qué decir del revolucionario consejo que Pedro les da a los esclavos de aceptar su servidumbre (1 Pedro 2:18). Interesante moral la que ofrece la Biblia.
Dirán, con razón, que la Biblia también habla de amor al prójimo, del perdón y de muchas nobles virtudes. El problema, sin embargo, está en que el pasaje que se elija determinará la interpretación que se privilegie. Por eso la Biblia ha sido usada para justificar tanto las mejores causas como las peores, la esclavitud y la emancipación de los oprimidos, la destrucción de las culturas indígenas y la defensa de sus derechos, la aceptación del credo nazi y la más noble de las resistencias. Si la Biblia debe juzgarse por las obras de sus lectores, es un libro al que hay que temer, no seguir.
Imagínese que usted desea pilotar un avión y me pide consejo sobre qué libro seguir para poder hacerlo. Yo le recomiendo uno y le digo, mire este ha sido usado por muchos que han llegado a su destino, aunque otros han sucumbido luego de seguir sus instrucciones. Con seguridad, usted desearía otro texto, uno que garantice que sus direcciones le permitirán en la mayoría de los casos llegar a buen destino. Si ese el caso, ¿por qué entonces hay que pedir que la Biblia se convierta en el faro moral de los niños que están en una escuela?
Por no hablar de los peligros de una interpretación literal de las historias bíblicas. Obcecados por sus creencias religiosas, hay un grupo grande de estadounidenses que creen más en los ángeles que en la teoría de la evolución, en los diálogos de las serpientes que en el calentamiento global, en cerdos que se lanzan por precipicios que en las vacunas. El resultado es una facción violenta que no hace nada por proteger al planeta, que ha revivido enfermedades que estaban a punto de ser extinguidas y que no tiene la capacidad intelectual de cuestionar ninguna de sus profundas convicciones.
Enseñar la Biblia como un texto de ética o ciencia en las escuelas es un exabrupto político, jurídico y ético. Trump, el adúltero amante de actrices porno y acosador de mujeres lo propone porque sabe que así recuperará la popularidad que día a día pierde entre su electorado. Para ganar elecciones también sirve la Biblia.