Los que proyectaron el video de Petro hicieron ver la imagen suficiente del “malo” de las malas películas, al que muestran desde el inicio para tranquilizar al espectador; como si le devolvieran de entrada el valor del boleto y lo convirtieran en jurado de conciencia al testimoniar la historia ejemplar que condena de golpe de vista aquel personaje, y mejor aún si justifica su muerte.
Los pregones anunciaban la revelación de la más terrible trama de corrupción que implicaría a las altas esferas del establecimiento político y económico que domina a Colombia, aliado con tentáculos criminales que alcanzan todo el continente. Antecedida por un historial de defraudación: El Guavio, Foncolpuertos, Dragacol, Interbolsa, Saludcoop, Fidupetrol, carteles de contratación ilegal por doquier, AIS, DNE, Isagen, Reficar, una justicia ejercida por culpables, el legislador haciendo leyes a la carta, el ejecutivo repartiendo ingresos de la nación como mermelada untada en pan ajeno; bajo la gestión de una clase política capaz de partirle el espinazo a la Constitución para andar derecho, compitiendo de tú a tú con los grupos ilegales; a manos de mafias estatales cuyas cuentas oficiales (otras en paraísos fiscales) reconocen 50 billones de pesos al año girados a sus bolsillos.
Pero esta nueva película tiene un veneno secreto que llama la atención: tres muertos sospechosos.
La película jamás vista
El país expectante reservaba palco en sus casas, el Congreso de la República ausente se encontraba presente; no era para menos, se conocería el recibo de 50 millones de dólares en sobornos, repartidos por la multinacional Odebrecht, involucrados nombres y empresas del hombre más rico de Colombia, y se podría descubrir que eran ayudados a escapar por el Sheriff del pueblo. Pero sucedió algo inverosímil que asombraría hasta al propio guionista, en medio de una sala iluminada por la obra “La Ruta del Sol II” se introdujo un oscuro video que evocaba la época del cine mudo; ¡oh sorpresa!, jamás imaginada en la historia del cine, el “malo” resultó ser el maquinista, quien precisamente proyectaba la película.
Semejante suceso se habría de recordar en Macondo. La sala entró en alboroto y cortaron de tajo la película que los reflejaba en la sala. Y nos releía aquel pasaje de Cien Años de Soledad, en que los espectadores destruyen el teatro al reconocer al mismo actor que en anterior película habían matado como “bueno” en esta lo resucitaban como el “malo”.
Paloma, como espíritu santo descendido en el “establecimiento”, hacía la anunciación en el recinto sagrado del Congreso. Era la misma senadora que, con una malicia virgen, se había atrevido sin pudor a clavar en el Sagrado Corazón de Jesús a su líder político como el “mesías”, para colgarlo a la vista de una nación que ha consagrado su espíritu a ese corazón de amor universal, a cambio de un político que en su tiempo tendría al Cristo por sospechoso de subversión, si se reunía en el monte a predicar de paz con sus discípulos.
Si bien en el video, Petro se presentaba mudo, la traducción que se hacía era una especie de descenso a la conciencia del personaje, mostrado como Alí Babá en su oscura cueva, rodeado de 40 ladrones honrados por la luz del recinto, contando el dinero de sus fechorías. Como en las malas películas se tenía por principio al “malo”, solo había que prestarle el argumento de su condena; se tenía al culpable, para adecuarlo al tipo del delito.
Pero se desvelaba en realidad la claroscura doble moral que ha dominado a Colombia. La denuncia decía: “un video que muestra que el tal pedestal moral en el que los promotores del socialismo del siglo XXI y del populismo quieren colocarse incendiando todo lo demás…”; es decir, en el centro del debate del siglo, propuesto a dejar en evidencia la corrupción que derrumba la construcción política de nuestra sociedad, que debería unirnos en su contra, nos revelaban el real fantasma que nos acecha desde la sombra, el llamado castrochavismo, impulsado por el ánima de dos muertos cuya ideología como un soplo del más allá amenaza ruina a nuestra estructura social.
A renglón seguido Paloma le disparaba a la escopeta del capturado en flagrancia, para atinar el origen de la prueba del delito, recibir y guardar dinero en una bolsa, propio de delincuentes, si se presume que la gente decente lava el pecado del dinero al depositarlo en la conciencia de los bancos, o en paraísos fiscales. Entonces se pregunta si esa plata viene de Juan Carlos Montes, a quien señala de contratista en la alcaldía de Petro; o de Diosdado (de las arcas del petróleo comunista vendido al capitalismo); o de Odebrecht, para financiar la reelección de Santos, sin reparar que ese debate lo citaba el mismo Petro junto con Robledo, quienes denunciaban la espiral de corrupción y muerte del escándalo que silenciaba al que hiciera escándalo. Para finalizar diciendo que el Centro Democrático estaba ahí para defender, de esa izquierda que amenaza destruirlas, las instituciones que representan la democracia y el futuro de Colombia.
