El filme, protagonizado por Cleo, la empleada doméstica interpretada por la actriz y maestra Yalitza Aparicio, comienza de manera lenta y, hasta el final, sigue así. Por supuesto, hay momentos de gran intensidad como aquel en el que la muchacha salva a los niños que cuida celosamente de ahogarse en el mar o cuando, en medio de La Matanza del Jueves del Corpus de 1971, es trasladada de urgencia a un hospital para dar a luz.
Sin embargo, la lentitud de la película nada tiene que ver con superficialidad. Por el contrario, Roma está llena de metáforas que no siempre son fáciles de interpretar: la mierda de los perros, el lavado de los pisos, el agua, el juego de la muerte, en fin. La lentitud del relato es lo que permite precisamente la profundidad. Hay un ejemplo concreto: En una de las escenas, ya cuando todos los habitantes de la casa se han ido a dormir a sus habitaciones, se ve a Cleo apagar uno a uno los bombillos. Esta escena parece exasperante, pero evidencia el trabajo de esclavas de estas mujeres, condición que aún persiste no solo en Latinoamérica, también en los Estados Unidos.
A través de la película aparecen múltiples temáticas que se entrecruzan y complejizan el relato: el desafecto, la violencia política, el machismo, la discriminación hacia los indígenas, hacia la mujer, para mencionar solo algunas. Roma es la historia de una mujer desgarrada, Cleo, pero el desgarramiento de ella, si bien profundo, no es el único, también el de la familia por la que se desvela día y noche y el de la Ciudad de México y México toda ensangrentada por la violencia estatal.
Faltaría mucho por decir. En todo caso, lo que queremos destacar aquí es el profundo carácter poético del filme. Nos hemos acostumbrado a lo fugaz y trivial, a la escena rápida y la palabra fácil. Roma nos refleja la vida con todas sus miserias, alegrías cotidianas, derrotas y esperanzas. Y nos devela que la vida está llena de metáforas para poder darle sentido a la misma (o encontrarle el sinsentido). Lo demás es banalidad. Todo artista sabe que, como dice Nicanor Parra, debe formar su propio alfabeto. Eso es lo que intenta Alfonso Cuarón; y lo hace desde los recuerdos de su infancia, de ese México de inicios de los años 70 con sus canciones de Juan Gabriel, José José y Daniel Santos, entre otras. De esos días de alegría y abandono han quedado restos de poesía que solo los artistas podrán rescatar y que solo los lectores o espectadores sensibles podrán apreciar.