Entre líneas sentenciosas el mensaje político era claro. El debate que compromete los resortes legales del Estado podía pasar a un segundo plano, o dejarse inconcluso, como sucedió, si dejaba al descubierto el verdadero enemigo, al que se mostraba como salido de un túnel y entrado a robar un banco, para socavar la democracia en algarabía en el epicentro de un Congreso iluminado.
Las películas proyectadas por la historia
Esta suerte de truco cinematográfico, de meter una película dentro de la realidad hasta lograr sustituirla, no es nuevo en nuestra cultura política, ni se lo inventó el cine. Los españoles nos proyectaron en la idea del descubrimiento en nuestro lugar de nacimiento, y que, llegados mucho tiempo después a nuestra tierra, España era la madre patria. Y de mostrarnos a Dios, sin ninguna ambición, a cambio de tributarles nuestras riquezas.
Luego los criollos, nacidos de españoles en América, que alcanzaron la independencia del imperio español, proyectaron las invisibles abstracciones racionalistas europeas; una patria ancestral cuya tierra pasaba a ser privada, titulada desde las Capitulaciones de la Corona a quienes conservaban la sangre española; una democracia de todos, gobernada por ellos, en donde tendríamos que trabajar a sueldo al cambio de vivir la esclavitud en libertad. Fue la película que copió el cine norteamericano, al mostrar a los indios “malos” llegados de salteadores a robar las tierras que les robaron, y luego de casi exterminarlos los británicos liberaron en honor a sus sepulcros.
Con ese truco que ilumina lo oscuro y oscurece lo claro han sostenido estas instituciones mientras por dentro las han carcomido por la corrupción, pasando la película de fraternidad republicana del Frente Nacional, hasta la toma y retoma bárbara del palacio de Justicia, cuyas llamas de infierno fueron sofocadas por los gritos de un partido de fútbol que apareció transmitido en ese preciso momento.
Son las instituciones que ya cumplen 200 años en Colombia, y que Paloma ha jurado defender, a nombre de su partido, del fantasma del comunismo, que llama con desprecio socialismo del siglo XXI y populismo; ya que bien o mal, con el historial de corrupción que entraña el sistema que nos domina, sumado el actual de Odebrecht, es preferible al riesgo de perder lo que aún no tenemos, expropiadas por el “malo” que ella capturaba en su propio pedestal moral, recibiendo dinero en la oscuridad de un video rodeado por las luces del Congreso.
El viejo truco del poder
Es el viejo truco que ha sostenido a los poderes del mundo. Y es así por el simple hecho de que el poder es una idea que se constituye con exactitud sobre las ideas que le son opuestas. Un poder teocrático quemará a las brujas y brujos, porque son quienes le disputan el misterio. Un poder basado en la propiedad privada tendrá por principal enemigo al “ladrón”, pero aquel que roba por fuera del sistema, ya que la propiedad privada es en sí la organización sistemática del robo a toda la sociedad. Porque el verdadero enemigo es quien niega la fe en ese dios material, el hereje al que a través de los tiempos han llamado comunista.
En un sistema dominado por la corrupción el ladrón sobreviniente se convierte en su enemigo aparente, pero es en verdad su principal aliado, porque mantiene pintadas de blanco las ruinas de lo corroído. Porque el verdadero enemigo es el que denuncia el sistema como tal.
Un ladrón a cambio del salvador
El momento que retrata el espíritu de Occidente y determina la nueva era de su historia así lo demuestra: la crucifixión de Jesucristo.
El imperio romano se extendía por la provincia de Judea, Oriente Medio, pero daba relativa autonomía a los judíos, quienes tenían su centro espiritual y político en el templo de Jerusalén. Para garantizar en paz el dominio que ejercían, los romanos les respetaban en lo conveniente su sistema de creencias y gobierno interno, pero lucraban su poder con el cobro de tributos en monedas que grababan al dios humano exaltado como César.
El proceso contra Jesús se dio en la Pascua judía, celebrada hasta entonces para conmemorar la salida de Egipto, liberados por Moisés de la esclavitud. Conmocionado el templo con sus actuaciones, ya que denunciaba la mercadería de la fe y la connivencia corrupta y privilegiada de los sacerdotes del culto con las autoridades del imperio, se acusa aquel predicador que se hacía como Dios en medio del poder absoluto del César, se captura y se pone al juicio institucional del gobernador provincial romano Poncio Pilato.
La indagación de Pilato se dirige a salvaguardar el sistema de dominio, frente a quien se proclamaba rey de los judíos por encima de la autoridad insuperable del César, si con ello podía subvertir al pueblo y negarlos al pago de tributos. Las respuestas de Jesús dejaron sin defensa las acusaciones que lo sentenciaban a razón de la fe: "mi reino no es de este mundo", "a Dios lo que es de Dios y al César lo que es de César", si al cumplir las obligaciones los ponía a salvo de la esclavitud bajo los romanos, la que en varios tiempos habían sufrido.
Al no poder condenar un inocente, actuación que en adelante podía ponerlo en entredicho ante el pueblo judío, Pilato decide no decidir, y lavar las manos sucias del imperio romano, entonces introduce la película del delincuente Barrabás, para que quienes reclamaban justicia decidieran en la tradición humanitaria de la Pascua a quién liberar, si al ladrón o al blasfemo, ambos por apartarse de la senda marcada en su libro sagrado.
En ese momento logra encajar el sistema de dominio del imperio con el sistema de corrupción de dominaba al templo, al influjo de los sacerdotes, bajo el cual el pueblo judío se refugiaba en su sistema de creencias, en la fe de sentirse a salvo de la esclavitud que los había azotado en tanto tiempo a la espera de su salvador.
Si decidían en favor del ladrón se blanqueaba la podredumbre del predominio expoliador del imperio, al permitirse aquel gesto magnánimo. Si liberaban al proclamado salvador de los judíos, en medio del poder absoluto del César en la tierra, se les dejaba libres en su fe por la que el cielo los hacía esperar.
¿Petro, ladrón o salvador?
Pues bien, la película de Petro tiene un poco de todo lo anterior. La imagen de aquel video oscuro representa el hereje que es quemado encendido en las luces de un congreso inquisidor. También la gravedad escandalosa del ladrón que es capturado en la tranquilidad hipócrita de un barrio rico de ladrones institucionales.
Por ello, frente al debate que pondría en evidencia la terrible trama de corrupción que entrelaza los círculos de poder legal e ilegal en Colombia, el truco cinematográfico del establecimiento fue huir tras la imagen de Petro en el túnel del video; al cual los medios prepagos dieron tanto escándalo que casi lo convierten en pornográfico, al destacar lo pecaminoso de su oscuridad, la manera cómo acariciaba los billetes que se le entregaban sin pudor, y la voluptuosidad de las curvas de la bolsa donde se lo empacaba.
Como todo truco, la película de Petro se proyectaba para crear un efecto aparente: el “malo” suficiente, el ladrón capturado en flagrancia. Sin embargo, esto implicaba convertirlo en el gran aliado, si al principal crítico del establecimiento se lo presentaba como un ladrón cautivo en las redes del sistema de corrupción que nos domina.
Por eso el video, que le tenían guardado, fue asaltado en el momento más esperado, ni antes ni ante la instancia correspondiente. Frente al debate que dejaba al desnudo una organización legal que operaba a plena luz al recibir 50 millones de dólares en sobornos, se oponía el escándalo de un video mudo y oscuro, en el que como en las películas se guardaba dinero en una bolsa, cuya imagen del “malo” de entrada dejaba resuelto de plano lo que se contaba, si lo que es igual no es ventaja el establecimiento podía lavarse las manos en nuestra cara con el personaje que nos descubrían como ladrón en la encrucijada en que se presentaba como salvador, antes que el debate de Odebrecht mostrara que la corrupción en Colombia hace parte de su estructura institucional.
Así mismo, se terminaba el debate más trascendental de nuestra historia sin trascendencia y sin terminación, en el recinto de la deliberación democrática se callaba todo, ya no había qué discutir, si se descubría, más allá de la corrupción que ya no asombra, –como en las palabras al inicio de El Manifiesto Comunista– el fantasma que recorre escondido los pasajes oscuros de “las instituciones que representan la democracia y el futuro de Colombia”.
Como ya queda advertido, la película de Petro es la reedición del conjuro de supervivencia de los poderes del mundo, cuando la realidad se hace insostenible la parapetan con un truco ideológico. Y por más que traten de hacer verla fácil la trama se ha hecho tensa porque el espectador es el pueblo que si no se hace justicia le tocará decidir. La disyuntiva de derecha o izquierda es el artificio moderno que se proyecta de lado y lado para ocultarnos la corrupción que se disputa la clase política entre poder y no poder.
Pero esta nueva película, a diferencia del juicio real a Jesucristo que sentenció la doble moral de Occidente, tiene una singularidad, al personaje en cuestión se le acusa al tiempo de ladrón, por aquel video, y de levantarse sobre las instituciones con ínfulas de salvador. En ese caso las autoridades del templo de la democracia se enfrentan a una terrible decisión, al recobrar la voz el video se ha hecho insostenible la imagen del ladrón, así la realidad superará la invención; por tanto, al final tengan que hacer el sacrificio con él mismo a quien haya que crucificar.